Merece la pena reflexionar sobre la relación entre el 15-M y la izquierda. Hay en el movimiento de los indignados factores antipartidistas y antipolíticos que pueden prestarse a equívocos. El más típico, el de la política para los políticos, que son todos iguales, dándose a entender que iguales de marrulleros, poco de fiar y hasta un poco mangantes. Es la actitud de quienes dicen de sí mismos ser "apolíticos" que mayoritariamente derrapan por la derecha. Pero es un factor sin mayor importancia en el movimiento que tiene clara conciencia de ser un movimiento típicamente político, se diría que noble y expresamente político desde el momento en que activa el debate público, abierto, democrático, sobre los problemas de la polis. De este modo carece de interés considerar las relaciones entre la derecha y el 15-M; no las hay salvo que se considere tales la agresión permanente al movimientos: sediciosos, piojosos, guarros, gamberros, okupas, guerrilleros urbanos son algunos de los calificativos que merecen los indignados en el espacio público de la derecha. Las referencias rezuman irritación, asco, odio y corren a una con la permanente exigencia de que las fuerzas de orden público limpien las calles de esta escoria humana que abuchea cacerola en mano a los legítimos representantes del pueblo en sus diversos niveles.
La cuestión se plantea en las relaciones entre la izquierda y el 15-M porque entre ellos hay evidentes paralelismos de discurso. Si no los hay, es porque la izquierda socialista se ha dormido en los laureles y se ha olvidado de sus reivindicaciones de origen, centradas en la lucha por la igualdad, la justicia social, la democracia y el socialismo. Pero, como están ahí, regresan con la memoria y hoy ya es claro que la reacción del socialismo al 15-M es muy distinta, incluso opuesta, a la de la derecha. Una prueba más de que no son, que no pueden ser, iguales. Aunque hay socialistas relevantes de orientación conservadora, como José Bono, empeñado en leer la cartilla a los indignados, en pedirles que dejen trabajar a los diputados y que, si acaso, aprendan maneras, también los hay pragmáticos y con mayor sensibilidad, como Rubalcaba para quien hay que escuchar a los indignados pero sin regalarles los oídos, una recomendación que destila experiencia y temple de político y negociador nato; alguien dirá que de conspirador nato. También, ¿por qué no?
Hay que reivindicar la estética de la conspiración que ha quedado muy tocada con esa manía tan extendida de llamar teoría de la conspiración a cualquier conjunto de sandeces siempre que se envuelvan en algo de misterio. Y no es así. La conspiración es siempre una actividad intelectualmente complicada, que dice ser una cosa pero es otra que vive en dos realidades distintas, la que es y la que ella misma crea. Y recuérdese que la historia no es más que una sucesión de conspiraciones, triunfadoras a veces, como la conspiración de los termidorianos para acabar con el Comité de Salud Pública; otras fracasadas como la Conspiración de la Pólvora de los católicos para volar la Cámara de los Comunes; unas bien reales, como la conspiración de los Idus de marzo; otras imaginarias como la conjura de los sabios de Sión; unas de los nobles del terruño, como la Fronda contra Mazarino; otras de los aristócratas románticos, como la Voluntad del Pueblo de los rusos; y otras de los trabajadores, como la Mano Negra andaluza. En fin que la conspiración es el motor mismo de la historia y por eso no es hacerle de menos llamar conspirador a Rubalcaba, sobre todo en el país de Aviraneta. Fin de la digresión.
Junto a esas dos reacciones, en el PSOE también hay una fuerte corriente de simpatía hacia el 15-M y no sólo entre los seguidores de Izquierda Socialista. Hay muchas afinidades electivas. Todo ello ha actuado para que fuera precisamente Rubalcaba, en el difícil puesto de ministro del Interior, quien impusiera su criterio de no enfrentarse al 15-M solamente como una cuestión de orden público ni utilizar la fuerza para reprimir. Eso tiene su mérito, porque ha sido un difícil equilibrio que, al final, ha beneficiado a todos. Es decir, la actitud del PSOE frente al 15-M y como partido de gobierno que es, es muy aceptable. Como lo es la disposición del Parlamento a escuchar a los indignados. Una sociedad democrática tiene que funcionar así, dialogando.
A la izquierda del PSOE hay otras organizaciones de distinto peso que orbitan de un modo u otro en torno al 15-M como gira la polilla frente a la candela porque, en definitiva, el movimiento es lo más importante que ha pasado en nuestra sociedad y tiempo y es muy difícil que no lo vean como la realización práctica de sus pronósticos y profecías sobre el destino del capitalismo y las nuevas formas de la lucha revolucionaria. Al respecto es inevitable que estos partidos traten de influir, orientar y, en definitiva dirigir un movimiento que no es suyo pero con cuyos objetivos en buena medida coinciden. Y así, en lugar de preguntarse por qué la gente no se afilia a los partidos pero secunda masivamente los objetivos cuando estos los enarbolan formas espontáneas de organización que no son las de siempre, los partidos tratan de conseguir mediante la influencia en el 15-M lo que no consiguen en las urnas presentándose a las elecciones por su cuenta.
Por fortuna las gentes del 15-M parecen poseídas de una santa desconfianza y recelan de todo lo que sea política de partido. Quien más trata de acercar la suya a los indignados, Izquierda Unida, sólo puede hacerlo mediante la actividad personal de sus afiliados ya que la coalición como tal no es bien recibida; no por ser de izquierda o dizque unida sino por ser coalición. Ni un emblema de Izquierda Unida había en la manifa del 19-J, ni una bandera roja. IU y Los Verdes se juran amor eterno al menos hasta las generales de 2012 y asumen los retos del movimiento 15-M. No sé si entiendo bien el término "asumir" pero está claro que lo hacen desde fuera. La alergia de los indignados a las organizaciones tradicionales se da en otros órdenes. Debaten ahora sobre qué convocarán para el próximo quince de octubre (seguro que hay algún ingenioso que escribe un artículo sobre el otoño caliente), si un referéndum o una huelga general. El caso es convocar algo. Lo del referéndum, teniendo mucho más significado político, se me hace muy improbable. La huelga general resulta más verosímil. ¿Y quién la convoca? Se huye de CCOO y de UGT y se busca un sindicato minoritario, algo así como la CGT, supongo, para que quede claro que es el 15-M quien convoca. Y nada menos que una huelga general, el arma definitiva de lucha de la clase obrera. Los anarquistas, los socialistas, los comunistas soñaban con ella, la dejación total del trabajo, quizá el silencio que preludia el estallido de la tormenta revolucionaria. Espero que el sindicato minoritario sepa negociar las cuestiones esenciales, como los servicios mínimos, y que el 15-M esté en situación de garantizar lo negociado.
(La imagen es una foto de Oscar Picazo, bajo licencia de Creative Commons).