La Ley de Principios del Movimiento Nacional de 17 de mayo de 1958, en su artículo 1º decía: "Los principios contenidos en la presente Promulgación, síntesis de los que inspiran las Leyes fundamentales refrendadas por la Nación en 6 de julio de 1947, son, por su propia naturaleza, permanentes e inalterables." Ahí siguen. Con razón se escandaliza el señor Rajoy y se pregunta "Pero ¿en qué cabeza cabe que vamos a cambiar nuestros principios?" Pues, según parece, en un respetable porcentaje de cabezas de los asistentes al congreso, que varía según quien haga el cálculo (15,4% según Público y 21,2% según El Mundo) pues aquí se politizan hasta las matemáticas.
El señor Rajoy, que todo cuanto tenía de ogro comeñinos en la legislatura anterior lo tiene ahora de oblato franciscano, ponía énfasis al afirmar que pensaba cambiar formas pero no fondos. Alguno asomó, viejo familiar en el discurso rajoynico, como el carácter indiscutible de la nación española. Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, consciente de su responsabilidad ante Dios y ante la Historia, en presencia de las Cortes del Reino, dejó dicho entre otras principalísimas cosas que "la unidad entre los hombres y las tierras de España es intangible" y que la Nación española está "constituida por las generaciones pasadas, presentes y futuras". ¡Futuras! No estoy haciendo comparación indebida alguna entre Franco y el señor Rajoy. Imagino que todo aquel que interviene en política tiene principios. Pero lo habitual no es andar presumiendo de ellos porque, cuando lo es, ya es mala señal. El principio más destacado afecta siempre a la Patria que es indiscutible, incuestionable y como un Moloch que devora a las generaciones futuras, obligadas a formar parte de la nación española velis nolis y haya pasado lo que haya pasado. En salvando esta peripecia, el señor Rajoy está dispuesto a poner su mejor sonrisa y comenzar a dialogar con todos, incluidos los temibles nacionalistas, tribus indómitas de los confines, con quienes también dialogó el señor Aznar, si bien él dice que no dialogó, sino que monologó. El líder no suelta una verdad así lo aspen si intuye que decirla pueda ponerlo en algún peligro.
El principio II de la citada Ley de Principios decía que "la Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación." La Nación Española es católica o no es. En esto el PP está jugueteando con los colores de la indiferencia y el laicismo, admitiendo las parejas gays, aunque negándose a llamarlas "matrimonios". Pero esto no es suficiente para salvaguardar la esencia nacionalcatólica de España y así nos vemos hoy, obligados a defender a los nonatos de la furia asesina del rojerío antiespañol mientras la masonería judicial condena por injurias a nuestros más cristianos voceros.
El caso es que el señor Aznar, en un discurso previo que todo el mundo examinó con lupa, instrumento inadecuado porque el discursito fue de trazo grueso, el que normalmente endilga en estado de sobriedad, sentenció que no hay que ir al centro, pues ya estamos en él y lo hemos hecho todo perfectamente, esto es, ganar las elecciones y gobernar con acuerdos y alianzas. ¡Y no tenemos nada de que arrepentirnos!. Son dos afirmaciones muy típicas del espíritu del personaje. El centro es donde él esté porque él es el centro. En cuanto a negociar, lo hizo en su primera legislatura porque no tenía mayoría absoluta y hubo de entregarse a los nacionalistas para sobrevivir; en la segunda, con mayoría absoluta, no dialogó ni con el cuello de su camisa y así, sin dialogar, sin encomendarse a Dios ni al diablo, metió al país en la guerra del Irak. Y dice que no tiene nada de qué arrepentirse; como Espinoza, pero sin saberlo.
No cree Aznar que el PP deba configurarse como un partido que dé gusto a los adversarios. Es vieja sabiduría china: del enemigo el consejo, reformulada por el presidente Mao: "atacar todo lo que el enemigo defiende y defender todo lo que el enemigo ataca". Así se puede ir muy lejos, hasta se puede atravesar un país continente como China pero eso no quiere decir, según recuerda Horacio, que hayamos de cambiar de carácter. El señor Aznar sigue dando muestras del suyo, rencoroso, vengativo y mezquino, gracias al cual ofreció su "apoyo responsble" al señor Rajoy. No "todo su apoyo" o "pleno apoyo" o "apoyo sin reservas", sino "apoyo responsable" que suena como cuando algún candidato de algo en el País Vasco resulta electo y tiene que jurar o prometer lealtad al Rey y acaba haciéndolo por "imperativo legal". Lo mismo el señor Aznar: apoya al señor Rajoy por "imperativo legal". Que el apoyo es "responsable" échase de ver en cómo desprecia al apoyado ausentándose cuando éste elabora su nueva doctrina.
El rumbo está marcado: enésimo viaje al centro. La fuerza de las palabras no está en su repetición ad libitum, sino en que se transformen en hechos en algún momento. La idea de que el problema no son los famosos principios permanentes e inalterables sino los errores en el modo de comunicarlos es una ocurrencia galaica que servirá para que el señor Rajoy salga del foso de los leones del Congreso de Valencia; pero ahora tiene que servir también para ganar elecciones, que será la prueba definitiva de la consolidación de su liderazgo. Eso es lo que el presidente del PP ha obtenido como margen de la vieja guardia, más o menos un año, hasta las elecciones gallegas y europeas. Sabemos lo difícil que es desmontar una dictadura y el PP estaba organizado de modo dictatorial, con nombramiento directo del sucesor, al modo en que el Caudillo hizo con el Rey. Ahora el ungido se ha rebelado, el método de nombramiento ha cambiado, sustituido por primarias. Veremos si el PP, por fin, consolida su particular transición, la única que queda por hacer en España.
(La imagen es una foto de PPCatalunya, bajo licencia de Creative Commons).