No seré yo quien minimice o cuestione el gesto de la Iglesia vasca a la hora de pedir perdón por su silencio respecto al asesinato de catorce curas cometido por los franquistas en 1936. Y no lo seré porque ya sólo este gesto provoca una difícil contradicción en el seno del conjunto de la Iglesia española, dedicada en cuerpo y alma a honrar la memoria de los "mártires" de la guerra civil, entendiendo por tales exclusivamente a las personas, religiosas o no, fusiladas y/o asesinadas por las diversas facciones del bando republicano; es decir dedicada en cuerpo y alma a seguir glorificando al fascismo, al que sirvió, legitimó y del que se benefició durante los cuarenta años de la dictadura, calificando la guerra civil como "cruzada" y sirviendo de sustento al franquismo bajo la forma del nacionalcatolicismo. Ahora, esta decisión de la jerarquía vasca viene a romper el silencio cómplice la Iglesia y a poner de relieve su función de sostén de la dictadura, quebrando la unidad de criterio que había venido siendo sacrosanta.
Se trata desde luego de una decisión encomiable que debe airearse cuanto se pueda en honor de esas catorce víctimas de la vesania fascista ante todo y en beneficio de sus deudos y allegados. Pero es insuficiente. Entiéndase, es mucho más de lo que cabe esperar de la jerarquía española, presidida por un nostálgico del fascismo como Rouco Varela y poblada de petimetres demagogos de extrema derecha como monseñor Martínez Camino. Pero es insuficiente.
¿Qué pasa, por ejemplo, con los otros asesinados por los fascistas y no eran estos catorce religiosos? ¿Hay que entender que estuvieron bien asesinados? El silencio de la Iglesia sobre ellos, ¿no molesta a la jerarquía vasca? ¿Son menos víctimas los republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas, nacionalistas asesinados durante la guerra civil y en la posguerra por los fascistas por el hecho de no ser curas?
Y es insuficiente por otro asunto nada baladí: porque la Iglesia (la española en general y la vasca en particular) no se limitó a callar ante el crimen y la barbarie sino que, en muchas ocasiones, fue parte activa de ellos. Cuando no fueron los mismos curas quienes delataron y asesinaron a los republicanos, estuvieron muchas veces presentes en su ministerio sacerdotal para legitimar la locura genocida y son tan responsables de ella como quienes la perpetraron directamente. No basta con pedir perdón por su silencio ante los asesinatos sino por haberlos cometido directa o indirectamente; por formar parte de los asesinos o de sus cómplices y encubridores. Reitero: la petición de perdón por un silencio culpable está muy bien. Pero la Iglesia no se limitó a callar cuando debió hablar sino que, al haber sido parte combatiente en el conflicto, cometió los mismos crímenes frente a los que ahora dice no poder callar o los encubrió y amparó. A los creyentes sinceros, a los cristianos de los de la otra mejilla puede resultarles chocante la idea de una Iglesia asesina pero eso es lo que hubo y no en un momento de desvarío, sino como consecuencia de una política deliberada de genocidio de los republicanos practicada durante los tres años de la guerra civil y los casi cuarenta de dictadura.
(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).