Madrid, la ciudad del "¡No pasarán!", la que resistió heroicamente los bombardeos fascistas durante dos años y medio en la guerra civil; Madrid, origen de la revuelta contra el francés; foco de la resistencia al franquismo, lleva decenios bajo gobiernos de la derecha del PP, libremente votados por los madrileños con mayorías absolutas. Y no gobiernos de una derecha más o menos potable, como la que representa el señor Basagoiti en el País Vasco, sino de corte de los milagros y astracanada, al estilo de doña Esperanza Aguirre, epítome de la verdulería aristocrática, modelo de chulería neoliberal, quintaesencia de la estulta pillería, referente universal del desparpajo gazmoño, meapilas avanzada, demagoga refitolera. La derecha madrileña no se molesta en simular modernidad, apertura de miras, afán de servicio público y preocupación por el bien común. En el caso del Ayuntamiento va a una política del espectáculo faraónico con vistas a ligar la capitalidad de los próximos juegos olímpicos, que es lo único que importa al consistorio y para conseguir lo cual está dispuesto a hacer lo que sea, incurrir en gastos suntuarios y subir en un ciento por ciento el impuesto de circulación de vehículos. En el de la Comunidad prima una política de expolio de lo público a base de privatizarlo todo en beneficio de los allegados y amigos; todo menos la televisión, claro, que es un medio de adoctrinamiento y propaganda a favor de la presidenta de la Comunidad. La única diferencia entre esta piratería institucional y la de los siglos XVII y XVIII es que ahora son los propios piratas quienes expiden las patentes de corso desde las instituciones.
¿Cómo es posible que Madrid sea el baluarte de una derecha retrógrada y agresiva, habitualmente enfrentada al Gobierno socialista del Estado incluso en el ámbito legislativo y boicoteando sus medidas? Una encuesta de Metroscopia para El País predice que, de celebrarse hoy elecciones, el PP lograría la mayoría absoluta de nuevo y ello pese a los escándalos que han caracterizado al gobierno de la señora Aguirre, desde el Tamayazo (por el que dos diputados sociatas cambiaron su voto y dieron la presidencia a doña Esperanza, presuntamente por dinero) hasta los espionajes de unos consejeros a otros y la implicación de la estructura del PP de Madrid en el caso Gürtel que es como decir corrupción a lo largo de toda la cadena del mando.
Viendo cómo mis paisanos, que son lo que el alcalde Pedro Castro llama tontos de los cojones, votan gobiernos de expolio de lo público, de manejo rumboso con los dineros de todos, me pregunto si es que los madrileños somos genética, constitutivamente reaccionarios o hay algún otro factor explicativo. ¿Es cosa de la naturaleza o de la cultura? ¿Tiene Madrid más de tres millones de ricos que voten a esta acaudalada señora para que esquilme los recursos colectivos y empobrezca a todo el mundo menos, según parece, a sus amigos o a los parientes de sus consejeros? Desde luego que no pero sí es cierto que presenta una peculiar composición demográfica: es, sobre todo, una ciudad de funcionarios. Ya lo era antes de Galdós, que la retrató, y sigue siéndolo al día de hoy cuando aquí se concentra toda la administración del Estado más la de la Comunidad Autónoma y los ayuntamientos, algunos de los cuales son como la famosa cueva de Alí Babá. Puede ser el famoso "poblachón manchego" que decía no estoy seguro de si Ortega, Azorín o algún otro, pero repleto de empleados públicos, entre los que domina una personalidad autoritaria de ordeno y mando desde el subsecretario hasta el último conserje.
