El otro día me marqué una entrada llena de consideraciones teóricas sobre el cómo y el porqué de la decadencia de la prensa de papel, titulada El papel, a la papelera. Ahora acaban de publicarse los últimos datos correspondientes al mes de febrero de este año de la Oficina de Justificación de Difusión (OJD) que, a diferencia de los del Estudio General de Medios (EGM), cuenta los ejemplares realmente vendidos en los kioscos, que han puesto los pelos de punta en todas las cabezas, incluidas las calvas, en las redacciones de casi todos los periódicos. Y pocas veces los datos empíricos encajan tan lindamente con las valoraciones teóricas: las grandes cabeceras del país están sufriendo pérdidas de difusión alarmantes. En comparación con febrero del año pasado, El País ha descendido en 53.200 ejemplares y los demás periódicos experimentan mermas considerables: La Razón 47.615, El Periódico de Cataluña 32.638, El Mundo 17.076, La Vanguardia, 3.863. Los únicos que suben son ABC con 27.856 ejemplares más y Público, con 689, que no es gran cosa pero dejan al diario del lado positivo de la raya y de lo cual me alegro mucho, en el caso del Abc porque recupera terreno perdido después de los ataques de la COPE y en el de Público porque es el diario en el que escribo, razón quizá no de gran altura teórica, pero muy humana, como reconocerán mis lectores a quienes animo a comprar el diario en el kiosco si aún se cuentan entre el subgrupo de humanos lectores de papel impreso. Más abajo puede verse un gráfico con la situación de la prensa de kiosco en España al día de hoy.
Bien, la pregunta ahora es por qué está sucediendo esto y la respuesta más obvia parecería ser: la crisis. Si bajan las ventas de casas, de coches, de lavadoras, ¿por qué no las de periódicos? Suena lógica. Pero hay un dato que la contradice: en este mismo periodo ha aumentado la producción de libros en España. Es cierto que el aumento de producción no equivale sin más a aumento de ventas, sobre todo teniendo en cuenta que éstas habían venido cayendo desde 2002 y se habían estancado el año pasado, pero, a falta de mejores datos, parece razonable pensar que los editores no aumentarían la producción de libros si vendieran menos. Según dicen expertos a la violeta, que abundan en la piel de toro como la paja en el almiar, el aumento de ventas de libros se debe a que la gente, al tener menos dinero por la crisis, lo gasta en productos más baratos. Desde luego, sale más económico leer Los mares del Sur que contratar un crucero a Sumatra. Daré por buena esta macarrónica "explicación" porque soy un tramposo y me viene bien pero conste que me parece macarrónica. Y si la gente compra más libros por la crisis, ¿por qué no más periódicos, que son más baratos?
Porque la respuesta no está en la crisis sino en un factor menos coyuntural. ¿En dónde? En el galopante avance de la cibercultura. Ya lo decía en la entrada mencionada y lo repito sin sonrojo alguno pues voy a ampliar el razonamiento. En mi opinión, la competencia y/o falta de adaptación al ciberespacio es la causa del hundimiento de la prensa... y también del desbarajuste de la justicia y del desmadre de las universidades, por ilustrarlo con dos ejemplos más que permitirán visualizarlo con claridad: ¿qué grado de informatización tienen la justicia y las Universidades en España? Bajísimo. Y de sobra es sabido: bajo grado de informatización implica bajo o nulo rendimiento. Ahora bien, ¿a qué se debe ese bajo grado de informatización? No, aunque parezca mentira, a la falta de dotaciones. Los tribunales y las universidades tienen los medios informáticos que precisan sin restricción alguna. ¿En dónde está el fallo? En donde siempre: en el factor humano. Son los funcionarios, los jueces, los profesores y catedráticos cuya inercia y resistencia al uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs) colapsan los servicios públicos de la justicia y la enseñanza; e insisto en que me limito a estos dos ejemplos, pero podría poner más. Conozco jueces y profesores de universidad, y no uno ni dos (por supuesto, siempre hay excepciones; da gusto ver al juez Bermúdez con su portátil) que literalmente no saben hacer la "o" con un canuto en informática y para quienes la idea de navegar por la red es tan ajena como la halterofilia y no hablemos de buscar información, contrastar datos o desarrollar sus propias herramientas virtuales. Cero.
Ya se sabe que los periódicos, al ser empresas privadas, experimentan un mayor acicate para adptarse a las nuevas TICs, pero su resistencia es también muy grande y lastra sus posibilidades de expansión. Los empleados, los redactores de a pie, los becarios, esos sí dominan las exigencias del nuevo mundo, pero los mandarines, los popes, que tanto abundan en las redacciones, las vacas sagradas, los intelectuales que penden de los periódicos como los farolillos chinos de las guirnaldas, ¿qué grado de adaptación tienen? ¿Hace falta dar nombres de ejemplares conocidísimos de los anteriores grupos que no solamente son ciberanalfabetos sino que se jactan de ello, lo que demuestra verdadera estulticia?
Tengo para mí que la prueba más concluyente de esta falta de sensibilidad de la prensa de papel se observa en el hecho de que todos los periódicos han comprendido que tenían que abrir una versión online, pero todos la han entendido como sirvienta de la edición de papel que es la "princesa" cuando, de hecho, es al revés: es la online la importante porque, a nada que se cotejen los datos del consumo de prensa escrita (estancado o descendente desde hace diez años) y prensa online (en ascenso fulgurante) y se crucen con la pirámide de edad (los lectores de prensa escrita son los mayores de cuarenta y cinco años, los de prensa online los jóvenes) es obvio en dónde se encuentra el potencial de crecimiento.
Pero, claro, tomar decisiones drásticas en estas estructuras rígidas y burocratizadas como la Justicia, la Universidad, los grandes periódicos es muy difícil porque, además, se dañan intereses muy sensibles y muy poderosos: los de los mandamases, los sátrapas de los departamentos universitarios, de los tribunales de justicia, de las redacciones de los periódicos que no saben abrir un archivo comprimido pero deciden quién prospera, quién asciende, quién publica. Si los que toman las decisiones piensan antes en su interés personal que en el de la empresa en la que están no hace falta cavilar mucho para intuir cuál será el resultado a medio plazo.
(El gráfico es una imagen de Público, bajo licencia de Creative Commons).