dilluns, 11 d’abril del 2016

Una ciudad solar

Al día siguiente de la visita a Itálica, rumbo de vuelta a Madrid, escogimos la ruta de la plata y fuimos a parar a Mérida, la Augusta Emérita de los romanos, ciudad de legionarios jubilados que habían combatido en las guerras del norte, mandada construir por Augusto, que llegó a ser capital de la Lusitania y alcanzó una gran prosperidad hasta nuestros días, en que es capital de Extremadura. El inmenso legado romano constituye un conjunto arquitectónico impresionante, declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO con toda razón. Imposible de visitar en un solo día, es forzoso hacer una selección en la que no puede faltar la visita al Museo de Arte Romano que, además de los tesoros que contiene, es una obra de Rafael Moneo muy digna de admiración porque está concebida para dignificar aquello que exhibe y es como una especie de resumen de la civilización romana, desde columnas colosales a alfileres, fíbulas, juguetes o cientos de monedas; desde frescos e inscripciones y estelas funerarias a mosaicos de muy variada traza; desde estatuas de divinidades o personajes a pórticos y arquitrabes de diversa procedencia; desde el peristilo de una vivienda a un mausoleo en la cripta que alberga el museo. Un museo que no cansa a pesar de sus enormes salas y estancias y que sorprende por la mucha diversidad de las piezas y su notable refinamiento.

Hay una abundante presencia mitraica tanto en el museo como en los espacios del conjunto arquitectónico exterior. Un edificio de este, de inexcusble visita por ser una domus romana de lujo en magnífico estado de conservación se llama  casa del mitreo, si bien parece que impropiamente porque toma el nombre de un probable santuario de Mitra que hoy está bajo la adyacente ciudad de Mérida. Pero, sea o no justo el nombre, es una prueba más de que hasta esta ciudad de mílites jubilados había llegado este dios solar de origen persa. Lógico, por lo demás porque Mitra tauróctonos (pues siempre se le representa con un gorro frigio y degollando un toro), aparece en el Imperio romano en el siglo I como culto más o menos mistérico probablemente traído por los legionarios que habían servido en el Oriente. Incidentalmente, no deja de tener su gracia que el mitreo real probablemente esté bajo la plaza de toros. El culto estaba basado en estrictas cofradías masculinas de las que se excluía a las mujeres, a las que consideraban, al parecer, "hienas". El mitraísmo, muy extendido en el Imperio entre el siglo I y el IV, llegó a tener ascendiente entre los emperadores pero estaba ya en decadencia cuando fue proscrito por el emperador Teodosio (el de Itálica), confundido con una divinidad sincrética pero desvaída llamada sol invictus. Hoy puede resultarnos extraño, pues nuestra visión del imperio está muy influida por el espíritu cristiano, pero durante siglos el mitraísmo compitió  con el cristianismo por el alma de los romanos. Curioso que fueran dos cultos con dioses procedentes de los confines más o menos bárbaros del imperio los que rivalizaran por imponerse en la capital del orbe civilizado y, al final, uno de ellos lo consiguió. Del mitraísmo resta hoy poco al margen de las diatribas de los padres de la Iglesia. Pero queda una abundantísima iconografía en todo el Imperio, en Roma y, por supuesto, en Augusta Emérita, entre otras. varias estatuas mitraicas del museo.

El teatro, el anfiteatro, el circo, los acueductos (especialmente el llamado "del milagro"), todas las obras públicas, el templo de Diana, el foro, etc., todo da para perderse entre piedras venerables y maravillas arquitectónicas. Pero, lo dicho, hay que seleccionar y nos fuimos directamente al teatro, ese lugar en donde se celebran hoy los afamados festivales. La maravilla que puede contemplarse en la foto, con su columnata, el dintel sobre el que hay una estatua de Némesis. Si uno no siente que algo inefable lo embarga, dé la vuelta y busque la estatua de Margarita Xirgu que hay en la parte posterior del teatro. Al parecer, otra gran actriz, María Guerrero, había intentado representar en este incomparable escenario, pero el celoso conservador de la época, alarmado por los decorados que traía aquella, lo impidió. Sin embargo, donde Guerrero fracasó, triunfó la Xirgu, gracias a su minimalismo, pues prometió no llevar decorado alguno, ni siquiera iluminación. Y así, en 1933, por primera vez en más de mil años, se representó en vivo en Mérida la Medea de Séneca, en traducción de Miguel de Unamuno y bajo la dirección de Cipriano Rivas Cherif, el cuñado de Azaña, quien ha dejado escrito un recuerdo imborrable de aquel acontecimiento. Margarita Xirgu, claro, interpretó a Medea y Enric Borrás, a  Jasón. Una prueba más de lo que fue la República. Luego vino la guerra civil y la barbarie fascista. Pero desde hace años las gentes podemos ver teatro en Mérida en esos magníficos festivales que, en realidad, inauguraron Xirgu, Unamuno, Rivas Cherif y, por supuesto, Séneca.