Nadie parece entender lo que está pasando. Los expertos, los legos, los gurús mediáticos, los intelectuales. Nadie. Los más avisados dan lecciones sobre la deuda soberana, las primas de riesgo, los hedge founds, la burbuja inmobiliaria, la financiera, el rescate y el default, o sea, la suspensión de pagos. Pero esas no son explicaciones sino descripciones de los efectos de una causa que se ignora. Sin embargo está claro que algo se ha hecho mal y no funciona, lo que está provocando trastornos que van en aumento.
La crisis, curiosamente, afecta al primer mundo, esto es, los países capitalistas desarrollados, Estados Unidos, Europa Occidental, el Japón, Australia y Nueva Zelanda. Es, pues, una crisis que se desata en los cuatro centros financieros mundiales (EEUU, Unión Europea, el Japón y la China), si bien la China parece haber remontado con cierta celeridad. Es como si el capitalismo estuviera castigándose a sí mismo. Supongo que son las famosas contradicciones del sistema. La fórmula de andar por casa que se empleó en un principio de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades tiene mucho alcance porque puede entenderse de varias formas, no sólo de la económica que es la más evidente. También cabe entender que hemos vivido por encima de las posibilidades de la biosfera; otro argumento nada desdeñable, lo que explica la aparición de los partidos verdes, pero no su peculiar inoperancia.
En el terreno económico eso de por encima de las posibilidades se entiende intuitivamente porque le pasa a cualquiera que haya cometido un error en la vida, un cálculo falso, por ejemplo, que lo arruina. Se ve obligado a reajustar sus posibilidades. Pero esto ahora se predica de los Estados. Son los Estados capitalistas los que han vivido por encima de sus posibilidades, se han endeudado en exceso, han perdido parte de sus ingresos y ahora quizá no puedan pagar sus deudas, con lo que se crea esta espiral absurda según la cual el país en problemas tiene que aceptar condiciones leoninas de rescate que lo sumergen más en la crisis... y más soluciones leoninas. Los mercados no admiten excusas: si se han aceptado las reglas del juego, hay que jugar y ganar o perder. No cuentan consideraciones morales de ningún tipo. Sólo cuenta el beneficio tangible a corto plazo y, al que está caído, se le remata. Los mercados son terroristas.
El Japón lleva diez años languideciente y ha encadenado esta crisis con la que ya tenía de antes mientras que en los EEUU es la crisis la responsable de que el Estado casi haya quebrado. En el ámbito internacional la globalización impide toda previsión a medio plazo. Lo que parece haber es una confusa lucha de divisas entre el dólar, el euro, el yen y el yuan cuyo valor está fijado directa o indirectamente por decisiones políticas. El caso típico, el del yuan que, según todos los demás, se mantiene artificialmente bajo, en detrimento de las otras economías exportadoras.
Y aquí es donde la crisis tiene un aspecto específicamente europeo porque el euro no es una moneda respaldada por una única autoridad política, lo que la hace especialmente vulnerable a los ataques especulativos. La consecuencia de esa falta de autoridad política es un vendaval que está llevándose países enteros por delante, como Grecia, Irlanda y Portugal; antes se había llevado a Islandia, pero ésta no pertenece a la UE. Los siguientes en la lista en pasar por la casa de empeños pueden ser España, Italia y Bélgica. Una UE con seis países en práctica suspensión de pagos no es viable.
Desde sus orígenes la hoy Unión Europea fue una asociación de Estados que trajo bienestar y progreso para todos. España se benefició mucho del ingreso, a pesar de sufrir un periodo de carencia muy largo y aceptar muchas condiciones limitadoras. Los fondos estructurales y los fondos de cohesión fueron una especie de Plan Marshall para el país, como compensación por el que no tuvo cuarenta años antes. Pero la decisión de la moneda única puesta en marcha en 1999 en aplicación del Tratado de Maastricht no fue acertada. No porque no fuera conveniente la existencia de la moneda única sino porque ésta lo era a tipo fijo sobre países con políticas fiscales distintas, con políticas distintas a secas ya que, en principio, son soberanos.
En las condiciones devastadoras de esta crisis es recomendable replantearse las bases de la Unión Europea. Algunos países pueden salirse del euro; incluso la propia Unión puede renunciar a él. Tiene costes, desde luego, pero también los tiene y muy graves la situación actual. Otra posibilidad, que Palinuro considera más deseable, es que la Unión se plantee una nueva reforma constitucional en el sentido del federalismo. El federalismo podría tener dos tipos de Estados, los federados (el continente excepto, quizá, los países nórdicos) y los confederados, o sea, todos los demás. El primer paso sería que la UE como tal respaldara las deudas de los futuros Estados federados. Estos perderían soberanía, lógicamente, en el marco de la federación y nos evitaríamos espectáculos bochornosos como el de esos alemanes pidiendo a Grecia que renuncie a parte de su soberanía porque tal cosa es confundir el federalismo con el neocolonialismo.