Miquel Seguró y Daniel Innerarity (eds.) (2017) ¿Dónde vas Europa? Barcelona: Herder. 261 págs.
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Creo que es la primera vez que hago una reseña de un libro que aún no ha salido. Estará en las librerías, como su fecha de edición indica, a primeros del año que entra. Si la saco ahora es porque, tratándose de una obra en la que escriben bastantes autores (18 en total), uno de ellos es Palinuro, bajo su seudónimo de Ramón Cotarelo y, claro, ya está quemándome en las manos. El editor, Raimund Herder, me dijo que me esperara a enero cuando la obra estuviera distribuida. Sabia decisión esta de "embargar" (como se dice en el mundo de la prensa) un libro porque, si sale en diciembre de 2016, al raudo paso de la vida cultural, en enero de 2017 ya será un libro del año pasado y las publicaciones periódicas lo considerarán "amortizado". De esta forma, con un poco de paciencia, se le da un plazo mayor de vida del año completo, como es justo. Por mi parte, aseguré al editor que, cuando estuviera en librerías, volvería a dar cuenta de él.
El libro que han compilado los filósofos Miquel Seguró y Daniel Innerarity reúne 18 breves ensayos de otros tantos autores, en su mayoría asimismo filósofos, aunque también hay sociólogos, periodistas, algún politólogo y algún político y hasta un cardenal de la Iglesia. Todos ellos aportan su visión de alguna cuestión europea con absoluta libertad de tratamiento. El resultado es estimulante por la variedad de asuntos y enfoques, si bien se manifiestan dos elementos en común, uno en todos los autores (somos europeos hablando de Europa, a excepción de Chomsky que, en el fondo, también es europeo o todo lo europeo que puede ser un new Englander) y el otro en la mayoría (la referencia a los refugiados), lo cual le da también carácter europeo. Si alguna objeción cabe hacer es la de la muy escasa presencia de mujeres en la autoría, tres de 18 viene a ser un 16%. Esta Europa sigue siendo muy patriarcal.
Cosa que encaja con el nombre del continente y el correspondiente mito, reproducido en la cubierta con algún añadido de clara orientación simbólica. Las grietas, el tornasolado y el raspado del título, sobre la reproducción del cuadro de Rubens, seguramente trasmiten la idea de lo problemático de la Europa de hoy, la amenaza de ruina, ese nubarrón que baja del cielo y pudiera entenderse como lanzado por Zeus, si no supiéramos que el Olímpico ya figura en el cuadro como autor de la fechoría del rapto. Porque el mito narra un rapto, un rapto de mujer, un episodio presente en la historia de Europa desde los orígenes mismos, incorporado al nacimiento de la epopeya y la poesía épica. La guerra de Troya empieza con un secuestro y el hecho de que a día de hoy siga debatiéndose si Helena se fue con Paris forzada o de grado demuestra que la fantasía sigue viva, animando sucesivas interpretaciones de sucesivos raptos. Porque, además de la fantasía de los pueblos, el rapto fue una forma generalizada de matrimonio primitivo que sobrevivió mucho tiempo simbólicamente como secuestro simulado previo acuerdo con los familiares de la novia. Por si acaso, todos los códigos civiles modernos declaran nulo de pleno derecho el matrimonio por rapto. Un matrimonio por rapto real es en verdad una violación permanente. Y, como tal, como violación, sigue formando parte de las más oscuras pulsiones del Patriarcado al día de hoy. Basta con ojear las estadísticas de violaciones denunciadas. Luego están las otras.
Regresando a la imagen de cubierta, hay en ella igualmente, un curioso bucle también muy europeo. El cuadro que se reproduce fragmentariamente es el Rapto de Europa (1628/29), de Rubens, hoy en el museo del Prado. Felipe IV había encargado a varios meritísimos pintores de la época la decoración de un pabellón de caza en El Pardo, la llamada Torre de la Parada, que quedó después destruida en la Guerra de Sucesión. Al flamenco le comisionaron un buen puñado de lienzos, de los que él se reservó algunas escenas mitológicas, repartiendo el resto entre los colaboradores. Uno de los mitos pintados, El rapto de Europa. El episodio en concreto es como lo narra Ovidio en las Metamorfosis y bien que resalta la blancura del toro y su carácter suave, manso y pacífico, con esos cuernecitos que más semejan pitones de vaca. Pero Rubens no reproducía a Ovidio (el gran proveedor de motivos para el arte occidental) sino a Tiziano. Había visto las obras del veneciano en España y, en este caso, decidió demostrar su admiración haciendo una copia exacta de aquella otra obra pintada setenta años antes por encargo de Felipe II. La semejanza es total, tanta que he tenido que desojarme para adjudicársela al flamenco porque la testa del toro es idéntica y la parte más visible de Europa y su leve vestimenta, también. Es en el desnudo en donde la relativa tersura de la piel del renacentista tardío se convierte en las morbideces del barroco. Y todo es Europa, en donde se siguió pintando el rapto de Europa hasta hoy. Me parece que el último rapto que he visto de la bella princesa fenicia es el de Fernando Botero.
Su mito sigue alimentando el logos contemporáneo. Convertida en reina de Creta (Zeus es poderoso), Europa dio a luz a Minos, Radamanto y Sarpedón. Minos es, en creencia extendida, el del Minotauro y, con su hermano Radamanto, se reparte la tarea de juzgar a los muertos, en la que les acompaña Eaco. Hay quien dice que Minos juzga las almas que vienen de Occidente y Radamanto las que vienen de Oriente. Europa, madre de los jueces de los muertos. Curiosa imagen.
El libro, por supuesto, trata de muchísimas más cosas y en él late un sentiminto general de alarma, como si el continente estuviera en un momento crítico, crucial, amenazado por una catástrofe. Los refugiados son su metáfora más evidente, pero la conciencia de catástrofe, de impending doom, viene asimismo de otros cuarteles. Pero algo se hace evidente: la catástrofe puede advenir paradójicamente porque el éxito de Europa funciona como un foco de atracción de los damnés de la terre.
Pero ese será el tema de la segunda parte de la reseña, cuando salga el libro.