Los Estados Unidos y buena parte de la Unión Europea, en una apresurada coalición de términos inciertos, estamos en guerra con un régimen que lleva cuarenta y dos años rigiendo Libia. Estamos por decisión de último momento del Consejo de Seguridad de la ONU (y ya va siendo hora de replantearse la reforma de ese Consejo) con lo que sobran todas las comparaciones con el acto de agresión ilegal que se cometió en el Irak. Aunque a quienes las hacen da igual que sean o no razonables porque lo que buscan es justificar la tropelía pasada como sea. Por cierto, siempre en esta línea de preparativos políticos de la guerra, la dicha coalición cuenta también con el visto bueno de la Liga Árabe que avala las operaciones militares contra la Jamahiriya Árabe Socialista.
Del otro lado, el de Gadafi, la guerra ha condicionado desde el principio la política. El alto el fuego decretado a raíz de la resolución del Consejo de Seguridad era un señuelo para ganar tiempo y tratar de asestar el golpe definitivo a los rebeldes tomando Bengasi. Era una estratagema. Al no funcionar, Gadafi se apresta al combate volviendo a un lenguaje político de los años sesenta, el de las luchas de liberación nacional. Califica el ataque de agresión neocolonial y llama a los pueblos de América Latina, Asia y África, esto es, el viejo Tercer Mundo, a mostrarle su solidaridad porque su causa es la de la independencia y, se supone, el socialismo.
Pero los tiempos han cambiado mucho. Parte de ese Tercer Mundo que se invoca está ya en el primero al menos en cuanto a potencial militar e industrial, como la China. Además, la amplia difusión de la información en nuestro tiempo hace que sea difícil interpretar el papel de lider invicto en la guerra por la independencia y el socialismo cuando se apalean miles de millones en cuentas e inversiones repartidas por todo el mundo, una fortuna que se ha amasado mediante el latrocinio y la dictadura sempiterna y hereditaria. En definitiva, que las proclamas de este barbián suenan a mofa y chulería.
A su vez la pintoresca coalición enarbola la idea del derecho de injerencia por razones humanitarias, una actitud encomiable en sentido puro pero que se presta a todo tipo de abusos y arbitrariedades siendo la más frecuente la de que se invoque según los intereses de los intervinientes o interventores. Esa crítica que apunta a la instrumentalización de razones morales para enmascarar meros actos de piratería tiene contenido y es necesario responder a ella de modo convincente, no saliendo del paso como sea.
Las operaciones militares de la coalición (de guerra sólo habla Gadafi) se dan en un tablero político muy variable. La OTAN no interviene por expreso deseo de Francia que se ha alzado con la iniciativa y ha sido la primera en abrir fuego, secundada por Inglaterra, con exclusión de Alemania por voluntad propia. Es decir, la Unión Europea tampoco ha intervenido. sino que lo hacen los dos principales Estados, vencedores en la segunda guerra mundial, con Alemania, la vencida, en segundo plano. La participación de los Estados Unidos y la abstención de Rusia y la China dan las dimensiones de lo que hoy se entiende por "acción europea".
Al pasar de la política a la guerra las necesidades militares se hacen perentorias e impregnan todo cálculo civil. Gadafi ha respondido diciendo que considera el Mediterráneo zona de guerra a todos los efectos. Pero esto parece una de esas baladronadas de los gobernantes despóticos, como la de Sadam Husein anunciando que, si era atacado, se desencadenaría la madre de todas las batallas. La cuestión es la capacidad militar del dictador libio frente a los occidentales que, está claro, es ínfima. Obviamente Gadafi no puede aspirar a ganar la guerra, ni siquiera a resistir mucho tiempo. Le queda, sin embargo, una baza para regresar a la política, negociar su rendición. La idea de que no tiene fuerza negociadora si pierde la guerra olvida que, para que, en efecto, tenga que dar la guerra por perdida es preciso que se invada el país con infantería, que es la única que conquista territorio. Y esta coalición, con la imagen del Irak y el Afganistán en la memoria, sostiene que no piensa invadir Libia con lo cual podrá destruirla, pero no controlarla y menos conquistarla. Nunca estuvo tan claro aquel escéptico dicho de que se sabe cómo empiezan las guerras pero no cómo acaban.
(La imagen es una foto de B.R.Q., bajo licencia de Creative Commons).