¿Qué hubiera pasado si, en lugar de resistirse a las presiones generalizadas dentro y fuera de su partido, Griñán hubiera convocado las elecciones autonómicas como solía ser el caso conjuntamente con las legislativas el 20-N de 2011? Que hubiera sido barrido como lo fue el PSOE en el conjunto de España. Que Andalucía hubiera caído en las ávidas manos de Javier Arenas quien aguardaba ansioso su desquite tras tres derrotas electorales. Que Andalucía dejaría de ser lo que es hoy: el único obstáculo real al ejercicio desmesurado del poder del PP apoyado en su mayoría absoluta.
Palinuro no se cansará de repetirlo. De todos los errores cometidos por Zapatero el más grave fue adelantar las elecciones de marzo de 2012 a noviembre de 2011 cuando nada se lo exigía salvo los deseos de sus enemigos de que las perdiera. El PP llevaba pidiendo ese adelantto, como tiene por costumbre, desde el día siguiente a aquel en que perdió las de 2008. Nunca acepta el resultado electoral si no le favorece y lo impugna de inmediato, sembrando dudas sobre su limpieza, apuntando a la teoría de la conspiración o a lo que haga falta: el caso es repetir las elecciones hasta que sea él quien las gane. Pero en 2011 se sumó a la petición Cebrián con un artículo el 18 de julio en El Pais que quedará como un ejemplo de arrogancia, altanería, injusticia y absoluta falta de visión respecto a los intereses generales del país, aunque pudiera estar inspirado, como parece, en la exclusiva atención a los intereses propios que tampoco resultaron beneficiados.
A menos de veinticuatro horas después de las elecciones del 20-N ya estaba claro que estas habían sido un error descomunal y causa del desastre que vive hoy el país, entregado entonces a un grupo de irresponsables sin escrúpulos, dirigido por un demagogo de campanario que carecía de política económica, de todo plan, de toda idea, de toda posibilidad de resolver la situación y únicamente estaba animado por el deseo insaciable de desplazar a los socialistas, aniquilar su obra en materia de derechos y libertades, devolviendo el país al nacionalcatolicismo más cavernícola y ejercer el poder de forma arbitraria.
Griñán no cometió ese error garrafal y las circunstancias le han dado la razón. Es verdad que no es lo mismo Andalucía que España, pero eso no resta mérito a la perspicacia y la determinación del andaluz. Y si los socialistas de la actual dirección tienen todavía un lugar en España en el que pueden hablar porque están en el poder se lo deben a que Griñán no les hizo caso cuando lo presionaban para que convocara elecciones con las generales.
Ahora se lo pagan montándole una disidencia del treinta por ciento en sus filas. Es algo tan estúpido como haber tratado de que hiciera las elecciones el 20-N. Rubalcaba, que no tiene buena sintonía con Griñán, no ha ido al congreso andaluz, no ha querido ir a hacerse la foto del perdedor junto al ganador y ha enviado a Valenciano a hacer una forzada faena de aliño. Es evidente que el PSOE nacional está a disgusto con la figura rutilante de un Griñán que, junto a lo que suceda en Asturias, acapara toda la atención de la izquierda española. Es la apelmazada mentalidad de los viejos burócratas: tratan de afearle el triunfo y restarle ese treinta por ciento de apoyo sin darse cuenta de que es precisamente ese factor crítico el que fortalece al nuevo secretario general.
Es un momento muy interesante pues es claro que la esperanza de recuperación de la socialdemocracia española está en Andalucía, que el PSOE hoy es el PSA y su alianza con IU en la que se contiene el germen de otra mayor a escala nacional mucho más acorde con los tiempos y las circunstancias de España que ese intento oscuro y ambiguo de la dirección nacional de convertirse en el auxiliar del PP bajo la excusa de la necesidad de un pacto de Estado que el PP es el primero en ridiculizar,
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