María Luz Morán (Coord.) (2013) Actores y demandas en España. Análisis de un inicio de siglo convulso. Madrid: La catarata, 238pp.
Esta crisis tan prolongada y profunda está teniendo consecuencias notables en las pautas sociales, las formas de acción, las respuestas institucionales, las tácticas de los agentes que se habían dado por supuestas en los años anteriores. Nuestros sistemas políticos están cambiando a ojos vistas. Aparecen nuevos actores; los antiguos cambian de tácticas o se transforman ellos mismos; surgen otras demandas; se recurre a repertorios distintos. La sociedad española marcha a ciegas por una camino nuevo, en un clima de creciente conflicto social, sin que nadie tenga prestas fórmulas para resolver los problemas y, menos que nadie, el gobierno y el parlamento.
Por eso es muy de celebrar que se haya acometido una tarea analítica de la situación desde una perspectiva académica, sistemática a la par que distanciada y objetiva. Es lo que ha hecho María Luz Morán, reuniendo un grupo de excelentes profesionales y encomendándoles una especie de informe o estado de la cuestión en las diversas realidades que articulan el sistema político. Hay, así, un capítulo dedicado a los inmigrantes, otro a los hackactivistas , otro a los jóvenes, a los partidos políticos, a la prensa, a la Iglesia, el antiterrorismo y el movimiento de los indignados. Se corona el manojo con un brillante capítulo de síntesis teórica a cargo de Gil Calvo, cuya lectura por sí sola ya justifica la de todo el libro.
El capítulo de la inmigración (E. M.Coppola y A. M. Pérez) estudia con tino la distinta percepción del fenómeno inmigratorio con el agravarse de la crisis, tanto en la opinión pública (p. 21) como en los partidos políticos (p. 22), da fe de la debilidad de las demandas de los actores en tiempos de crisis en que prevalece el silencio sobre la inmigración (p. 32), lo cual puede ser hasta prudente si se piensa en lo que los autores llaman la "fractura del muro de contencion", cosa que se ve en la aparición de Plataforma per Catalunya (p. 34).
Es muy interesante el capítulo sobre hackactivistas (J. M. Robles, D. Redondo, A. Rodríguez y S. De marco) porque confirma el avance en el estudio de esa política nueva que es la ciberpolítica. De hecho el libro entero acusa esta orientación pues, aunque solo un capítulo se ocupe en concreto de los indignados, todo el estudio está, en el fondo, a la sombra de estos. Poner el foco en los hackactivistas que son, obviamente, actores nuevos, está bien. Pero dado que el sujeto del nuevo ámbito digital es el internauta, convendría especificar las diferencias entre ambos pues si todo hackactivista es un internauta, la proposición inversa no es cierta. Surgen entonces preguntas bien interesantes: ¿cuándo pasa un internauta a ser un hackactivista? ¿Qué cantidad de hackactivismo hay en internet?
El estudio sobre los jóvenes (J. Benedicto y M. L. Morán), bien provisto de datos, expone las dificultades, los problemas y preocupaciones juveniles (p. 66) con notable fuerza de convicción, estudia los obstáculos actuales a la politización de las demandas juveniles (p. 71) y concluye considerando la posibilidad de que estas insuficiencias generen una sociedad débil (p. 76), interesante concepto sobre el que aún cabe reflexionar.
En cuanto a los partidos políticos (E. del Campo) pinta un panorama crítico, casi agónico de los partido políticos, cuyo deplorable comportamiento general (incumplimientos en especial) les ha ganado la desconfianza de la gente, su desafección, la aparición de movimientos como el de Beppe Grillo (p. 90) o los indignados, con su fuerte orientación apartidista. Del Campo advierte que la sociedad ha sabido adaptarse mejor que los partidos y recomienda a estos que aprendan a actuar en la red (p. 105). En realidad, hacen lo que pueden. Pero tienen difícil adaptación y, sin embargo, es imperativo que lo logren. No se ve por qué internet obliga a las profesiones a reinventarse (los periodistas, los profesores, los abogados, los traductores, los arquitectos, etc) pero no a estas venerables instituciones partidistas que vienen del siglo XIX. Tiendo a ver el Movimiento Cinco Estrellas más como un heraldo del futuro que como un síntoma pasajero de una crisis.
