Como decía ayer termino hoy con la crítica al libro de Montero, Lago y Torcal. Ahorro las descripciones de las metodologías empleadas (generalmente variantes de ecuaciones de regresión) todas escrupulosamente expuestas en los distintos trabajos.
Wladimir G. Gramaño (El 14-M sin el "shock" del 11-M: un análisis longitudinal) ya dice suficientemente en el título de qué va: de que el resultado del 14-M hubiera sido más o menos el mismo aunque no hubiera habido atentados. Para ello se vale de las funciones de popularidad y voto (PV) que aclaran las oscilaciones en dos series temporales (apoyo a los gobiernos y porcentajes de votos a los partidos) con datos de los barómetros del CIS en estimación de mínimos cuadráticos ordinarios (p. 206). Según Gramacho hay tres razones que apuntaban a una victoria del PSOE en 2004: 1ª) ha sido tradicionalmente el más beneficiado por el voto estratégico; 2ª) aunque haya habido una desmovilización de la izquierda en 2004 se invirtió la tendencia; 3ª) hay un creciente desencanto de los votantes del PP en la VII Legislatura (p. 216). De las tres razones la segunda me parece contingente y no apropiada; la tercera coincide con el argumento de Montero/Lago en el libro. En definitiva, el análisis de los barómetros del CIS "sobre las diferencias de intención de voto al PP y al PSOE durante el periodo 1996-2004 proporciona fundamento suficiente a la afirmación de que el resultado del 14-M no debe ser clasificado como atípico." (pp. 222/223).
Francisco A. Ocaña y Pablo Oñate (Elecciones excepcionales, elecciones de continuidad y sistemas de partidos) levantan acta de lo inesperado de la victoria del PSOE en 2004 con una diferencia de casi cinco puntos porcentuales sobre el PP y un aumento de 8,5 puntos en la participación (p 225). Miden después la fragmentación del sistema español de partidos, que encuentran moderada; la concentración, que es la más alta desde 1977; la competitividad, reducida respecto a 2000; la polarización, la más reducida desde 1977; la volatilidad que juzgan moderada. Añaden el factor muy hispánico del regionalismo (p. 239) para llegar a la conclusión de que las de 2004 son elecciones de continuidad desde el tercer periodo electoral, inaugurado en 1993.
Alberto Penadés e Ignacio Urquizu-Sancho (Las elecciones al Senado: listas abiertas, votantes cerrados y sesgo conservador) abordan un asunto insólito en los estudios electorales españoles y de gran interés. Dada la nula relevancia de la cámara alta, casi nadie se molesta en estudiarla. Sin embargo tiene valor simbólico y algún otro que los autores subrayan con acierto. El simbólico se refiere al hecho de que en las elecciones de 2004 el PP obtuviera más senadores que el PSOE cosa que el estudio explica no como una oposición al resultado de las elecciones al Congreso sino como el efecto de un sesgo conservador en las elecciones al Senado que los autores miden claramente en sus dos puntos: el reparto desigual de escaños entre la población y la ventaja de la distribución geográfica del voto popular (pp. 247 y 254). En las cuarenta y siete circunscripciones peninsulares el PSOE obtuvo el 48,4% del voto y 87 senadores (46,3% del total) mientras que el PP consiguió el 37,4% del voto y 91 senadores (48,4% del total) (p. 255). La desproporción es obvia y deja claro que el PP también perdió de hecho las elecciones al Senado al quedar en la península (otra cosa son las ciudades autónomas y las circunscripciones insulares) 11 puntos por debajo del PSOE. Los autores abordan otras dos cuestiones que, sin tener relación directa con el tema del libro, presentan gran interés: la poca relevancia de las listas abiertas como hipotético mecanismo corrector del predominio de los partidos sobre los votantes ya que, dicen, los electores no hacen un uso "sofisticado" de ellas (p. 269) y, más curioso aun, el hecho que deducen de los datos de que el Senado propicie un "voto sincero", como lo llaman, esto es, un voto "más expresivo que estratégico" (p. 271).
Mariano Torcal y Lucía Medina (La competencia electoral entre PSOE y PP: el peso de los anclajes de ideología, religión y clase) sostienen que el electorado español está estabilizado desde 1993 y, aunque los cambios de 2000 y 2004 mostraron una alta volatilidad, ésta no tiene por qué deberse a cambios de preferencias partidistas sino que puede ser resultado de procesos de oscilación entre la abstención y la movilización (p. 279), argumento probabilístico e hipotético que no acaba de resultar convincente. Encuentran los autores que la ideología es el anclaje más fuerte, seguido de la religiosidad, que es algo menor y en cuanto a la clase social aprecian que, a excepción de lo sucedido en 2004, las clases trabajadoras votan al PSOE frente a las de servicio, trabajadores no manuales y propietarios que lo hacen al PP (p. 290). Su conclusión general es que el proceso de estabilización tiene una alteración en 2004 en que se dio un efecto movilizador favorable al PSOE porque su composición social e ideológica es más heterogénea y los factores de anclaje pesan menos que en el voto conservador (p. 301). Por cierto la diferencia de elasticidad entre votantes del PSOE y del PP es muy reveladora.
