Todo lo venezolano está sobredimensionado en la esfera pública. A veces hasta el hartazgo. Alguien podía inventar un meme parecido al de la Ley de Godwin, sustituyendo a Hitler por Maduro y a los bolivarianos por los nazis. Lo de Venezuela aburre.
Pero, a veces, la que llaman “octava isla canaria”, da sorpresas que descolocan al tertuliano más avezado en venezuelogía. Por ejemplo esa consulta ilegal de la oposición sobre la nueva asamblea constituyente que quiere Maduro y sus adversarios consideran un golpe de Estado para huir de las elecciones que ellos propugnan. O sea, para entendernos en la Península, un referéndum ilegal, unilateral y sin garantías. En Venezuela.
¿Y qué sucede? Que los tertulianos, columnistas y opinadores de partido (que son prácticamente todos) no saben qué decir. No es posible extrapolar la situación venezolana a España. Ni a ningún otro lugar, sospecho. Los malos de allí no coinciden con los de aquí.
Las derechas radicalmente antibolivarianas tienen que explicar por qué apoyan allende el océano una consulta ilegal que aquí prohíben. Su única salida es embarcarse en tediosas discusiones sobre si la legalidad de aquí es mejor que la de allí, algo perfectamente opinable en ambos sentidos y, por tanto, inútil. Y eso sin contar que el espíritu de obediencia a la ley de la derecha la lleva a postular la del cristiano a la ley aunque sea injusta, porque todo poder viene de Dios, al decir de San Pablo en la epístola a los romanos. Sin embargo se matiza que no hay deber de obediencia a la ley que se opone a la de Dios. Y ya estamos donde siempre: a cristazos. O a tiros.
Las izquierdas probolivarianas tienen a su vez que explicar por qué apoyan un gobierno que se opone, ignora e (imagino) considera ilegal una consulta referendaria igual a la que proponen para Cataluña. Solo puede hacerse recurriendo al mismo truco ad hominem de la derecha: la consulta referendaria catalana es una muestra de iniciativa popular y democrática, mientras que la venezolana es una provocación más y un intento de fracturar el país y acabar con la revolución y el socialismo del siglo XXI. Es muy posible. En realidad eso es lo que piensa la derecha española sobre el referéndum catalán. La izquierda tiene que admitir el derecho de los ciudadanos a realizar referéndums, con independencia de que los fines que persigan los organizadores le parezcan abominables.
Y lo mismo puede decirse de la derecha. El referéndum venezolano no será extrapolable a España mientras los dos bloques derecha/izquierda sigan sin respetar al adversario político y sin reconocerle la dignidad que le corresponde.
Y eso es, básicamente, falta de espíritu democrático.