Al final, somos tradicionales: las revoluciones las hacen los parlamentos, el Parlamento inglés en el siglo XVII, el Congreso continental en Norteamérica, la Asamblea Nacional en Francia en el XVIII, la asamblea de Frankfurt en el XIX (aunque fracasara), el Parlament de Catalunya. Tradición en la revolución y revolución en la tradición porque el Parlamento catalán está presidido por una mujer. Un dato de mucha importancia por lo conseguido hasta la fecha y lo por conseguir a partir de ahora.
Carme Forcadell es una figura muy relevante por representar una confluencia de corrientes representiva de la situación catalana. Se unen en ella la militancia en la izquierda, en ERC, con el activismo social a través de la ANC y, antes, de la Plataforma en defensa de la lengua catalana y el nítido compromiso independentista. Su imputación por los presuntos delitos de desobediencia y prevaricación ante la justicia española añade al cuadro anterior un valor simbólico, al configurarla como la heroína de la causa del Parlamento, que es la causa de la soberanía del Parlamento.
En el terreno práctico, táctico, inmediato, las decisiones de este órgano, como las del Govern, se ajustan al modelo de desgaste de la guerra de guerrillas contra el mastodonte del Estado al que, de momento, han amargado las vacaciones en previsión de males mayores. Esas medidas, es patente, tratan de ganar tiempo y tener al gobierno distraído mientras se prepara la gran manifestación de la Diada. Juego del ratón y el gato. El proyecto de ley cuya tremenda complejidad obligó a retirarlo ayer, se aprobará en lectura única en vísperas del 11/9, que se celebrará contando ya con el recurso del gobierno y hasta es posible con la correspondiente suspensión del Tribunal Constitucional. Ambos órganos han llegado casi a la simultaneidad de actividades a fuerza de identificarse el uno con el otro.
Uno de los rasgos más significativos del independentismo catalán y que el unionismo español apenas entiende es que es cool. Traten de explicárselo al de los sobresueldos.