Se quejaba Rubert de Ventós hace unos años en un estupendo ensayo sobre España de que la mentalidad mesetaria y castellana diera por hecho que El caballero de la mano en el pecho es el símbolo de lo español. Llevaba razón. Justo por aquellas fechas (seguramente los ochenta del siglo pasado) se reeditaba una colección de ensayos de Julián Marías sobre el ser y el estar de los españoles y la ilustración de la cubierta era el famoso lienzo del Greco, pintado en una espléndida madurez del artista.
Pero es cierto. ¿Por qué el caballero de la mano en el pecho? Hay otros símbolos de España también muy usados y generalmente admitidos, por ejemplo, el flamenco, aunque este es más para entendidos y, en otro orden de cosas, las corridas de toros que son más bien para desentendidos. Supongo, no obstante, que ninguno de los dos agradará a Rubert, quizá el flamenco, a fuer de intelectual..
El problema parece ser que no hay un emblema de España que contente a todos los españoles, bastante de los cuales, por cierto, empiezan por avisar de que el empeño es inútil ya que ellos no son españoles. En realidad los españoles tenemos una conciencia de nosotros mismos que podríamos llamar por defecto. No habiendo sido capaces de elaborar un relato fundador de la nación aceptado por los demás, hemos dado no en hablar de lo que somos sino de lo que no somos o no hemos llegado a ser. Además, con el complejazo de inferioridad que arrastramos al compararnos con los otros pueblos europeos, acabamos enzarzándonos entre nosotros y culpándonos mutuamente del fracaso, cosa muy enojosa pero imposible de evitar, según se ve.
Todo el mundo dice que el éxito de la transición fue la incorporación de España a Europa. Es espléndido que podamos hablar impávidamente de la incorporación a Europa de un país europeo. Pero dejémoslo estar porque se arma.
La integración en Europa nos ha obligado a adaptar nuestras instituciones y bastantes mores a las pautas europeas. Pero el invento no pàrece funcionar, probablemente porque, además de adaptar las instituciones, haya que cambiar las mentalidades y eso, ¡oh dioses inmortales!, es una quimera. El ministro noruego del Interior ha dimitido porque se ha probado que la matanza de hace dos años en la isla de Utoya se pudo evitar. Aquí, en España, no dimite nadie nunca. Ni Prestiges, ni Yaks 42, ni metro de Valencia, ni incendios de decenas de miles de hectáreas, con pérdidas de vidas, nadie. El caso del ministro Arias es tan español como Rinconete y Cortadillo. Además, se les parece, con unos años más. El ministro se llama andana, como si los desastres no fueran de su incumbencia y, para mayor estupefacción general, se planta en Cádiz a ver una corrida de toros en compañía del Rey, gran amante de los animales, como se sabe.
Los toros.
Según el gobierno, son el símbolo típico de España, su élan vital. Pero eso no es cierto. En Finlandia hay renos, que son suficientemente extraños, pero los finlandeses no los tienen como el emblema del país y mucho menos los matan previa tortura en un coso. Ahí está la trampa: lo simbólico de España no son los toros sino el modo de matarlos, las corridas. Pero esa es mala base para vender la mercancía de que las corridas sean patrimonio cultural. En consecuencia, los aficionados a este espectáculo no emplean la palabra y hablan de fiesta y hasta Fiesta Nacional. Siempre que llueven mayúsculas la cosa empieza a ponerse fea. Por el mismo motivo esos aficionados a ver cómo se tortura a los animales se llaman a sí mismos taurinos y hasta taurófilos, que ya es retorcer las palabras.
¿No es esto español?
Se dice una cosa, se piensa otra y se hace una tercera. Pero no sucede nada. En Japón se convocan elecciones anticipadas porque el gobierno ha incumplido un compromiso programático. Aquí se pulveriza el programa íntegro, pero de elecciones el gobierno no quiere ni oír hablar.
Es prácticamente imposible calcular las consecuencias del propio comportamiento porque el del conjunto es imprevisible, con lo cual es frecuente que los individuos actúen de modo precipitado, impremeditado, haciendo así más imprevisible el comportamiento colectivo que tanto fastidia. Pregunte el amable lector a las gentes en torno suyo cuántos votaron al PP. Respuesta: nadie.
Todo es azaroso, nada es seguro, la palabra no vale nada, no hay certidumbre en cosa alguna. Es lo mismo que sucede con Julian Assange en Londres; solo que allí es excepcional y aquí, es la norma.
Tómese el caso del preso de ETA, enfermo terminal de cáncer. Ha sido necesaria una movilización social amplísima para que el gobierno, en el último instante y a regañadientes, conceda el tercer grado a un recluso que tiene derecho a él porque así lo previene la legislación vigente y lo ordena la humanidad. No hay derecho a dejar morir entre rejas a nadie. El hombre nace libre, decía Rousseau. Dejadlo morir libre haya hecho lo que haya hecho.
Sin embargo, la Asociación de Víctimas del Terrorismo ha reaccionado con virulencia, con acusaciones potentes como balas dum-dum: traición a las víctimas, a los muertos, a España. Expresiones que el hoy presidente del gobierno profería no hace mucho con gran indignación.
Ponerse a reñir sobre el cuerpo de un agonizante, pelear por principios huecos con ignorancia de los seres humanos concretos, ¿no es también muy español?
¿Y no es muy española la falta de sensibilidad de Cospedal al decir que el gobierno no dejará a ningún español en la cuneta? ¿No pudo decir "en la estacada"? ¿Tan corta de léxico es? ¿Tenía que ser cuneta en un país cuyas cunetas están erizadas de españoles asesinados y arrojados a fosas comunes por los antecesores ideológicos de Cospedal? Y esto no es una fantasía al estilo de las de la propia Cospedal, cuando dice que el PP es el partido de los trabajadores, no. El fundador del PP, el hoy difunto Fraga Iribarne, fue ministro de Información y Turismo (o sea, de Ideología) del Caudillo por la Gracia de Dios durante siete años, desde 1962 a 1969 y algo se le pegaría, aparte de lo mucho que traía ya de casa. Aquí la españolidad es doble. Muy español es perseverar en la identificación con la dictadura y no menos que pueda haber políticas como Cospedal.