Aquí mi artículo de hoy en elMón.cat. Lo escribí y se publicó antes de que la asamblea de la CUP concluyera con un nuevo "no" a la investidura de Mas. No preciso añadir ni quitar nada a su contenido porque, aunque tengo mi opinión personal respecto a este asunto de la investidura, no se la diré ni al cuello de mi camisa, porque no es cuestión mía mezclarme en procesos ajenos. Simpatizo con la causa independentista catalana, pero creo que estos asuntos de táctica no me competen. Me interesa el objetivo estratégico. No obstante, como observador participante en el asunto y partidario de la CUP, supongo que su decisión levantará ronchas y habrá cruce de acusaciones de todo tipo. Yo mismo ando ya rascándome el caletre para escribir el post de mañana de Palinuro. No será fácil. Pero voy adelantando que lo haré acogido a un dicho que se atribuye a Marilyn Monroe un día que se retrasó mucho en una cita con el presidente Kennedy y este protestó, a lo que ella le respondió: Vale la pena esperar lo que vale la pena conseguir.
A continuación, la version española del artículo:
La CUP y el payaso.
Cataluña está viviendo un momento crucial de su historia. Por primera vez hay una mayoría independentista en el Parlamento y quizá también por primera vez pueda tener un gobierno de la misma orientación. El proceso hacia la independencia, sobre el que han vertido todo tipo de ironías y sarcasmos quienes se sienten más a gusto en la dependencia, ha sido hasta ahora, está siendo y será un camino difícil, escarpado, lleno de trampas, acechanzas, desengaños y provocaciones. Nadie esperaba otra cosa.
Cambiar una situación tan enquistada, con raíces tan profundas; mover una realidad consagrada durante siglos, por injusta que sea, no es tarea sencilla que pueda acometer cualquier advenedizo por un capricho pasajero. Alterar un equilibrio de intereses creados, con un reparto de beneficios que no se discute porque es lo que ha sido toda la vida, requiere valor. Es obligado enfrentarse y responder a las tarascadas de quienes defienden un orden en el que se sienten a gusto y no permiten que se pueda cuestionar. Porque todos se declaran dispuestos a mejorar el statu quo social y nacional. Todos se llenan la boca con la palabra mágica cambio, la clave de la acción política. Pero todos se oponen a él, lo niegan y lo rechazan cuando alguien lo propone en serio.
Abrir un horizonte nuevo a un pueblo obligado a compartir una historia por la violencia, la tradición o la inercia es uno de los programas más radicales y trascendentales que pueda darse en la vida colectiva. Cuando una nación se encuentra en esa encrucijada, cuando de la decisión que tome en ese momento dependerá su futuro por largos años, hay un sentido especial de la responsabilidad que recae sobre quienes tienen que pronunciarse.
No tengo duda de que los delegados en la asamblea de la CUP de hoy son conscientes de la importancia decisiva de su deliberación. A ella se ha llegado tras haber concluido un periodo previo de debates en los que no ha quedado argumento por esgrimir ni cálculo por hacer. La última objeción de carácter cuantitativo de si es de recibo que una minoría (y una minoría radical; por eso es minoría) condicione la decisión de una mayoría ignora dos posibles respuestas. En primer lugar una colectividad mide su categoría por el trato que dispensa a sus minorías, la importancia que les reconoce y la demostración práctica de que esa importancia no es retórica sino real y efectiva. En segundo lugar, normalmente quienes objetan al peso dado a la opinión y decisión de una minoría son quienes ocultan el hecho de que lo que llaman “decisión de la mayoría” mucha veces no es otra cosa que la decisión de uno solo apoyada por un aparato y una red de intereses.
El destino de Cataluña depende de lo que decida hoy una minoría. Como siempre en la historia de la humanidad. Nada nuevo. Así que sosiéguense los ánimos y confíese en que la minoría sabrá adoptar la mejor decisión para los intereses generales.
Entre otras cosas porque lo que espera ahí fuera no es la calma chicha del statu quo en un mundo apacible, sino una reacción ciega y furiosa, dispuesta a recurrir a los medios más inmorales y abusivos a fin de que yugular un movimiento popular e impedir que se reproduzca. Guerra sucia desde las cloacas del Estado, amenazas, calumnias, presiones, arbitrariedades, violencia, intervención y toneladas de insultos y mentiras desde una red de medios financiados por los grandes capitales y los fondos de reptiles.
Todos los aparatos ideológicos del Estado se han puesto en marcha para machacar el independentismo catalán. Una de sus tácticas favoritas consiste en negar que se trate de una aspiración social, de un movimiento de millones de personas, de una confluencia de entidades, asociaciones de la sociedad civil y partidos políticos, de un sentir popular, para reducirlo al capricho personal del señor Mas, un subterfugio para mantenerse en el poder, una huida hacia delante a fin de escapar a su responsabilidades, una innoble manipulación de la opinión. En esa línea de ataque personal, de infame argumento ad hominem de la literatura más panfletaria, un columnista catalán que escribe en El País, el principal órgano del nacionalismo español, resume su lamentable diatriba llamando a Mas “payaso”
Este país está hoy gobernado con mayoría absoluta por un hombre (apoyado en una presunta banda de malhechores) que llegó al poder diciendo exactamente lo contrario de lo que hizo, que no da ruedas de prensa, ni comparece en el Parlamento, que desprecia a la oposición, no conoce más lengua que la suya (y no muy bien) y no sabe hablar en ninguna; que no sabe leer ni su propia letra; que ha cobrado sobresueldos de procedencia dudosa, paga la medicación de su padre con cargo a los presupuestos del Estado, intercambia mensajes de aliento con presuntos delincuentes, miente en sede parlamentaria y no parlamentaria, no dice sino sandeces una detrás de otra, supedita los intereses del país a los de su partido y los suyos propios, personifica la corrupción generalizada, el espíritu más retrógrado y estúpido del nacionalcatolicismo de siempre y es el hazmerreír de la comunidad internacional. Pero de este no se dice nada, del que por su pura incompetencia ha llevado el país a la ruptura, no se dice nada.
El payaso es el único que se opone de verdad a este bochornoso desgobierno, el que lucha contra todos los elementos furiosos por una idea de país y nación, el que respeta la voluntad democrática, se expresa con corrección, habla varias lenguas, cuenta con reconocimiento internacional, está procesado por sus ideas y corre riesgo real de ir a la cárcel.
Tengo mucho respeto por la noble profesión de payaso y jamás utilizaré ese nombre como un insulto. No quiero parecerme a los insoportables señoritos que lo hacen.