Ya van viniendo. Ya están aquí. Por fin hablan claramente. Dicen lo que piensan. Y lo hacen. Se consideran ganadores. Se ven gobernando. Llegan seguros de sí mismos. Están orgullosos de ser de derechas. Y más que de derechas. El alcalde del PP de Horcajo de Santiago, provincia de Cuenca, restituye su calle a José Antonio Primo de Rivera, el ausente, primer jefe del fascio español, que vuelve a estar presente, como en los mejores tiempos de Franco.
Cameron se les va a quedar pequeño. María Dolores de Cospedal recortará el veinte por ciento del presupuesto de su Comunidad. Dice que no tocará los servicios sociales básicos, pero los recortes afectan a la sanidad y la educación. A quienes no afectarán seguro será a los gobernantes populares pues ya se han subido los sueldos de los altos cargos de Castilla-La Mancha y han multiplicado el número de estos; ni a los ricos, cuyos impuestos no aumentarán. Para "explicar" las medidas la presidenta ha puesto la tele castellano-manchega en manos de uno de esos periodistas de agit-prop de la derecha sin la menor intención de privatizarla, como dijo. Sería locura, ¿en dónde encontrará mejor aparato de propaganda al servicio del PP, como lo está en Madrid y Valencia y pagado con el dinero de todos? Cospedal añade que el plan será el modelo para toda España y Rajoy avala la decisión. Así que los españoles no podrán llamarse a engaño pues ya conocen la forma de las cosas por venir.
En Madrid la castiza presidenta emplea un tono achulapado pero de postín: se acabó la broma de la Puerta del Sol y, como siempre, se pierde con sus pedanterías. Los manifestantes, dice, quieren transformar Sol en ¡la Bastilla! O sea que su gobierno es la monarquía absoluta del rey Sol y los manifestantes, la revolución francesa. Lo de su gobierno, ella sabrá. En cuanto a los indignados ¡qué más quisieran ellos y, de paso, Palinuro! Tampoco hay aquí trampa ni cartón. El próximo ministro del Interior, según Aguirre, que lo imagina del PP, "hará cumplir la ley", con lo que viene a decir que el actual no lo hace. Además, la presidenta pedirá una policía autonómica. Bien claro está. Se ahorra en educación y en sanidad, pero no en policía, lo que da una idea de cómo encara la derecha la forma de las cosas por venir.
El tono no sólo es duro sino demagógico e irritante. En el conflicto de la educación que se avecina, Aguirre no tiene reparo en asegurar que los profesores trabajan veinte horas por semana, computando como tales sólo las clases. Ignora u oculta que las clases hay que prepararlas... antes de las clases y luego hay que hacer el seguimiento de los trabajos que de ellas se plantean. Una jornada de mucho más de cuarenta horas y que no suele respetar los fines de semana. Es un discurso abusivo, reiterado luego por su aparato de propaganda equivalente al que hace unos años achacaba injuriosamente al doctor Montes la práctica de la eutanasia en un hospital público. Para cargar contra la sanidad y la educación públicas y justificar su estrangulamiento financiero en beneficio de las privadas nada mejor que insinuar que los funcionarios públicos de la sanidad son unos asesinos y los de la educación, unos holgazanes privilegiados. Pero es bueno que se aclare para que, al votar, la gente sepa la forma de las cosas por venir.
Con la derecha pronta al asalto final al último bastión socialdemócrata, la situación de la izquierda es de lamentable desconcierto. La izquierda extraparlamentaria, incluida IU que, a todo los efectos prácticos también lo es, está más dividida y enfrentada que nunca. El estado de salud del frente de unidad de la izquierda que propugna IU lo da la decisión de EQUO de rechazar la lista única para el 20-N. En lo único en que están de acuerdo casi todos los pequeños partidos de la izquierda es que a esa unidad que no van a conseguir no se invite al PSOE, que es un partido de derechas, más o menos igual que el PP. Que Santa Lucía les conserve la vista.
El PSOE está en muy mala situación. Su expectativa de voto es bajísima, ha cargado con el descontento y la hostilidad provocados por las medidas que su gobierno se ha visto obligado a tomar para contener la crisis, a veces al dictado de los mercados, a veces adelantándose a ellos, pero siempre en una dirección impopular. Abunda el resentimiento entre sus votantes y cunde el descontento entre muchos militantes que forman asociaciones y plataformas muy activas en la red. Rubalcaba posee larga experiencia, temple y recursos. Va a necesitarlo todo porque la tarea que tiene ante sí es tan descomunal que si sólo consigue que el PP no alcance la mayoría absoluta, tendrá que considerarlo como un triunfo. La ironía de esta situacion es que el único que puede impedir la mayoría absoluta de la derecha (incluso ganar a su vez, ¿por qué no?) es el PSOE. Ese PSOE contra el que cargan todos.
Por eso es tan curiosa esta inopinada visita a España del sumo pontífice de la indignación, Stéphane Hessel, que viene a meterse descaradamente en política, mucho más de lo que lo haya hecho el Papa, diciendo que no hay que votar al PP. No dice a quién haya que votar, pero sí que él vota al partido socialista francés y que tiene gran admiración por Zapatero y Rubalcaba. En la medida en que este hombre tenga ascendiente sobre el 15-M o los indignados en general, las declaraciones son una bomba. En el movimiento parecen darse dos opciones mayoritarias respecto a las elecciones: no votar y no votar al PP-PSOE. Hessel viene a decir que es recomendable no votar al PP y sí al PSOE. O sea, que no son lo mismo. A lo mejor, si lo dice un extranjero, los que creen lo contrario se convencen de lo contrario de lo que creen. Pero eso es improbable. Contra las creencias no hay razón que valga.