Arnaldo Otegi es un mito en vida, cosa poco frecuente. Hay quienes lo adoran y lo llevarían a los altares y quienes lo odian y lo arrojarían a los infiernos. Indiferente, el hombre no deja a nadie que sepa algo, por lejano que sea, de la política española. Es imposible seguir su peripecia vital que se inicia en los años setenta en las filas de ETA y sigue hasta el día de hoy alternando primero actos de violencia y terrorismo y luego otros pacíficos pero radicales con una serie interminable de procesos, condenas, absoluciones, recursos, liberaciones ante los tribunales vascos, la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo español. Desde aquella época hasta más o menos 2010, las audiencias mediáticas acabaron familiarizándose con sus abogados, Íñigo Iruin y Jone Goirezelaia, más que con las estrellas del momento en la tele.
Esa abrupta, entrecortada, accidentada historia procesal corre paralela con su evolución ideológica y personal en las cuestiones relativas a la independencia y la lucha armada, la violencia, el terrorismo, etc. En cierto modo, una peripecia vital ofrece puntos en común con la de Gerry Adams que es hoy líder del Sinn Fein como Otegi lo es de Sortu. En el fondo, en el imaginario independentista vasco y especialmente en el etarra, siempre ha habido una especie de empatía con la lucha del IRA en Irlanda.
A día de hoy, el mito Otegi, como Adams en su momento, ha cumplido su última condena (por cierto, íntegra, sin beneficios penitenciarios) y, por lo tanto, es un hombre libre en situación de legalidad, dirigente de un partido legal al que, en principio, no se puede reprochar nada ni limitar en el uso de sus derechos pues no pesa condena alguna ni pena accesoria sobre él. La libertad nace del silencio de la ley, decía Hobbes y, que yo sepa, la ley no dice nada sobre que un antiguo miembro de ETA, condenado después por favorecer a ETA, habiendo cumplido su condena, no pueda ser libre.
Quienes proyectan sobre Otegi un mundo de descalificaciones, acusándolo de asesino, de no haber pedido perdón a las víctimas, de no haber condenado a ETA o sus crímenes están en su derecho, como lo estamos quienes vemos cómo muchos de esos que atacan a Otegi, tampoco condenan el franquismo ni sus crímenes ni, al menos que me conste, han pedido perdón por los más de cien mil asesinados por la vesania franquista y enterrados en fosas comunes, en donde siguen. No me parece interesante ir por esta vía del "y tú más", pero sí es importante que los franquistas y otros suplicios de extrema derecha sepan que podemos responderles en su terreno y, como se ve, multiplicado por cien mil. No lo hacemos porque entendemos que los supuestos ataques a los derechos de unas víctimas no debe servir para encubrir el ataque a los de otras.
El lío que ha montado Albiol en el Parlamento catalán era previsible. Forma parte de una política deliberada de entorpecer el proceso de paz en el País Vasco. Hay que verlo con realismo: a los fascistas, los franquistas y buena parte del PP no les interesa que haya una pacificación completa y permanente del País Vasco porque entonces arranca la reivindicación independentista en términos democráticos y pacíficos y esa sí que es peligrosa (y no la de las pistolas) como está viéndose en Cataluña.
Pero que sea previsible no quiere decir que sea aceptable. Otegi es un ciudadano libre de una Estado de derecho y en los Estados de derecho la gente va al Parlamento cuando este la invita para lo que sea. Su visita al legislativo catalán no es una indignidad, como sostiene sin argumento alguno el señor Albiol; al menos no es más indigna que el hecho de que el señor Albiol esté en ese mismo Parlamento. Con su garrulería típica, Albiol divide el mundo en buenos y malos donde resulta que los buenos lo son porque son los míos, no que sean los míos por ser buenos. Buenas sin matices son las víctimas y malo sin matices Arnaldo Otegi.
Pero Otegi resulta ser más polifacético de lo que Albiol puede entender. Ahora, este hombre de 57 años, que sigue cultivando una imagen de jeune enragé, tiene una experiencia acumulada, sobre todo carcelaria y se encuentra en un cruce decisivo de su vida, a punto de presentar su candidatura a la Lehendakaritza en las próximas elecciones de otoño. Es el momento de hacer balance y ver cómo tienes el karma. Una vida de compromiso lo llevó a la cárcel en donde fue elegido secretario general de Sortu. El karma acumulado a lo largo de su biografía debe de ser muy positivo; como probablemente lo será el de este momento. Preguntado por Artur Mas, Otegi, a quien los de la CUP han llevado en volandas en su estancia catalana, ha dicho que le hubiera gustado tenerlo de lehendakari porque aprecia sus dotes. Lo mismo le pasa a Palinuro y sospecho que Anna Gabriel y quienes llevaron las cosas al límite de forzar la retirada de Mas, quizá no estén muy orgullosos de lo que hicieron.
El karma de Otegi parece positivo. Ignoro si en verdad es "un hombre de paz", cosa que saca de sus albioles a la gente más derechas y no me parece relevante. Que sea lo que quiera, pero que ayude a pacificar el País Vasco, que es lo que está haciendo. No estoy muy seguro de que consiga llegar a lehendakari, pero bajo su autoridad puede acabar formándose en el País Vasco un movimiento independentista como en Cataluña, una forma de poner en su sitio a la izquierda "transformadora" que nunca ha transformado nada. En realidad, a eso ha ido Otegi a Barcelona, a ver si puede montar una sinergia.
Le sobra karma a Otegi. Carisma tiene también, acuñado, en las largas luchas por la independencia del hogar de los antepasados. Y, tanto si sale elegido como si no, tiene fuerza para articular un movimiento en Euskadi que siga el ejemplo de Cataluña.
Y si el gobierno español es incapaz de articular un plan viable frente al independentismo catalán, no hace falta decir cómo lo hará si ha de combatir no uno sino dos proyectos independentistas.