Fernández Vara es digno sucesor de Rodríguez Ibarra en Extremadura. Como éste acostumbra a decir las cosas de modo claro, directo y correcto. Su decálogo de buenos usos democráticos sería estupendo si esto en lugar de España fuera la República platónica gobernada por los filósofos reyes. Los principios y normas que enuncia aunque algo desordenados y mezclados vienen a coincidir con los requisitos que establece Habermas para que se dé la acción comunicativa que lleve a una comunidad ideal de habla, que es la sublimación de la democracia. Una comunidad ideal. Aplausos a un político capaz de remontar el vuelo sobre la corrala de gallináceas del resto.
Pero de momento aquí, en esta España real, la causa de la separación entre la Iglesia y el Estado tiene escaso futuro si los prohombres políticos que debieran propugnar la laicidad siguen expresándose en términos mosaicos. El propio titular de Público lo señala al hablar con ironía de Los diez mandamientos, según Fernández Vara. ¿Por qué diez y no once u ocho, teniendo en cuenta que podría haber más o que algunos se repiten? Porque la moral cívica española gira en torno al Decálogo. Son las tablas de la Ley y pesan tanto que hasta quienes se supone son críticos se adaptan a las formas casi sin pensarlo.
Pero lo determinante es qué grado de seguimiento tienen las tales tablas, que es muy bajo. El catolicismo es una religión de laxa moral que tiene establecido el perdón de los pecados como una actividad rutinaria, muy cómoda para que quien peca el lunes quede limpio como la patena el martes y pueda volver a empezar. Así tómese el más importante precepto de Fernández Vara, que hay que decir la verdad, coincidente con el mandamiento mosaico que prohíbe mentir y con el postulado de veracidad de Habermas. La verdad. Ahora cotéjese con el incidente de la foto de los legionarios que sostienen la imagen del Cristo de la buena muerte, uno de los cuales lleva una esvástica tatuada en el brazo. Es el caso que la Gaceta ha publicado la foto de los legionarios sin la cruz gamada en una noticia titulada "orgullosos de nuestra Semana Santa". Orgullosos pero borran un distintivo antiquísimo, que ya se encuentra en la primitiva civilización irania sin duda porque lo relacionan con el uso que de él hicieron los nazis, lo que creen deben ocultar por si la gente establece alguna relación entre el orgullo, la Semana Santa y el nazismo. Y eso revela mala conciencia por faltar a la verdad y al ejemplo del Invicto. En sus primeros y heroicos tiempos Franco se hacía retratar gustoso con la esvástica en lugar bien prominente, nada de un miserable tatuaje entre unas ondas al estilo japonés que a saber si no son del Imperio del sol naciente. Estos neofranquistas vergonzantes dicen estar muy orgullosos, pero pierden el tafanario ocultando las pruebas de su amor por la dictadura.
Todo sea por el mandato de verdad o veracidad al que Fernández Vara quiere se someta la política pues empieza por otorgarle un gran valor. No le arriendo la ganancia aunque, si le sirve de consuelo, le recordaré que la democracia es grande precisamente por su capacidad para aguantar los berridos de estos nostágicos de la tiranía. En todo caso, es muy gratificante escuchar a un político hablando con mesura de cosas esenciales para la convivencia de los españoles en lugar de oírlo soltando improperios. Pero temo que van a responderle con improperios.