La recién comenzada campaña electoral catalana gira en torno a dos puntos: la crisis y el nacionalismo catalán convertido al independentismo.
Entre los dos se ha colado la huelga general de mañana que tiene los ánimos bastante caldeados pero que es un hecho transitorio. El día 15 se hará recuento (diametralmente opuesto el del gobierno al de los sindicatos) y se plantearán unas medidas. Y, enseguida, de vuelta a las elecciones catalanas.
La crisis. Una de las acusaciones más frecuentes a los gobiernos español y catalán es que se han encrespado en el corral a cuenta de la independencia para ocultar ambos sus nefastas políticas de recortes, reducciones, cierres. Quizá sí. Pero no les sale. La crisis está presente en primerísimo plano a través del problema de los desahucios que son consecuencia directa de aquella. Es decir, no se habla de crisis ni se blanden términos casi extraterrestres, como prima de riesgo. Se habla -y se oye, se ve, se palpa- el drama humano concreto, en tu escalera, en tu acera, en tu barrio, en tu ciudad, familias enteras a la calle con sus enseres y sin tener a dónde ir. Es la crisis, pero la crisis en su rostro humano, de impacto directo, con suicidios. Algo que ha obligado a los dos partidos mayoritarios a hacer como que hacen algo. Obliga a la acción. Por fortuna parece que son los bancos quienes han acordado la moratoria que los señores legisladores no han tenido en valor de imponerles. Lo cual recuerda el espectáculo de los ricos pidiendo que les suban los impuestos. Una vergüenza.
Pero, además de mover a la acción, esta prueba tener un aspecto teórico que debe subrayarse. El fracaso rotundo de la ideología neoliberal. Dejado el sistema, el mercado, a sí mismo, lleva a la injusticia, a la miseria y, probablemente, a un estallido social, como el que se apunta en un país en donde el sindicato de policía ya dice a sus afiliados que no ejecuten los desahucios y vecino a otro, Portugal, en donde los militares avisan al gobierno de que no cuente con ellos para reprimir al pueblo. ¡Hasta los bancos comprenden que hay que intervenir en el mercado antes de que todo se vaya al garete! El integrismo neoliberal debiera reflexionar sobre esta cuestión en lugar de seguir arrimando la tea a la yesca.
Independentismo. Pues claro que Mas está obligado a envolverse en la cuatribarrada y a sacar a su pueblo del yugo hispánico. Ha olido que es lo que va a darle más votos. Un debate sobre su gestión en política económica no le sería beneficioso y el hombre se presenta a ganar las elecciones, no a perderlas. La invocación a la nación tiene siempre algo profundo, casi telúrico, muy simbólico y tiende a hacer tabla rasa de las otras diferencias que separan a las gentes en ricos y pobres, creyentes y no creyentes, de izquierdas y de derechas. !Catalans -diría el Marqués de Sade- encore un effort si vous voulez être républicains!. Aunque me temo que, si los catalanes se sacuden la Corona, la sombra del altar seguirá siendo muy larga. En todo caso, Mas tiene que aunar los tonos mesiánicos con el posibilismo más práctico y ramplón. Que no lo acusen solo de loco incendiario. Además, piénsese bien, los trémolos nacionalistas del president estarán justificados tanto si gana, para exigir lo más como si pierde, para exigir lo menos. Pero siempre para exigir. Se acabó el tiempo de la Cataluña dócil.
Los nacionalistas españoles, el PP y el PSOE coinciden en tirar contra Mas por inoportuno, boicoteador, iluso, visionario, Moisés, caudillo, hipernacionalista y qué sé yo. Van al ataque frontal, entran al trapo, exactamente lo que Mas quiere para presentarse como el San Sebastián que recibe los flechazos con que las huestes castellanas pretenden sojuzgar el orgulloso principado. Ninguno de los dos habla de autodeterminación. No parecen haber escuchado siquiera el término. Si acaso se especula con que un hipotético referéndum sería referido al Tribunal Constitucional y aquí paz y después gloria.
Por fortuna en Cataluña está el PSC que, con bastante más juicio que la dirección federal, quiere ser el puente de unión entre los dos nacionalismos. Postula el referéndum de autodeterminación y (es de suponer) respetará su resultado, pero se declara partidario del mantenimiento de España. Esa es exactamente la posición de Palinuro que es un nacionalista español demócrata pues reconoce el derecho de autodeterminación de las demás naciones, pero aboga decididamente por el mantenimiento de la nación española en su actual configuración. Palinuro entiende que es mejor pertenecer a una nación a la que todos sus componentes son leales que a una que obliga a otras naciones a aceptar su dominio.
Una actitud tan abierta, moderada y sensata debiera garantizar un fuerte apoyo electoral al PSC. Pero las cosas son como son y se le pronostica poco menos que el hundimiento. Parece como si se diera una polarización social, bloque catalanista contra bloque españolista. A esta situación de enfrentamiento se llega gracias a las actitudes intransigentes de la derecha española que suele llevar en el furgón de cola al PSOE, temeroso de enemistarse al electorado españolista. Esta hostilidad provoca la natural reacción defensiva de cerrar filas en torno al portaseñera. Si se quiere un ejemplo de lo mal que se pueden hacer las cosas, tómese el reciente propósito del ministro de Cultura de españolizar a los niños catalanes y mírese con ojos catalanes leales a España: Ostis, tú, que dice el ministro que no somos españoles. ¿Pues qué somos?