Pedro y Pablo son los dos grandes pilares de la Iglesia. Cuando, la de Jerusalén, los pilares eran cuatro, Pedro, Pablo, Juan y Santiago. La de Roma se ha quedado con los dos más importantes, Pedro y Pablo, tan importantes que personifican el supuesto en que excepcionalmente la Iglesia admite la disolución del matrimonio válido, el llamado "privilegio de la fe", que se subdivide en privilegio paulino y privilegio petrino o privilegio de Pablo y privilegio de Pedro.
Pedro y Pablo, los apóstoles por excelencia. El uno, sencillo hombre del pueblo, pescador de profesión en quien Cristo confía tanto (a pesar del tercer canto del gallo) que le entrega las llaves del cielo, con las que de siempre se representa al hijo de Jonás. El que hace y deshace aquí en la tierra. Pablo, el fariseo azote de Dios, culto, refinado, políglota, a quien Cristo, que lo reclutó ya desde las alturas, confió la tarea de convertir a los infieles, sin duda con la misma espada que antes usaba para perseguir cristianos. Siempre se le representa con ella.
Las llaves y la espada. Las llaves guardan la casa; la espada la defiende y ataca la vecina. Orden, defensa y ataque. La vida misma de la Iglesia militante.
Militancia e intensa es la de estos otros dos Pedro y Pablo. Los dos jóvenes, nuevos, impetuosos, con un punto de caudillismo y bastante carisma, aunque de especie y especia distintas. Pedro, al frente de una de las organizaciones políticas más longevas del país, siente el peso de la estirpe y agita las llaves de un baluarte medio destartalado en un escenario en el que se encuentra a gusto pero desearía reformar. Lo suyo es una tarea de orden y defensa. El ataque viene del lado de Pablo, quien blande la espada al asalto de un orden anquilosado que él reputa desorden por estar basado en la injusticia. En realidad, antes que asaltante, se ve como defensor de los débiles, pero aplica la acrisolada doctrina de que la mejor defensa es un buen ataque.
Los dos están movidos por una firme voluntad de ganar. Pablo, como es primerizo y procede de la marginalidad, lo dice más veces, para hacer verosímil la victoria. Pedro, más del mainstream institucional, da por supuesto el conocimiento universal de su voluntad y su seguridad de ganar.
Son dos buenos apóstoles de sus causas. Harían bien en hablar alguna vez y conocerse. A lo mejor no se veían como tan rivales. Quizá se confesaran el uno al otro sus carencias. Sobre todo las dos más evidentes y que más coartan sus posibilidades de afirmarse como opción ganadora y/o hegemónica en la izquierda. Esas dos deficiencias que los muestran como apóstoles manqués.
En el caso de Pedro se trata de la calidad de su labor de oposición parlamentaria. No hay ninguna razón válida para no presentar una moción de censura. Odón Elorza la ha pedido. Pero no he visto que nadie se haya dado por aludido, ni que nadie haya planteado un debate serio (y breve) sobre el asunto. Sin embargo, los últimos desarrollos procesales, así como la cascada de escándalos de corrupción que ahora vuelven a tocar a la inenarrable señora Barberá, muestran que la situación política es insostenible. Este gobierno no solo carece de legitimidad y autoridad sino que ni existe. El Parlamento, tampoco. El país está en manos de una asociación de gentes absortas en su supervivencia procesal, preparando febrilmente elecciones para perpetuarse en el poder con las prácticas que les son habituales. La moción de censura es una medida obligada de la oposición para dar al país a conocer que, en mitad de este increíble gatuperio, hay una opción alternativa viable. No hacerlo es un abandono irresponsable o algo peor.
La carencia de Pablo es no haberse distanciado claramente de la opción política más o menos comunista de IU. Bien por afinidades electivas, por formación, talante o memoria, el fundador de Podemos no ha conseguido evitar el abrazo "fraternal" de esa izquierda que se llama a sí misma transformadora cuando no ha transformado nada nunca. No se ha atrevido a matar al padre. O al abuelo. Al contrario, ha mostrado su veneración por este y se ha dejado ungir por él como la verdadera izquierda, cuya fórmula solo él conoce. Sin embargo, la fuerza de Podemos era crear una opción democrática radical, separada de la socialdemocracia y del comunismo o neocomunismo. Un nueva izquierda. Pero no había tal. La decantación por una de las viejas ha sido patente y se ha mostrado en que todos los ataques han ido dirigidos al PSOE. No al PP. El PP aparece cuando se recita la fórmula PPPSOE o la del "bipartidismo", música celestial para sus conservadores oídos sobre todo cuando el fanatismo lleva a los de Podemos a adjudicar al "bipartidismo" la pérdida de los 17 escaños del PP. No valoro la cuestión de la armonía entre las corrientes políticas internas de Podemos. No hace falta. Si no se produce una identificación de una izquierda autónoma, propia, sin servidumbres doctrinarias, libre y con principios, lo interno será tan irrelevante como lo externo.
Si los dos apóstoles quieren llegar a donde se proponen tienen que soltar lastre.
La primera foto es de PSOE Extremadura, con licencia Creative Commons; la segunda, otra de Olaf Kosinsky / Wikipedia, también con licencia Creative Commons.