Está claro que los acontecimientos de los países árabes tienen una importancia extraordinaria, de alcance mundial. Una importancia similar a la que tuvo en su día la caída del comunismo. Por supuesto sin querer establecer más paralelismo que el hecho de que se trata de un fenómeno político revolucionario que afecta a una serie de países que tienen una especial ligazón entre sí, el comunismo en el segundo caso y el islamismo en el primero. La similitud es obvia: la caída de varios países en un efecto dominó. Para no repetirme remito al lector a una entrada anterior, La i-revolución islámica prende en la que se reflexiona sobre la posibilidad de que algo así pudiera pasar.
Desde luego se confirma la hipótesis de que se trata de movimientos espontáneos, sin previa organización ni planificación, movilizaciones de la sociedad civil, especialmente de los jóvenes que en un porcentaje altísimo están en el paro. También convalidada ha quedado la suposición de que, en la medida en que quepa hablar de algún tipo de organización o comunicación, se trata de la red, de internet, cuya presencia en las revueltas ha sido determinante. La mejor prueba reside en las reacciones de los gobernantes. En Túnez se bloqueó Facebook; en Libia, Youtube; en Egipto fue primero Facebook, luego Tuenti y, finalmente, el Gobierno ha cerrado la red en pleno, en un acto insólito de cuyas consecuencias, evidentemente, no tiene ni idea y que, además, no parece vaya a refrenar la movilización de la gente. Porque si se cierra la red es como si se cerrara una parcela importante de la actividad económica y social y se desconectara a Egipto del mundo. Y eso, ¿es posible? ¿Por cuánto tiempo?
Y no es esta la única reacción de unos gobiernos acorralados. Tienen otras: anuncian reformas; lo hizo Ben Ali en Túnez y lo ha hecho Mubarak en Egipto en actos tan falsos como el famoso dicho de Fernando VII, "marchemos francamente y yo el primero por la senda constitucional" y, es de esperar, con menor eficacia. Mubarak ha sacrificado al Gobierno en pleno, incluido el ministro del Interior que por la mañana anunciaba que no permitiría más manifestaciones y al que las manifestaciones han dejado a su vez sin mañana como ministro. Un sacrificio para salvar la propia cabeza (que es la que piden los manifestantes) ofrendado al nuevo dios de la multitud.
Ese es el concepto que la teoría política moderna emplea, retrotrayéndose a Hobbes y Spinoza, un concepto anterior al marxista de clase pero que ha resultado mucho más certero en estos casos, como en los del hundimiento del comunismo. Nosotros somos el pueblo decían los ciudadanos de la República Democrática Alemana cuando cayó el muro de Berlín. En realidad, piensa la nueva teoría política, querían decir la multitud. Queda la sospecha de si, al tratarse de países árabes islámicos, el factor religioso tiene especial relevancia. No fue el caso en Túnez y tampoco lo parece en Egipto, aunque aquí están siendo muy activos los "hermanos musulmanes". Sin duda su impronta se está haciendo sentir en la mayor violencia callejera, pero no da la impresión de que este grupo ni ningún otro integrista esté dirigiendo o determinando el movimiento. Éste tiene reivindicaciones económicas y sociales, es decir, laicas. Si triunfa, puede ser el comienzo de la modernidad en el mundo árabe.
Añádase a todo ello la presión internacional. Las cancillerías occidentales no han estado muy rápidas en la comprensión del fenómeno, han tardado en reaccionar y se han limitado a decir obviedades del tipo de que se debe evitar la violencia y hacer reformas. Hay mucho apoyo a los regímenes corruptos y autoritarios que revisar, hay mucho que cambiar. Porque, a su vez, la cuestión geopolítica que se plantea es grave: ¿qué sucede si la oleada de protestas, la revuelta, prende en el bastión del islamismo, estrecho colaborador de Occidente, Arabia Saudí? Todo el equilibrio del petróleo puede verse afectado. Y eso no va a ayudar a resolver la crisis global.
A partir de aquí los escenarios son muy variados. Por ejemplo: el efecto dominó no se detiene en los países árabes, ni siquiera en los islámicos, sino que pasa a los cristianos. Ganas no faltan en Grecia, en Italia, España, Portugal, Francia o Irlanda. Islandia es ya hace meses un ejemplo de revolución de multitud, pero está muy lejos y los islandeses son muy pocos. En el continente puede ser otra cosa.