Los perdedores de las primarias aceptan el resultado de boquilla, pero no en su actividad práctica. Acusan a Sánchez de proceder con revanchismo en la composición de los órganos directivos, hablan mal de él, no lo felicitan, no lo apoyan y, cuando pueden, lo boicotean. Lamentable falta de espíritu deportivo y elegancia. La espantada de la delegación andaluza en el Congreso fue una pataleta de criatura mimada y de pocas luces. La falta de ánimo y respaldo de las viejas glorias es bastante ruin.
Da la impresión de que Sánchez ha tratado de combinar dos criterios, el integrador de los antiguos adversarios y la necesidad de cubrirse las espaldas frente a posibles felonías de quienes ya las practicaron una vez. Para sus partidarios, la integración ha sido excesiva. Para sus adversarios, la composición de los órganos partidistas es revanchista y sectaria.
Nada que no suceda habitualmente en los partidos, que se rigen por el principio de que "el ganador se lo lleva todo". Hasta podría decirse que, así como el PSOE ha dado muestra de un comportamiento democrático ejemplar (aunque no se le reconozca) igualmente ha procedido con cierta magnanimidad y liberalidad en la tarea de componer sus órganos de dirección.
Pero la oposición a Sánchez y el "nuevo PSOE" no se da solamente en el terreno orgánico, sino también en el doctrinal. El punto de discordia es el concepto de plurinacionalidad. Su aparición en el programa ha sido un aldabonazo en la tranquila inopia de la opinión pública, adormecida en la práctica de que el mejor modo de resolver un problema es ignorándolo. Eso ahora ya es imposible. Ser de izquierda, en España, consiste de entrada en formular, dar carta de naturaleza, reconocer la existencia de un problema que nadie quiere afrontar.
El problema nacional español.
Por esto es el PSOE un trasunto de España, porque ese problema nacional lo fractura como fractura al país. Se mire como se mire, este es un ámbito en el que coexisten varias naciones con muy diferente peso, alcance e identidad de la correspondiente conciencia nacional. Decir que España es un Estado plurinacional es la evidencia misma.
La negación no suele hacerse desde un punto de vista racional sino sentimental. Sale el patriotismo y el nacionalismo, con el agravante de que no se reconoce como tal y acusa de él a los demás. Los enemigos socialistas de la plurinacionalidad, muchos de ellos entre los mismos sanchistas, critican la ambigüedad, la confusión del concepto, sus consecuencias indeseadas, sin percatarse de que si eso es consecuencia de la nación y el nacionalismo, también lo será de la nación española y el nacionalismo español.
Estas exigencias de garantías que, en realidad vienen a decir que solo se reconoce condición nacional si no se ejerce, son un ejemplo de filisteísmo difícil de superar. El Reino Unido y el Canadá, entre otros, se consideran como Estados plurinacionales sin que venga ningún maestro Ciruelo a aquilatar el alcance del concepto, reduciéndolo aquí, emasculándolo allá. En los dos ha habido referéndums de autodeterminación y no sucede nada.
España es un Estado plurinacional y esas naciones no tienen por qué ser lo que otra (la española en este caso) les deje ser, sino lo que quieran ser.
La cuestión nacional fractura al PSOE y a la izquierda en su conjunto. El reconocimiento de la plurinacionalidad es un paso en la buena dirección, pero un paso muy primero y del todo insuficiente. Si, después de él, se reduce el alcance de la nación a lo meramente cultural, el avance se habrá frenado en seco porque equivale a una negación de los aspectos decisivos, político y jurídico, que le dan su perfección. Y, además, reduce a los ciudadanos de esa nación a la condición de ciudadanos de segunda, puesto que no pueden serlo del Estado de su nación sino del de otra.
Va siendo tiempo de que la izquierda aborde la solución del sempiterno problema de la nación española con propuestas propias, nuevas, distintas de las tradicionales de la derecha, cuyo fracaso es patente. Para ello, el concepto de plurinacionalidad es muy útil si se lleva a sus lógicas consecuencias, esto es, el reconocimiento de la plenitud de los derechos políticos y jurídicos de las naciones.
Y un referéndum pactado que nos permita saber en dónde estamos.