Álvaro Martínez Pérez (Ideología, gestión gubernamental y voto en las elecciones españolas) analiza las elecciones de 2004 en comparación con las anteriores desde 1986 y se mueve en el terreno de la teoría espacial, esto es, las autoubicaciones ideológicas (p. 317). Sus resultados confirman la tesis de Fiorina de que la dicotomía entre voto por issues y voto por ideología es más aparente que real, pues los votantes analizan la gestión del gobierno a través de sus ideologías (pp. 318/319), una conclusión que coincide con la teoría del Framing y su venerable antepasado el interaccionismo simbólico; igualmente se confirma el teorema del votante mediano: el partido que lo pierde, pierde las elecciones (p. 320).
Guillem Rico ("¡No nos falles!" Los candidatos y su peso electoral) aborda un asunto que tiene mucha prosapia en historia y filosofía política: la función del individuo en la historia, si bien él lo hace en una perspectiva empírica partiendo del hecho de que en las elecciones de 2004 se dieron dos circunstancias de interés: los tres partidos de ámbito nacional estrenaban dirigente-candidato y el presidente incumbent no se presentaba (p. 334). Llega a la conclusión de que las imágenes de los líderes condicionaron el comportamiento individual de los votantes en 2004 y que la influencia del líder del PSOE consiguió mayor alcance que sus rivales (p. 358).
Marta Fraile (El voto por rendimientos: los temas económicos y sociales) somete a análisis la teoría del voto económico (VE) y la hipótesis del premio-castigo (p. 362) para comprobar la de que la probabilidad de que un elector crítico castigue al partido del gobierno será mayor cuanta mayor credibilidad reconozca al principal partido de la oposición (p. 365). Su conclusión es que la magnitud del voto económico retrospectivo parece haber sido mucho mayor en las elecciones de 2000 que en las de 2004 (pp. 387, 389). Se lamenta la autora de no haber tenido una encuesta panel preelectoral y hace una honesta advertencia metodológica al final de su trabajo muy digna de tenerse en cuenta (p. 390).
Carlos González Sancho (Intermediarios personales, conversaciones políticas y voto) presenta un muy original e interesante trabajo sobre los intermediarios personales, etc como formas de "atajos" heurísticos en el acopio de información necesaria para la comunicación en democracia y, por ende, la adopción de decisiones, especialmente el voto (p. 393). Un trabajo de pionero en España. El análisis se hace a través de las correlaciones estadísticas entre la percepción de competencia (del interlocutor), la frecuencia de las conversaciones y las características personales de los interlocutores (p. 404). Aunque el 11-M se suspendieron las campañas, no lo hicieron las conversaciones y el autor entiende el resultado como "una sanción electoral a la gestión del Partido Popular (PP) a lo largo de su mandato, a la cual se añadiría un castigo adicional ocasionado por la atribución de responsabilidad por los atentados y la gestión de la crisis consecuente" (p. 407). De puro sentido común.
El libro se cierra con un capítulo en que los editores hacen balance de lo conseguido respecto a la tarea de averiguar cuáles fueron las claves de las elecciones de 2004 y piensan que se ha conseguido otro objetivo: marcar la estructura de lo que debe ser un "trabajo sistemático sobre elecciones y ciudadanos y fijar así una pauta para estudios sucesivos de esta naturaleza" (p. 421). Parece que lo han logrado y esta obra puede ser la primera (de hecho, ya hay una segunda sobre elecciones autonómicas y locales de 2007 que reseñaremos próximamente) de una serie a la que deseo tan saludable futuro como el que tuvo el primer estudio sobre elecciones generales de David Butler en Inglaterra, publicado desde 1945 hasta hoy, aunque haya sus diferencias.
Señalan los editores que las elecciones de 2004 fueron de continuidad más que de cambio (p. 422), lo que ha quedado abundantemente demostrado y aprovechan para hacer un resumen de las aportaciones substantivas del libro al acervo de nuestro conocimiento sobre elecciones en España en lo tocante al abstencionismo en relación con la edad (p. 431), la clase social (y el escaso consenso sobre la infuencia en el voto), el descenso del voto religioso (p. 431) y la importancia de la ideología, si bien complementada con otros factores (p. 432). Sin duda, los otros factores son importantes pero más lo es que se pueda probar científicamente el peso de la ideología a los sesenta años de que se hubiera decretado su final o su crepúsculo; y una importancia viva, nada que ver con la que puedan tener los llamados conceptos zombies.
En resumen, aquí queda un trabajo colectivo que será referencia para las elecciones de 2004 y quien quiera sostener la teoría del "vuelco" tendrá que refutar la impresionante batería de de pruebas empíricas que contiene o cambiar de murga.