Ayer, durante unas horas, un país entero pasó por el diván del psiquiatra. Unos entraron con depresión y salieron eufóricos y otros entraron triunfantes y salieron, literalmente, sin voz. ¡Cuántas cosas se dijeron y cuántas se callaron que serán pienso de arrepentidos!
Habrá, hay ya, todo género de interpretaciones. Que si las dudas, los miedos, las presiones, el Ibex, el Rey, el Pentágono, Putin, los finlandeses, la UE y el sursum corda. Por cierto, en un aparte, para no enfurecer más a la fiera, vaya con el "asunto interno" español. Las negociaciones frenéticas, las amenazas aquí, los desplantes allí, dimisiones, acusaciones, los muy buena tinta e informaciones de buena fuente. Ni Puigdemont sabía a las 10:00 lo que diría Puigdemont a las 13:00, a las 14:00, a las 17:00. Claro que no; porque dependía de la respuesta que obtuviera del gobierno a la primera oferta -hecha en plan de rumor- de convocar elecciones a cambio de la retirada del 155 y, de paso, de la Policía Nacional y la Guardia Civil.
Y este es el meollo del asunto, el charco al que el gobierno se tiró de cabeza con su habitual ineptitud. Ayudaron mucho los socialistas cuya alma buena de Sechuán está consiguiendo destrozarlo todo y que, encima, le caiga sobre la cabeza. Habiendo apoyado la aplicación del 155, se lo cambian a la desesperada a Puigdemont por unas elecciones que eviten la DI. Pero ellos no son quienes para prometer nada porque el 155 depende del Senado con mayoría absoluta del PP. Cuando Puigdemont puso en marcha el rumor de aceptar la oferta, al PP le faltó tiempo para destruirla, afirmando que las elecciones no pararían el 155. Los socialistas se quedaron agarrados a la brocha y sin escalera. Y luego llegó la seria y solemne declaración en el Palau, cuyo aire gótico dejó a la vicepresidenta sin voz.
El MH fue muy contundente al calificar el 155 de abusivo y fuera de la ley y sostener que no hay garantías democráticas para la celebración de elecciones. Obsérvese cómo, quien iba a hacer (e hizo) un referéndum "sin garantías" tiene hoy fuerza moral para denunciar la falta de garantías de unas elecciones que habrían de celebrarse bajo el 155, es decir, en condiciones de dictadura del PP, el partido de la Gürtel.
En la misma comparecencia, Puigdemont residenció la posible declaración de independencia en el órgano al que corresponde, el Parlamento, representación de la voluntad del pueblo de Cataluña. No es apropiada la metáfora de la "pelota" o la "patata caliente". A raíz del referéndum del 1/10 (ese que no se celebró, según Rajoy) Puigdemont anunció que pediría al Parlamento un pronunciamiento sobre el resultado del referéndum, no ya porque no hubiera existido, sino porque dos millones doscientas mil personas acudieron a votar arrostrando una represión y una brutalidad policial cuyos efectos negativos para el nacionalismo español aun no se han acabado. Y ahora, cayendo en la trampa de su propia incompetencia, el gobierno se apresta a intensificar la violencia, la agresión.
Conviene recordar que en la convocatoria del referéndum fantasma se preveía que su resultado sería vinculante. Caben, pues, pocas especulaciones. El mandato del 90% de los votantes el 1/10 es la independencia. De eso se votará hoy.
Es imposible que los genios del triunvirato nacional español, Rajoy, Sánchez, Rivera, entiendan lo que tienen enfrente. No es su estilo de hacer política. Siguen creyendo -o fingiendo creer- que el llamado "órdago" o "desafío" o "reto" independentista es un capricho de un dirigente iluminado o una cuadrilla de locos que llevan al gran pueblo catalán al desastre, privándole, además, de sus derechos, según Sáenz de Santamaría, especialista, en cambio, en garantizarlos. No ven -o no quieren ver, aunque, por si las moscas, ya han tomado como rehenes a los dos Jordis, presos políticos- que dentrás de los dirigentes hay una sociedad organizada, animada de una voluntad colectiva de liberación, y muy movilizada. Y con un horizonte republicano. No ven o no quieren ver que es una revolución. Justo la que haría falta en España.