Ocurre además a la administración como a los ejércitos de antaño: que tras ellos arrastraban una nutrida recua de putas, chulos, charlatanes, trujimanes, conseguidores, oficios varios. Si recordamos que Madrid, además de villa es corte y que a la anterior amalgama ha de añadirse la piña de aristócratas, rentistas, curas, monjas, otros parásitos, matones, petimetres, zahoríes, charlatanes, militares y mangantes ya tenemos el abigarrado foro capitalino que vota a la derecha como un solo hombre (o mujer). Ahora bien, eso sólo no justifica que Madrid sea un baluarte de la derecha. Hay algo más porque hubo un tiempo en que en la Capital gobernaba la izquierda, con el señor Tierno Galván en el Ayuntamiento y el señor Leguina en la Comunidad. ¿Qué ha podido pasar desde entonces para que la izquierda parezca condenada a ser un partido segundón frente al siempre potente PP?
Entre otras cosas, que el PSOE ha venido presentando como candidatos al Ayuntamiento y a la Comunidad a auténticas nulidades, gentes muy creídas y poseídas de su importancia pero que tenían tantas posibilidades de ser electas como el pato Donald. Y esto no es invención alguna. En la Comunidad de Madrid los candidatos del PSOE han sido gentes sin relieve ni personalidad, excrecencias del aparato partidista y normalmente pringados en los tejemanejes de influencias y cortijos ideológicos más o menos corruptos. El último que se presentó frente al ciclón Aguirre fue el señor Simancas, sin duda muy honrado y buen chico, muy bien considerado en su partido y bien situado en él, sobre todo económicamente, pero incapaz de parir una idea o de dar muestra alguna de personalidad y experto tan sólo en trapisondas internas de la organización. En el Ayuntamiento, despúes de la muerte de don Enrique Tierno, el PSOE presentó varias veces, con contumacia, a don Juan Barranco, cuyo atractivo electoral es como el de un banco del Retiro. Después del señor Barranco vino algún otro candidato (o candidata) cuyo nombre no fue conocido ni durante la campaña electoral, para terminar con la propuesta del asesor del señor Rodríguez Zapatero, don Miguel Sebastián, en las últimas penosas elecciones. Éste no conoce Madrid y mucho menos su complejísimo Ayuntamiento, pero aceptó alegremente la oferta del jefe cuyo desprecio por los madrileños puede verse en esta unción de un valido que no duró ni un asalto al peso pesado de Ruiz Gallardón. Como premio de consolación, el presidente del Gobierno nombró ministro de Industria al audaz inepto que continúa dando amplias muestras de su no saber hacer en su nuevo puesto.
Con esos adversarios, ¿cómo no va a ganar las elecciones el PP? Y para las próximas locales y autonómicas la cosa pinta igual. En la amorfa oposición municipal no parece haber nadie que pueda ser alcalde, con lo cual pretenderán improvisarlo en el último mes, cabreando más a los madrileños que se sienten menospreciados y nombrando por fin a algún honrado compañero (o compañera) de la agrupación de Móstoles, Parla o Lozoyuela, a quien revolcará el candidato del PP muy a su sabor. En la Comunidad, para desgracia del progresismo capitalino, ya tenemos de candidato sociata a don Tomás Gómez, un muy votado como alcalde en su pueblo, a quien la alcaldía se ha subido a la cabeza y parece absolutamente dispuesto a hacer realidad el principio de Peter de que cada cual alcanza el nivel de su máxima incompetencia.
En esta situación de tranquilo descuido para la derecha que gobierna en los dos niveles con mayoría absoluta y sin verse apremiada por la oposición, los jefes conservadores se atreven a amagar cambios y reformas que ponen los pelos de punta. Según leo en Público, el alcalde planea ceder a Ana Botella la Alcaldía de Madrid. Magnífica jugada por la que la Villa pasaría a estar gobernada por un duunmulierato, que es muy progre y mola mazo. Una meapilas liberal y una legionaria de Cristo más currutaca y cursi que un repollo con lazo. Claro que los candidatos de la izquierda serán peores; de uno, el de la Comunidad, ya lo sabemos; a ver con qué nos soprenden en el Ayuntamiento. Ojalá fueran Pedro Zerolo o Beatriz Gimeno (que no sé si es del PSOE), pero no será así. ¡Podrían ganar las elecciones!
(La imagen es una foto de Pulsarín, bajo licencia de Creative Commons).