Los de la CUP son muy doctrinarios. Pero cuentan con la ventaja de su imprescindible aportación parlamentaria. Esta obliga a los otros a tomarse en serio el doctrinarismo en lugar de rechazarlo displicentemente, metiéndolo en el saco del "radicalismo", como suele suceder. Como hace Rajoy, quien rechaza por radical todo aquello que no comprende.
En el caso del Rey, el doctrinarismo ha saltado como un resorte, impulsado también por esa escenificación de pompa rosa a costa de los heridos hospitalizados para consumo de masas. El Rey no está (ni falta que hace) en los momentos difíciles, pero sí aparece a hacerse fotos con los damnificados. Añádese a ello la consideración doctrinal del sentido de una manifestación de protesta (y unidad y etc.) contra un terrorismo financiado por Estados con los que hace negocios el Jefe del Estado que la preside. El asunto no es muy lógico pues la monarquía saudí no pasa las armas que compra en España a los terroristas del Daesh, sino que los financia. Pero, en todo caso, de negocios se trata con quien no respeta los derechos humanos y financia terroristas. Y realizados por quien, siendo Rey, contradice el espíritu republicano no solo de la CUP sino del conjunto del independentismo.
La doctrina parece haber vencido y el Rey no irá a la manifestación o, de ir, no la encabezará. Dadas las circunstacias, es lo más sensato que puede hacer. Pero, al mismo tiempo, la Casa Real y el gobierno no parecen calibrar la conclusión obvia de que la monarquía ha dejado de existir en Cataluña. Durante el atentado y sus turbulencias posteriores el que hizo acto de ausencia fue el gobierno y, con él, el Estado en su dimensión institucional. Los catalanes se bastaron para gestionar la crisis con eficacia y rapidez y los ministros del gobierno central -buen ejemplo ese Zoido de Interior- se limitaron a hacer el ridículo.
Ahora, el que se declara ausente es el Estado en dimensión simbólica. Cataluña es una República y el Rey de España asiste a sus actos como un ciudadano. Algo absurdo desde el punto de vista monárquico. Pero es que el punto de vista monárquico cuenta ya poco o nada.
Esa es la conclusión del doctrinarismo de la CUP: el cuestionamiento de la institución monárquica que lleva años bajo mínimos en la opinión pública. Solo sostenida por el compromiso de los dos partidos dinásticos y casi todos los medios de comunicación. Carece de legitimidad, no tiene prestigio ni es eficaz.
¿Por qué se mantiene? Esencialmente por la inercia de un sistema político en crisis y la cobardía de una izquierda que nunca ve llegado el momento de plantear la necesidad de una República mediante un referéndum.
Justamente, ese es el resultado del doctrinarismo de la CUP: señalar que el Rey está desnudo y abrir de paso un debate sobre el sentido de la Monarquía actualmente en España. En Cataluña está ya decidido. La atrocidad de la Rambla puede haber puesto en marcha el desmantelamiento del sistema político de la tercera restauración.