En medio de la peste a corrupción del patio hispánico, el conflicto territorial sigue ganando ímpetu, la bola de nieve que baja por la ladera cada vez es más grande. Ayer el Parlamento catalán aprobó una declaración política de soberanía por una mayoría de dos a uno. No aplastante, pero considerable. La declaración está redactada en unos términos grandilocuentes, que reflejan la conciencia de sus señorías de estar siendo protagonistas de un momento trascendental en la historia de su país, su conversión de nación en Estado, su surgimiento como un "sujeto político y jurídico nuevo" en el concierto europeo, de igual a igual. Catalunya, nou Estat d'Europa, reza la leyenda de la imagen. Quiere ser una declaración de independencia, pero sin mencionar la palabra.
Del lado español, se ignora el carácter fundamental(ista) del reto catalán y se aborda con un business as usual, atendiendo a los hechos concretos a cortísimo plazo. Margallo subraya que la declaración carece de efectos jurídicos y, por lo tanto, no le preocupa. Ya tiene gracia ver precisamente al ministro de Asuntos Exteriores opinando sobre el secesionismo catalán. Pero el interesado no parece haberse percatado de ella. Tiene poco sentido del humor. Ignoro por qué el ministro hace de menos los efectos "políticos" cuando la declaración anuncia la intención de realizar un acto jurídicamente vinculante, bajo la forma de una consulta. La intención ya surte efectos jurídicos, como es sabido.
En todo caso, es preciso vigilar esa visión a corto plazo para no desbarrar. Palinuro confiesa que prefiere abordar la cuestión desde la perspectiva a largo plazo, más general, más en el debate de las ideas, de los proyectos. A ello promete dedicar la entrada de mañana. Ahora, sin embargo, es preciso decir algo sobre el modo este regate corto de abordar la cuestión del gobierno español.
Rajoy hace saber que analizará la declaración de soberanía y no descarta tomar "medidas". Una declaración típica por lo desconcertante. La experiencia, no obstante, viene en nuestro auxilio y nos muestra cómo las "medidas" de Rajoy se moverán en el campo de la advertencia, la amenaza, la prohibición, la represión, la negación. En esta actitud de rechazo y cierta prepotencia, el gobierno cuenta con el apoyo del PSOE, que se niega a oír hablar del derecho a decidir de los catalanes. Ahí hay un punto de ruptura del socialismo hispano muy grave porque, si el PSOE pierde el apoyo del PSC, puede despedirse del gobierno de España. Pero ese es un asunto que concierne a los socialistas.
Seguramente, la actitud de rechazo encenderá más los ánimos catalanistas y enconará el conflicto. Para evitar la escalada ¿no cabría hacer un esfuerzo para que las "medidas" del gobierno central incluyeran alguna de carácter positivo, constructivo? Negociar a palos no es negociar. Conviene tener alguna oferta que pueda interesar a la otra parte. Por ejemplo: si el Parlamento catalán pide un referéndum de autodeterminación, ¿no podría el Estado proponer un referéndum en toda España sobre la convocatoria de una Convención constitucional para debatir y acordar una nueva organización territorial de España? La secesión unilateral tiene mucho de traumático y hace caso omiso de una historia centenaria común que quizá merezca una última oportunidad. La de todos los pueblos de España reunidos en una convención constitucional para acordar libremente si quieren seguir unidos, cómo o si cada uno quiere ir por su cuenta. Es una propuesta, a ver si conseguimos evitarnos el drama nacional perpetuo a cambio de una Convención.
Cuando las cosas se ven en el corto plazo de si Duran se enfrenta con Mas o unos diputados rompen la disciplina de voto, lo anterior puede resultar algo extraño. Por eso promete Palinuro tratar la cuestión catalana mañana desde su perspectiva, el largo, muy largo plazo. Al fin y al cabo, una nación no se hace en un día. Ni se deshace en un día.
(La imagen es una foto de procsilas, bajo licencia Creative Commons).