El ensayo sobre la prensa tradicional en España (A. R. Castromil y J. Resina) trae de nuevo los indignados a escena para aquilatar el comportamiento de la prensa tradicional y considerarla deficiente hasta el punto de plantearse la pregunta que se alza en todas las redacciones: ¿son las NNTT un substituto mediático? (p. 115) Sus ventajas son indudables y los autores las analizan con detalle y acierto y especial tino al dar cuenta de la polémica entre ciberoptimistas y ciberpesimistas (p. 118).
El capítulo sobre la Iglesia (J. de Andrés) es un estudio densísimo que, en muy breves páginas, sintetiza el sentido completo de la acción de la Iglesia en los últimos años, su panoplia de repertorios y el carácter de sus demandas. Un capítulo así solo puede ser el resultado de una trabajo de años, metódico y muy bien indagado. Es imposible dar cuenta de la riqueza del estudio. Señalo tres hallazgos entre otros muchos: el uso de las misas (cuatro en total) como hitos que permiten observar la acometida de la Iglesia en pro de la "reevangelización de España" (p. 134); los repertorios de actuación según que la Iglesia actúe como grupo de presión o como Estado (p. 146); la sutil clasificación de las demandas de la Iglesia, coronadas con el binomio matrimonio-patrimonio (p. 151). Hay que leerlo.
El trabajo sobre el antiterrorismo (L. F. de Mosteyrin) que antaño hubiera narrado explosiones y atentados, versa ahora sobre el ocaso del terrorismo. Registra el momento del giro con los hechos que condujeron al Foro de Ermua y la aparición de ¡Basta Ya! (p. 166) (por cierto, reaparecido recientemente) y que fueron el inicio de la política de tolerancia cero, alimentada asimismo por el impacto del 11-S. Está muy bien el tratamiento del todo es ETA y la doctrina de los círculos concéntricos del juez Garzón (p. 172), a quien el destino reservaba una jugada. Y está muy bien asimismo que se contrapongan los argumentos a favor y en contra.
Por último, el estudio sobre los indignados propiamente dichos (P. L. López) aborda el fenómeno desde la perspectiva del empleo político de los espacios públicos. La calle es nuestra (p. 192) y, a este grito, se traza la historia de los indignados españoles desde el barrio Malasaña al 15-M en la tarea de construcción de espacios simbólicos (p. 196), lugares para una nueva forma de acción política. La importancia de las NNTT en el movimiento indignado no puede exagerarse (p. 199). Por supuesto que no. Un ciberoptimista como Palinuro sostiene incluso que los indignados son la personificación de los actores en ciberpolítica.
El epílogo, Dramatizar la agenda. La construcción performativa del antagonismo (E. G. Calvo) es un intento de síntesis teórica de alto vuelo. El fin de siglo coincide con la crisis de la democracia volátil (p. 217) que, supongo, tendrá algo que ver con la sociedad débil de Benedicto/Morán. En apoyo de la idea, Huntington, Giddens, Manin. Yo hubiera añadido la liquidez de Baumann, para hacer más redondo el espejo postmoderno. La crisis de la sociedad se articula en los tres factores de la mercantilización, la mediatización y la deslegitimación. Un juicio tan certero como penetrante. La reacción nos lleva directos al terreno de los superlativos esdrújulos o el campo de los novísimos, novísimas respuestas a la crisis; novísimos movimientos sociales, detectados de la mano de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau (p. 224), pues los nuevos movimientos sociales, lexicalizados como tales, son cualquier cosa menos nuevos; novísimos repertorios retóricos. Sin ir más lejos, FB y no hablemos ya de Twitter, allí donde se produce lo que anuncia el título del ensayo: el encuadre antagónico, el ciberactivismo y el giro performativo (p. 225), convenientemente apoyado en los elementos de toda performance de Jeoffrey Alexander (p. 232). Un trabajo bien interesante y, como dicen los blogueros, muy currao.
Todo el libro es muy interesante e innovador.