Estoy seguro de que todos quienes vieron la peli de Mike Nichols El graduado (1967) y les gustó se entusiasmarán con esta otra de Joel Hopkins,treinta y dos años más tarde. Las pelis no tienen nada que ver entre sí por supuesto aunque hay escenas al final de ésta (que aquí se llama Nunca es tarde para enamorarse) que recuerdan a aquella, con Dustin Hoffman, mucho mayor claro, corriendo desesperadamente para tratar de salvar su relación con la chica a la que está a punto de perder.
Pero no sería justo reducir los valores de este film a lo que pueda recordar o no recordar de aquel otro. Last Chance Harvey tiene méritos suficientes por sí misma. Es una bonita historia, romántica, sentimental con algo de ironía; la interpretación mano a mano de esos dos monstruos que son Hoffman y Emma Thompson es soberbia; está dirigida con sabiduría, equilibrio y energía; el guión es ágil y la fotografía brillante. ¿Qué más se puede pedir? Sí: que sea genial, que nos asombre, desconcierte y cautive. No pasa nada de eso porque es todo bastante previsible y moderado y quizá sea ese otro de los encantos de la peli. Los amores pasado el prime of life no suelen ser pasiones volcánicas y los relatos que los cuentan tampoco.
Es una historia de chico encuentra chica ya en el otoño de la vida. Los dos solitarios, frustrados pero no amargados ni vencidos; los dos sensibles, que no han encajado en sus respectivas historias y con vidas familiares insatisfactorias pero que saben entenderse, apoyarse el uno al otro y enamorarse, aprovechando el último tren que pasa por sus existencias.
La ambientación está muy bien. La historia del yankee en Inglaterra no por esperada y a veces repetida deja de cautivar y de ofrecer buenos instantes de la curiosa interculturalidad que hay entre estos dos pueblos, el estadounidenses y el británico. Ya sólo escuchar el inglés con acento newyoooker del estadounidense y el perfecto Queen English de Emma Thompson es un placer. Y el momento en que Thompson explica a Hoffman cómo los ingleses llevan el labio fruncido ya merece el aplauso. Aparte de la historia de amor que a veces es algo sensiblera, si bien los dos actores la ennoblecen, hay un elemento de ruptura biográfica, personal, laboral del protagonista que recuerda también el cine de los años sesenta del siglo XX por su visión iconoclasta y su valoración de que lo importante en la vida es vivirla de modo auténtico, siendo uno mismo y no vendiendo su tiempo vital para comer, asumiendo el riesgo, abriéndose a la aventura como si tuviera treinta años menos.
Es grande el cine pues crea una curiosa unidad de sentido entre dos historias que se imponen por sí mismas. Me explico: cualquier aficionado que haya seguido las carreras de Hoffman y Thompson acude a ver la película sabiendo que va a ver dos en una: la historia en sí misma por un lado y, por el otro, cómo Hoffman y Thompson dan vida a dos personas mayores y no por artificios del maquillaje sino porque ellos ya lo son.