Vamos a robar unos minutos a la obsesión colectiva con la nueva catástrofe del 98 y considerar un problema de índole moral muy profunda que agita los corazones. Hay en marcha una confusa experiencia gubernativa de poner en contacto las víctimas de ETA con sus victimarios con intenciones nada claras sobre las consecuencias de la práctica en el destino de los presos etarras. A ella dedicaba un artículo en El País Jorge M. Reverte, titulado Las lágrimas de 326 verdugos según el cual no es defendible otorgar gracia alguna a los presos si no median arrepentimiento y delación. A ese artículo responde al día siguiente Euclides Perdomo en su blog AMANADUNU con una entrada titulada Víctimas, presos y chivatos defendiendo lo contrario con duras descalificaciones de Reverte. Creo que, a pesar de todo, Reverte haría bien en contestar para aclarar la cuestión. Puede decirse que no merece la pena porque AMANADUNU es un modesto blog mientras Reverte publica en El País. Pero eso no nos dice absolutamente nada sobre el asunto de fondo. Y suponiendo que nos pongamos de acuerdo sobre cuál sea este.
Conozco a ambos autores, aunque no sé si ellos se conocen entre sí, pero imagino que podrían encontrar estimulante darse réplica y contrarréplica. En cuanto a mí respecta, considero el razonamiento de Reverte vigoroso, claro, pero no convincente. Me inclino más del lado de Euclides, aunque yo no lo pondría en términos tan agresivos, si bien comprendo que, como víctima del franquismo, se sienta personalmente interpelado en la refriega.
Yo tampoco entiendo cómo ha podido Reverte escribir esta pieza. Desconozco su última obra y quizá esté a tono con ella, pero no me parece justa. Euclides predica aquí su indignación como un profeta bíblico por el clamoroso olvido de las víctimas del franquismo, tan víctimas como las de ETA, los GAL, los GRAPO, lo que sea. Porque están desaparecidas. Parecería decirlo Reverte: hay miles de personas en España que no saben ni quién mató a sus familiares ni por qué. Y vuelve a decirlo: Hay miles de personas en Euskadi y también en el resto de España que quieren saber quién mató a sus familiares y por qué. Pero un error de cálculo delata enseguida la desaparición de las víctimas del franquismo: no son miles, Jorge, son decenas de miles, más de un centenar de miles que llevan setenta años esperando saber "quién mató a sus familiares y por qué". Eso, me temo, no se puede olvidar ni hay derecho a pretender imponer el olvido a las víctimas, nos pongamos como nos pongamos. Pero pasa. Y, por donde pasa, lo envenena todo.
Habrá quien diga que esto no vale pues los conflictos morales deben resolverse aquí y ahora; no en el pasado. Hasta cierto punto. Un sistema basado en la amnistía de cuarenta años de dictadura terrorista no tiene la legitimidad intacta. A pesar de todo, puede abordarse como un problema concreto, de hoy. Veamos: ¿se puede negar el derecho de las víctimas a la reparación? No. El problema reside en qué se entienda por "reparación". Según Reverte, se entiende arrepentimiento y delación. Es lo que llama "reparación moral". Lo demás es una burla a las víctimas. No estoy seguro; quisiera escucharlas directamente.
Arrepentimiento y delación son requisitos muy serios en lo jurídico y en lo moral. Además, externamente se da la impresión de imponer condiciones de imposible cumplimiento e, internamente, la de tratar de conseguir la quiebra de la personalidad del etarra que no pueda volver a su pueblo o caserío como un héroe sino como un delator. Y no es de consuelo alguno que quepa la vía de la mentira o el fingimiento pues en cualquiera de los casos la obra destructiva ya está hecha ya que opera sobre la conciencia del sujeto. Delatar a un muerto, como aconseja el pragmatismo, no es válido pues siempre será acusar falsamente a alguien de un delito; o sea, otro delito.
Es un requisito cruel. Innecesario decir que no lo es menos porque el preso lo sea más. La delación que se exige no es la de un delincuente común por otro a quien no conoce, sino algo más: se trata de delatar a alguien con quien se ha tenido una comunidad de espíritu e idea (falsa o errónea es irrelevante), con quien se ha luchado por la misma causa con clara conciencia de sacrificio. Convertir a alguien en delator es, para mucha gente ligada por códigos del honor (o deshonor) del guerrero, matarlo en vida; hacerle comprar su libertad al precio de la de un compañero.
Cabe eludir la cuestión y sus aristas morales llevándola a la del mero cumplimiento de la ley, al margen de las intenciones de cada cual: hay obligación de denunciar los delitos que se conozcan. Punto. Cierto. Pero para castigar el incumplimiento fuerza es probarlo. No hacerlo equipararía el procedimiento penal a una ordalía medieval. Euclides se refiere a la época de Franco con experiencia propia y tiene razón. Pero no es necesaria aquí. Todo Estado democrático reconoce el derecho del acusado a no declarar y hasta a mentir en su propia defensa. Una confesión obtenida bajo amenaza y con el añadido de una delación de terceros no puede servir para condenar a nadie. Eso si se quiere ser justo.
Al tratar de la justicia, reaparecen las víctimas, rodeadas del cariño de la sociedad. Y ¿cuáles son sus derechos? Exactamente los que diga la ley. Si esta es clara, se aplica; si no lo es, que decidan los jueces y, si no pueden decidir los jueces, a lo mejor es una buena idea promulgar una ley particular, especial para regular las gracias y concesiones que el Estado pueda otorgar a los reclusos condenados en firme por delitos violentos siempre que se dé una circunstancia nueva de cese el fuego total, definitivo, comprobable y disolución de la banda armada. Así obtiene un título más general una ley pensada para el caso vasco, igual que se hizo con la famosa Ley de partidos políticos de 2003.
Lo que no parece prudente es dejar el destino de los victimarios en manos de las víctimas y menos de quienes las apoyan o dirigen. Es más, si la nueva ley recurriera a esa práctica sería inconstitucional por llevarnos a un sistema penal bárbaro de expiación de la culpa a manos de las víctimas que impondrían su justicia a la de la voluntad general.
(La imagen es una foto de VinothChandar, bajo licencia Creative Commons, titulada:
United Support For Victims Of Torture - June 26th, 2011, en honor del millón y pico de tamiles asesinados en Sri Lanka).