Andaban ayer los todólogos en las tertulias luciendo sus profundos conocimientos sobre Turquía que, en algún caso, se remontaban a los tiempos de la Sublime Puerta. Lástima que la realidad de la era digital, en la que las cosas se saben antes de que ocurran, se encargara de dejarlos sin objeto de lucimiento.
Un golpe de Estado que ha fracasado en horas, un golpe confuso, del que muchos no sabían qué opinar porque si malo por involucionista es Erdogan, peores han de ser unos militares montados en sus carros de combate que ni siquiera parecían saber a dónde dirigirse, qué tenían que ocupar y a quién neutralizar. Alguien salió recordando que el ejército es la columna vertebral del laicismo de la vieja "joven Turquía" de Kemal Ataturk. Un ejército proclive a intervenir en política con fórmulas imaginativas. Hace unos años dio un golpe de Estado blando y ahora, parece haber querido darlo breve si las noticias sobre su fracaso estilo Tejero se confirman.
Al margen de las cuestiones bélicas en Oriente Medio y del conflicto kurdo, Turquía tiene un posible impacto desestabilizador en tres círculos distintos. Es un país de la OTAN, es pretendiende a la UE, con la que ha firmado un acuerdo sobre refugiados que solivianta los ánimos de la gente de bien y mantiene vivo el contencioso de Chipre con Grecia. Un golpe de Estado en Turquía es una piedra en el estanque europeo.
Añádase que, detrás de los supuestos militares laicistas, parece haber un clérigo integrista. Si esto es así y el golpe en verdad ha fracasado por la resistencia popular en la calle, hay esperanzas.