La política es el ámbito de lo público. Los políticos están sometidos a escrutinio permanente. Se los fotografía; se recogen sus comentarios, sobre todo si son a micrófono abierto que creen cerrado; se estudian sus gestos, sus atuendos, sus compañías, los lugares que frecuentan. Es imposible que, al cabo de un tiempo de vigilancia tan estrecha, un político no haya mostrado todas las facetas de su personalidad, las buenas, las malas, las indiferentes. La carrera política en democracia es una especie de aprendizaje, de noviciado, en espera de la consagración por medio del voto mayoritario que quiere ser un voto informado.
La bajísima valoración que las encuestas adjudican tradicionalmente a Rajoy se basa en la percepción generalizada de que se trata de un político indolente, ambiguo, muchas veces confuso al que, además, aconsejan sus asesores que no se comprometa en nada pues juzgan las elecciones ganadas por cuanto serán los socialistas quienes se encarguen de perderlas. Lo mejor, razonan, es que el PP no se mueva, no haga propuestas porque, como dice Espinoza, toda determinación es una negación y no estamos para negar nada.
Pero esto es irreal. Nadie en el ámbito público puede abstenerse de pronunciarse sobre lo que sucede, sobre todo si lo que sucede -el paso dado por el PSOE con la decisión de Zapatero- puede influir sobre unos resultados que se consideran cantados. Así que pronunciamiento ha habido. Todos los dirigentes del PP han coincidido en pedir elecciones anticipadas: que si pato cojo, ex-presidente, interinidad, etc., por lo que sea, elecciones anticipadas. Pedir elecciones anticipadas es, como suele decir Sancho, pedir cotufas en el golfo. El Gobierno no tiene por qué convocarlas pues cuenta con el apoyo parlamentario suficiente para gobernar.
Rajoy ha tardado dos días en pronunciarse y lo ha hecho en la línea de su partido: elecciones anticipadas. Preguntado por qué no presenta una moción de censura en vez de pedir un imposible, responde con su habitual ambigüedad que no la presenta porque sabe que va a perderla y ello equivaldría a un brindis al sol. Desde luego la parte práctica de la cuestión, la de no presentar la moción de censura salvo si se va a ganar, es doctrina de su maestro, Aznar. Claro, perderla es muy fastidioso porque, al ser la moción de las llamadas constructivas, se evidencia que el censor tiene menos votos parlamentarios que el censurado.
Sin embargo, la moción de censura tiene otra funcionalidad. Aunque se pierda en el Parlamento puede ganarse en la calle pues permite visualizar al líder de la oposición y da a éste oportunidad de exponer su proyecto y su programa. Eso fue lo que pasó cuando en 1980 Felipe González presentó una moción de censura a Suárez. La perdió, pero se dio a conocer al país como un político a la altura de las circunstancias. En parte esto le permitió ganar las elecciones de 1982. El problema se plantea cuando el líder de la oposición no tiene discurso, su programa es impreciso o desconocido y de su proyecto no hay noticia. He aquí la auténtica razón de Rajoy para rechazar la moción de censura: no es que pueda perderse numéricamente; es que también puede perderse políticamente poniendo de manifiesto que no hay alternativa al Gobierno, con lo que se perderían los famosos 14 puntos porcentuales de diferencia en intención de voto.
Por eso hay coincidencia en el PP: no quiere moción de censura. Prefiere que el Gobierno le haga el trabajo, actúe como oposición y se derribe a sí mismo pudiendo mantenerse. Es una pretensión tan ridícula que ella sola explica la política de la derecha basada en la intemperancia, la agresividad, los ataques más desaforados. La afirmación de Camps de que han "echado" a Zapatero, en la medida en que no es un dislate de quien no está enteramente en sus cabales, revela esa actitud de odio visceral que caracteriza a la derecha en este caso. La sobreimpresión de Telemadrid que une a ETA con Zapatero y Rubalcaba es algo incalificable en un medio de titularidad pública. Al margen de las consecuencias que esta barbaridad debiera tener, lo cierto es que a la derecha ha llamado de todo al Presidente, lo ha cubierto de vituperios y, ya en el colmo de su frenesí, anda buscando algún recoveco para acusarlo de traición o algo parecido en sede judicial.
No obstante, estos ataques apenas hacen mella en Zapatero que, con su decisión, ha cerrado el ciclo de su doble legitimidad, la de origen (pues ha ganado limpiamente dos elecciones, cosa que Rajoy no ha hecho) y la de ejercicio por disponer su sucesión según el mismo principio democrático de primarias con el que inició su mandato, cosa que el ungido Rajoy desconoce.
(La imagen es una foto de Partido Popular de Cataluña (Rajoy visita Santa María del Mar), vía Creative Commons).