Maquillar los problemas no es un buen modo de resolverlos. Durante semanas el Gobierno de España se ha negado a reconocer que la economía está en crisis. Su Presidente evitaba a toda costa pronunciar la palabra maldita y del Presidente abajo ninguno osaba decirla. De forma que la situación era chusca: de un lado el país, la España real, perfectamente consciente de que nos encontramos en una crisis de gravedad y teniendo que bregar con ella; de otro, el Gobierno y las autoridades públicas, la España oficial, negandose obstinadamente a reconocer la realidad y buscando circunloquios para enmascararla como "frenazo", "parón", "ralentización" y otros hallazgos, como si el hecho de no darle a la cosa fea el nombre que le corresponde y de disfrazarla con eufonías pudiera hacer que aquella desapareciera del horizonte.
Se trata de un fenómeno relativamente frecuente en el caso de los gobiernos (y, por supuesto, otras entidades políticas, en especial los partidos) por el que estos pierden el contacto con la opinión pública y se alejan del común y obvio parecer humano. Pasó con el Gobierno del PP en 2004, cuando se empeñó en que la sociedad diera por buenas sus patrañas sobre una autoría etarra de los atentados del once de marzo. Y vuelve a pasar ahora con un Gobierno que se obstina en negar lo que todo el mundo sabe.
Algo parecido viene a suceder con el PP. A las dos semanas de haber cerrado su congreso entre mutuos parabienes y felicitaciones de cómo han resuelto sus problemas internos, estos reaparecen y con mayor fuerza. El bloque sólido, frontalmente opuesto al "viaje al centro" del PP (que es el nombre que damos al intento del partido de adoptar una línea política más flexible y moderada) se encuentra en el País Vasco. La señora San Gil, el señor Mayor Oreja y otras personas de su partido, convertidos en Don Pelayos, defensores de los integérrimos principios. Y detrás de ellos se oye ominosa la voz del señor Aznar, advirtiendo de que renovar el partido no significa dividir o restar sino sumar. Los "modernizadores" o "centradores" están lejos de haber ganado la batalla.
El tumulto vasco se trasmite en forma de intranquilidad o disconformidad al resto del partido, especialmente a territorios en los que soplan vientos contrarios al señor Rajoy como la Comunidad de Madrid, con la COPE agrediendo e insultando diariamente al lider ya al día siguiente de que éste perdiera las elecciones del nueve de marzo. Y no me lo invento. Según leo en El PLural, los insultos del señor Losantos al señor Rajoy son tantos que han dado para que un señor Gérard Malet escriba un libro.
El episodio catalán que sólo concluyó (de momento) con una presidenta del PP en Cataluña impuesta por la dirección del partido después de que los tres candidatos no se pusieran de acuerdo en uno de consenso y la señora Nebrera, la otra candidata, incluso se negara a retirar su candidatura en favor de la impuesta por los órganos superiores.
Los nubarrones en la derecha sólo presagian tormenta.
(La imagen es una foto de Rumyaku, bajo licencia de Creative Commons).