El nuevo debate trae su carácter conflictivo en los nombres. Es un asunto complicado, desde luego, y uno tiene la impresión de meterse en camisas de once varas, sobre todo siendo varón, no vaya a ser que tenga uno cambiada la vara de medir.
Me ha interesado mucho el artículo de Bea Talegón, no somos vasijas, que, además de razonado es valeroso, y tiendo a coincidir con su punto de vista. Lo articularía, no obstante, de otro modo, más pedestre y con espíritu dubitativo y en absoluto asertivo, siempre presto a reconocer mejores razones.
Me ha interesado mucho el artículo de Bea Talegón, no somos vasijas, que, además de razonado es valeroso, y tiendo a coincidir con su punto de vista. Lo articularía, no obstante, de otro modo, más pedestre y con espíritu dubitativo y en absoluto asertivo, siempre presto a reconocer mejores razones.
A lo que entiendo, contra esta práctica se esgrimen dos tipos de argumentos, uno instrumental y otro esencial. Por el instrumental la práctica no es legítima porque a su amparo pueden cometerse delitos. Por la esencial, la práctica no es legítima porque es ilegítima, inmoral, en sí misma.
Ninguno de los dos es convincente. El instrumental puede predicarse de todo y de nada. Toda práctica humana es susceptible de abuso y para evitarlo se han inventado las leyes que serán más o menos eficaces, pero no en función de una mayor o menor perversidad del acto.
El esencial tampoco lo es porque no consigue probar en qué reside esa esencia. Todo lo más se apunta al carácter único, íntimo, inmediato, sublime de la experiencia vital de una persona en relación con un proceso fisiológico. Parece suposición bastante razonable, pero en nada distinta a la que pueda aplicarse a otras prácticas legales, como el trasplante de órganos vitales de todo tipo. El contraargumento de que, en estos casos, se trata de situaciones de vida o muerte y la gestación por encargo no suele estar entre ellas, tampoco es poderoso porque presupone que nos arrogamos el derecho a decidir por otros lo que consideran vital para ellos. El último contraargumento de que la esencia reside en que se trata de alumbrar una nueva vida, misterio de los misterios, despide cierto aroma a misticismo, solo al alcance de la fe.