Ya dije que iría dando cuenta de las exposiciones que visitamos en La Coruña. Hubo suerte y pudimos ver varias porque estaban todas concentradas entre la Fundación Caixa Galicia y la Fundación Pedro Barrié de la Maza, por cierto, un financiero, típico self made man al hispánico modo, al que Franco hizo Conde de Fenosa, que es como hacer a uno Conde de una sociedad anónima o una razón mercantil, algo etéreo pero más consistente que el hecho de que el Rey de España sea Rey de Jerusalén.
En la Caixa, en un edificio original que simula una ola está acogida la segunda parte del retrato español, desde Goya a Sorolla, cuya primera parte tuvimos ocasión de ver en El Prado. No es que haya muchas piezas, pero sí las suficientes para darse uno cuenta de que el retrato español del XVIII y XIX no tiene punto de comparación con el del Siglo de Oro, de fines del XVI y XVII. Resulta amanerado y, en la medida en que destaca algo lo hace por influencia de la retratística francesa, singularmente Ingres.
El retrato inacabado de Isidoro Maíquez, de Goya, más arriba está en el mejor espíritu clásico percepción psicológica. Tiene vida y mucha fuerza exprsiva. Volveré a hablar de este Isidoro Maíquez, director teatral y notado actor de la época en breve.
Hay bastantes piezas de los pintores llamados "goyescos", claramente influidos por el genio fueran o no discípulos. En especial de Victorio López que llegó a ser un verdadero y consumado maestro del género, quien retrató a la realeza (la reina Isabel II), la nobleza cortesana y las clases altas. El Goya que Vicente López reflejó dos años antes de la muerte del modelo tiene, a mi entender, más fuerza que los autorretratos del propio Goya, con ser impresionantes. Aparece el pintor con la paleta en la mano y en el acto de pintar a su vez, en el ejercicio de sus arte, la cabeza de frente despejada bañada por una luz fuerte que casi parece irradiar de la figura. La mirada es escrutadora, como si estuviera reconociendo nuestros rasgos para trasladarlos luego al lienzo y tiene un toque de serenidad que contrasta con el gesto de imposición y determinación de los labios. Se ve que el modelo es hombre que ha vivido mucho, con pasión y genio, pero que parece haber llegado a una actitud de cierta conciliación consigo. De lo que no hay duda es de la gallardía y nobleza del porte. No se trata solamente de que los pintores mantuvieran el prurito que ya se había iniciado en el siglo XVII de presentar una visión ennoblecida de su actividad que hasta hacía pco tiempo era considerada como parte del gremio de albañiles. Además de esto López nos dejó el retrato de un hombre al que admiraba y cuyos rasgos conocía él muy bien.
El resto de la exposición, con algunas excepciones, es bastante inferior, con retratos convencionales, según programas iconográficos socialmente determinados, oficiales con emblemas de mando, estadistas, nobles de ambos sexos, nada que permita vislumbrar algo del pasado genio español para el retrato. Aquellos rostros de dioses y acompañantes de Velázquez que eran retratos de tipos concretos llenos de vida, los retratos de Ribera o Zurbarán, los prodigios de Murillo, han desaparecido por completo para dejar paso a una forma de reproducción apelmazada que gozaba del aplauso social. Ya no eran las catedrales o la Corte quienes encargaban obra sino algo mucho más difuso, pero de enorme influencia en el gusto y las corrientes artísticas, la clase social.
Hay un momento dominado por la familia Madrazo. Traigo a la izquierda una pieza muy notable, dentro de lo que cabe, de Federico Madrazo, un retrato de Isabel II en el que, como se decía más arriba, es palpable la influencia de Ingres. Un retrato que tiene que recordar mediante símbolo añadido que se trata de la Reina de España pues, por su figura, no lo parece.