Este Gobierno tiene pocos amigos en los medios y está sometido a una crítica muy dura desde la derecha y desde la izquierda. Una crítica que ha arreciado al sellarse por fin el acuerdo económico y social que cierra, de momento, el paquete de reformas de carácter ortodoxo, conservador o neoliberal (según el punto de vista que se adopte) para hacer frente a la crisis. Un pacto que han firmado el Gobierno y los agentes económicos y sociales sin presencia de los partidos políticos. Este dato hace que el actual acuerdo no pueda compararse con los Pactos de la Moncloa, en los que figuraban los partidos más no la patronal ni los sindicatos. El PSOE en todo caso está detrás del gobierno y al PP no le queda más remedio que sumarse a regañadientes porque la patronal ha pactado. Por eso quizá no sea inútil considerar los argumentos que se esgrimen contra un acuerdo que casi todo el mundo, dentro y fuera, ha visto con alivio.
La crítica de la derecha es errónea y se ha visto desmentida por los hechos. Zapatero no es responsable de la crisis; no lo es de la nacional puesto que la burbuja inmobiliaria se gestó en tiempos de Aznar ni de la internacional como es obvio. Otra cosa es que la reconociera a tiempo. Pero responsable no es. Tampoco es cierto que sea un incompetente y que su Gobierno no haya atinado con la solución puesto que ésta es la que firmaron ayer solemnemente los agentes económicos y sociales. De nuevo otra cosa es que esta solución solucione algo; pero está claro que consiste en las medidas que todo el mundo está aplicando y que aplicaría el mismo PP, de forma que en la derecha no hay alternativa.
Si de competencia se trata, hay dos ejemplos que dejan claro cómo el Gobierno actúa con diligencia y autoridad y resuelve los problemas de modo eficaz: uno es el final de ETA, una hipótesis plausible por primera vez, y el otro, la respuesta contundente a la huelga/chantaje de los controladores aéreos, con declaración de estado de alarma incluida. Los argumentos de la derecha son insostenibles. El Gobierno ha mostrado una notable capacidad de liderazgo que es condición cara a los conservadores porque viene a ser el principio del caudillismo con levita democrática. Así que, a falta de argumentos, la derecha recurre al esperpento, a los delirios e infamias del "Estado policial" y a los protocolos de los sabios de Atocha.
La crítica de la izquierda parece tener mayor enjundia si bien su representatividad social es muchísimo menor que la de la derecha. Digo esto porque si el pacto lo apoya el Gobierno, su grupo parlamentario, el PSOE y los dos sindicatos mayoritarios esa crítica es formulada por un grupo ciertamente reducido de ciudadanos. Suele decirse que hay gran descontento entre los votantes socialistas, muchos de los cuales irán a la abstención, y es bien posible. Pero la crítica de izquierda sigue siendo minoritaria. Ello, sin embargo, no exime de considerar sus argumentos por su valor y su pertinencia.
El argumento central es que el Gobierno ha renunciado a la línea socialdemócrata y se ha hecho neoliberal, que ha abandonado la política económica de izquierda y cultivado la de derecha.
Efectivamente, en el conjunto de las medidas adoptadas (rescate del sistema financiero, reforma laboral, recorte del gasto público, reducciones salariales, incremento de la carga impositiva indirecta y reforma de las pensiones) hay alternativas concretas de izquierda que, en lo esencial, se reducen a dos: dejar las cosas como están (en función de la defensa del Estado del bienestar) y/o aumentar el gasto público, encomendándose a los manes del keynesianismo. La cuestión es si esas alternativas son viables en un contexto doblemente difícil que ellas mismas no suelen considerar: la globalización y la Unión Europea, quiérase o no, límites poderosos a la soberanía del Estado. El problema es el déficit y cómo financiarlo en un mercado global en el que el Estado no puede actuar con entera libertad. Es cierto que las reformas en principio penalizan a los sectores más débiles y a las generaciones venideras. Pero más penalizaría, sobre todo a las segundas, un déficit desbocado, como sabemos de sobra con la experiencia de la crisis de la deuda en América Latina en los años noventa.
No es disparatado pensar que los regímenes normativos deban adaptarse a los cambios sociales como la mayor esperanza de vida. En general las reformas propuestas son razonables (prueba, los sindicatos), lo irritante es que no vayan acompañadas por medidas positivas en otros campos, que todo sea ceder y recortar derechos. Personalmente me parece lamentable que el Gobierno haya abandonado sus políticas de igualdad, ampliación de derechos y separación de la Iglesia y el Estado.
Lo que sucede es que estas posibilidades suelen depender de la fuerza relativa que cada parte tenga en las negociaciones. Y la verdad es que en la situación existente, en medio de una crisis global, con Europa entera en manos de los conservadores, la fuerza negociadora de la izquierda es nula. La señora Merkel viene a decir hoy que hay que desvincular los salarios de la inflación, de forma que sólo suban aquellos cuando haya beneficios. Un nuevo hachazo a la substancia de la contratación colectiva. Y la izquierda, me temo, tiene que tragar porque es algo que se hace en nombre de la productividad, en cuyo aumento también ella confía (aunque no sepa decir cómo aumentará) para defender sus propuestas porque sin el aumento de la productividad no hay nada que hacer.
En mi opinión se debe esperar a la recuperación económica y el cambio en la correlación de fuerzas para reconquistar el terreno perdido en el Estado del bienestar. Justo que la defensa de este Estado del bienestar, que fue una conquista de la socialdemocracia con la oposición de la izquierda, sea hoy el objetivo de esa izquierda quizá debiera hacerle pensar que si se equivocó una vez bien pudiera equivocarse una segunda. Decir que la socialdemocracia es enemiga del Estado del bienestar que ella misma creó y trata de mantener frente al desmantelamiento sistemático de la derecha, además de injusto es torpe.
La izquierda puede recurrir a la retórica radical a título de consuelo porque su capacidad real de movilización es muy escasa, como se vio en la huelga general del 29 de septiembre; puede encastillarse en la consigna de "ni un paso atrás", pero muestra ignorar algo que ya se sabía en la época de Lenin: que a veces hay que dar dos pasos atrás para dar luego uno adelante.
(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).