El Museo de Arte Moderno de la Villa de París está muy cerca de la Plaza del Trocadero, que recuerda la victoria francesa sobre los españoles en la isla gaditana de igual nombre. Con ella, el Duque de Angulema, al frente de los llamados Cien Mil Hijos de San Luis puso fin al trienio liberal en España. El Museo participa también de la estética del Trocadero, que es la de toda esa zona privilegiada de París escenario de varias de las exposiciones universales decisivas para fijar la fisonomía actual de la ciudad. Empezando por la Torre Eiffel, una construcción provisional para la exposición de 1889 que, sin embargo, ha sobrevivido, mientras que el antiguo Trocadero, construido para la exposición universal de 1878, se derribó en la de 1937, para dejar paso al actual Palacio Chaillot. Este, compuesto por dos alas separadas, tiene una buena vista de la provisional Torre Eiffel por encima del acuario, los jardines del Trocadero y el Sena. Tal es el fondo que los servicios de propaganda nazis -unos águilas- eligieron para la famosa foto de junio de 1940 en la que se ve a Hitler tomando posesión simbólicamente de París, dando la espalda a la Torre Eiffel.
Es el caso que el Museo de Arte Moderno tiene una curiosa exposición sobre las relaciones profesionales y de amistad entre tres artistas del siglo XX, Derain, el mayor de ellos, Balthus y Giacometti, tres creadores cada uno con su estilo inconfundible que nunca se ajustaron a cánones de escuela alguno. De hecho, Giacometti fue expulsado de la comunidad surrealista, lo cual tampoco era algo tan extraño en ella, pues funcionaba en parte como un partido político. Desde esas acusadas personalidades y estilos tan distintos, los tres pintores (escultores, con Giacometti) forjaron una especie de comunidad de preferencias, algo en el estilo de las viejas hermandades de San Lucas, pero más relajada.
La comunidad funcionó sobre todo entre los años 30 y los 60, como una relación de amistad, de colaboración profesional y de afinidades. Eso es más claro o se advierte más en la relación de Derain con Balthus. Giacometti siempre fue por más libre, aunque teorizaba mucho sobre las cuestiones de la redefinición del arte. La comunidad, casi complicidad entre los dos primeros se aprecia en el retrato de Derain por Balthus en el que aquel aparece en batín dejando en segundo plano una modelo, una de esas ninfas semidesnudas tan típicas del ambiguo erotismo que ambos reflejaban.
La intensa relación de los tres artistas con el mundo cultural parisino de aquellos años, otros artistas, poetas, escritores, filósofos, críticos, dramaturgos, alimenta la preocupación especulativa de la cofradía en su común reflexionar sobre las relaciones entre el arte y la realidad. Cada uno aportaba su acervo personal, Derain el fauvismo y, más tarde, el desgraciado asunto de la colaboración con los nazis; Balthus una visión inquietante de la realidad, inspirada en el misticismo corrosivo de Rainer Maria Rilke; y Giacometti, su visión conflictiva del surrealismo. Los marchantes, especialmente Pierre Matisse, el hijo de Henri, fomentaron la colaboración y el intercambio entre ellos, encargándoles retratos los unos de los otros y temas para tratar.
La colaboración se extendió a las artes escénicas. La exposición tiene una gran cantidad de decorados y figurines para muy diversas obras teatrales. La más conseguida, a mi entender, la escenografía de Giacometti para Esperando a Godot, de Samuel Beckett, con quien tenían relación los tres: un árbol solitario en un escenario vacío.