Tengo dicho ya que me encuentro en la magnífica ciudad de Burgos, en un tribunal de exámenes de la UNED que, por cierto, está al amparo de unas dependencias de la Universidad de la provincia cuyo anagrama, válgame el Señor, es UBU. El tiempo es variable, como en toda España, alternando nubes y claros con algunos chubascos. Cuando sale el sol, la ciudad relumbra con una luz dorada y, si hay un momento libre, me gusta pasear mis melancolías por la margen del Arlanzón. En uno de estos paseos me vino al ánimo cumplir una promesa hecha en su momento y algo abandonada por el trajín diario, de seguir desgranando consideraciones sobre los vicios nacionales, tomándola esta vez con el de los enchufes. No me molestaré en explicitar la causa de la asociación que me parece clara: Burgos, la ciudad en que Franco nombró su primer Gobierno, donde fue exaltado a la Jefatura del Estado y donde se anunció por fin la victoria del ejército sublevado sobre la República, estableciéndose un nuevo régimen en España que duró cuarenta años y cuya columna vertebral y esencia misma, entre otros males, fue el enchufismo. Ya sé que Burgos en sí misma, noble ciudad milenaria, nada tiene que ver con tanta miseria, pero de eso no entienden las asociaciones de ideas, que vienen del magma freudiano.
Tampoco es el enchufismo privativo del régimen de Franco; éste lo heredó de la Restauración que, a su vez, lo había recibido del antiguo régimen al que, por su parte, le venía del antiquísimo régimen, o sea, los Austrias... y no quiero seguir hacia atrás por no agotar el post. Esto del enchufismo está tan arraigado en la historia de España que uno tiende a verlo, melancólicamente, como consubstancial con lo español.
Porque, aunque parecía que no iba a hacerlo, al final murió Franco, a quien se le había acabado el enchufe que tenía con la divina providencia; vinieron otros hombres, otras formas, otros tiempos, se pronunciaron bellos discursos, se cambiaron las cuadernas del navío del Estado, se reemplazó al timonel, se embocaron nuevos rumbos. Pero el enchufismo, los enchufes, los enchufados siguieron igual o peor. Una práctica que caracterizó a las derechas (o centro derechas) que iniciaron la transición y fue propia también de las izquierdas (o centro izquierdas) que tomaron el relevo y recurren a ella con un entusiasmo tanto mayor cuanto que lo hacen con la buena conciencia de estar recuperando el tiempo perdido.
El enchufismo no conoce de colores o matices políticos, pues ¿qué? ¿No tenemos todos hijos, padres, cuñados, sobrinos, primos, cónyuges? ¿Y no es la familia el corazón de la sociedad? ¿No tenemos todos amigos, conocidos, relaciones? ¿Y no es la amistad la más noble de las relaciones humanas? Además de ello, ¿no dicen los expertos que vivimos en la sociedad-red, hecha de relaciones y contactos? Mira por donde la recia tradición española señala otra vez el futuro a los demás países más atrasados, como en tiempos del Invicto. Fuimos los adelantados de la Cristiandad y seguimos siéndolo del enchufe.
No hará falta que cite casos, ¿verdad? (Además, no es conveniente, no vaya a salirme caro en el futuro). Quien no conozca algún caso de alguien colocado en un puesto en virtud de una recomendación (¿hace falta decir que las "cartas de recomendación" son un subgénero literario/epistolar típicamente hispánico?), o de sus relaciones personales, de alguna licencia, contrata o momio concedidos de chanchullo, que lance la primera piedra a la cabeza de este humilde bloguero. ¿Qué en dónde hay que mirar? En nuestro merito entorno, en el Gobierno, en todos los niveles de la administración central, autonómica, municipal, organismos autónomos, en la Universidad, en los partidos políticos, en la Iglesia, los sindicatos, en todos los lugares que directa o indirectamente tengan algo que ver con lo público. Ahí se dan verdaderas dinastías.
Pero también, cómo no, en la empresa privada, en donde el enchufismo campea como antaño lo hizo el noble Cid por las tierras de Castilla. En algún lugar he leído que el enchufismo en la empresa privada no es cosa vituperable ya que la tal empresa configura el ámbito de libertad de la sociedad civil y no tiene por qué ajustarse a las pautas de lo público. Como si no existiera una responsabilidad social de la empresa y como si la tal empresa no tuviera relaciones privilegiadas con el ámbito público, muchas veces teñidas de corrupción, de forma que se da un constante trasiego de enchufados de la una al otro. ¿No vienen a las mientes de inmediato media docena de nombres?
Así que ya puede el señor presidente del Gobierno hablar de que va a sacar a España del marasmo a través de portentosas inversiones en I + D + i. Mientras tenga a su primo contratado como asesor en La Moncloa y a la jefa de su primo de directora del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, por no hablar de ese otro que ha saltado de la fontanería monclovita al Olimpo de unas empresas, el ejemplo que está dando a la sociedad es el de Franco, la Restauración, los Borbones, los Austrias... el enchufe de la España eterna.
(La primera imagen es una foto de escritor deconejos, la segunda de edans, ambas bajo licencia de Creative Commons).