Tu rostro mañana es una novela de espías, muy sui generis pero espías al fin y al cabo y espías británicos. En realidad toma pie en aquella coyunda tan pintoresca y significativa, quizá en el fondo específicamente británica entre el MI6, el Partido Comunista británico y las universidades de élite, Oxford y Cambridge. Sir Peter Wheeler, un personaje real que Marías ha convertido en personaje de su relato es una especie de trasposición de dos de estos datos, espía y erudito hispanista, profesor de Oxford. Le falta el ser comunista, pero se le añade algo también con mucho bouquet británico para una generación y un tiempo, esto es, la experiencia de la guerra civil española. A propósito de si en las novelas de Marías pasan cosas o no merece la pena reseñar que en esta se habla en un par de ocasiones y con conocimiento de causa y detenimiento del secuestro y asesinato de Andreu Nin, posiblemente el momento culminante de la influencia soviética en España.
Pero la novela de Marías también quiere ser más cosas. Lo observamos en algunas de sus infrecuentes y muy prudentes referencias literarias. En primer lugar, por la provincia espionaje tiene aquí una aparición estelar Ian Fleming, el creador de 007, quien también tuvo una aventura española que lo puso en relación con sir Peter Wheeler. El asunto dará para sorpresa en el libro y entre lo que Marías dice y lo que da a entender, sorpresa mayúscula, hasta el punto de que quizá estemos cerca de saber quién torturó y parece que despellejó vivo a Nin. Las otras referencias indican otras vías de entretenimiento de lo británico: el nombre de Woodehouse, hoy casi desconocido en España, a propósito del nombre de Tupra, Bertie, y el mucho más valorado de Laurence Sterne a propósito del nombre del hermano de Sir Peter Wheeler, Toby Rylands y, de paso, otro elemento de incertidumbre: dos hermanos que no se llaman igual por lo que nuestro narrador, que los trató durante largos años, siempre ignoró que fueran hermanos, como lo eran el tío Toby el padre de Tristram Shandy. No se olvidará que Marías es traductor de la novela de Sterne al español.
Ya en el primer tomo de la trilogía se conectó el extraño empleo de Jaime Deza (esa organización sin nombre en un edificio sin nombre) con la campaña que pusieron en marcha las autoridades británicas durante la guerra para contrarrestar el espionaje entre la población civil en Gran Bretaña, campaña que se ejemplifica por los carteles en los que, de forma muy gráfica, se invita a la población a evitar el careless talk, esto es, conversaciones en las que hubiera algún tipo de información que los espías enemigos que están en todas partes podían emplear luego para causar muerte y destrucción entre las tropas británicas. Se trataba de conseguir que la gente no hablara de nada con nadie, que no contara nada ni al novio, ni a la madre, a nadie porque la sociedad estaba llena de espías. Fascinado por esta situación (como también lo estuvo y sigue estándolo Sir Peter Wheeler) Marías vincula esta perversión suma de romper toda forma de comunicación con el carácter totalitario y último de la guerra, actividad en la que vale todo y toda consideración moral está de más. Aquí estamos en el terreno de la violencia y del Mal de que hablaba en la entrega anterior.
Una pequeña digresión iconográfica. Marías reproduce algunos carteles ingleses del careless talk en el primer volumen y otros también británicos y de otros países en el tercer volumen donde igualmente aparecen algunos españoles de la guerra civil, lo que da pie a Sir Peter para hacer una interesante reflexión sobre cómo la guerra civil española mostró más odio entre los contendientes que entre estos en la Segunda Guerra. En todo caso, añado por mi cuenta un par de carteles de idéntica temática pero en alemán, prueba de que aquella guerra fue muy simétrica y todos recurrían a procedimientos similares. En el primer cartel alemán se lee: "¡Atención! ¡Espías! Tened cuidado con las conversaciones" y se ve a un hombre en primer plano semioculto detrás de un periódico pero escuchando lo que un oficial nazi está comentando en un café a un amigo suyo. En el otro, un cliente enjabonado está diciendo al barbero; "Cuando yo se lo digo..." mientras se dibuja una sombra humana de alquien que está escuchando y las autoridades advierten de que; "¡El enemigo está escuchando!" Más adelante se perfeccionará esta interpretación de la guerra cuando veamos que durante la contienda no solamente hay que saber callarse y no hablar ante nadie sino que, si hay que hablar, es preciso hacerlo de forma que cause el peor mal al enemigo, mintiendo, engañando o asesinando. No hay marco moral para el patriotismo belicoso.
Es Sir Peter Wheeler quien pone en contacto a nuestro narrador con Bertram Tupra en esa fiesta en su casa y que tan bien descrita está en la obra de Marías como aprecia cualquiera que haya asistido a las parties británicas, sobre todo de académicos. Tupra contratará a Deza para las funciones de interpretación de rostros de que se habló en la entrega anterior. En definitiva, una actividad que ya empezó a hacerse en el contexto del contraespionaje británico durante la Segunda Guerra mundial, cuando se enviaban muchos hombres a Alemania y Europa en general encargados de la información y con cometidos de resistencia y sabotaje para ayudar al esfuerzo de guerra, y se trataba de saber cuánto podría aguantar uno o qué sería capaz de hacer otro en tales y tales condiciones. En una de sus primeras y confusas explicaciones sobre su quehacer, Tupra dice a Jacobo que, al fin y al cabo, se trata de un "servicio a la patria" y que, en definitiva, "nunca nos libramos del patriotismo completamente" (III, pág. 249). Esto da pie a Deza para embarcarse en sutiles distinciones entre la "Patria" española y el "Country" británico pero, al tiempo, podemos ver que Tupra entiende su misión como una especie de licencia 007, esto es, estar más allá del juicio moral ordinario. Cosa que se echa de ver en la ya mencionada, inverosímil pero muy literaria escena de la paliza que Tupra propina al imbécil del agregado cultural (especialista en poesía medieval española) De la Garza. A propósito de ello se inicia un debate entre Tupra y Deza sobre los aspectos morales del violencia y la guerra que el español trata de zanjar recurriendo a lo que le parece un pronunciamiento ético incuestionable: que no se puede ir por ahí matando a la gente y ese es el momento en que Tupra le hace la pregunta que parece decisiva y la que pone el asunto en los exactos términos del debate moral, algo que Deza no se espera: "¿Por qué", pregunta Tupra, "¿por qué no se puede ir por ahí matando?", a lo que Deza, sorprendido sólo puede responder que porque moriríamos todos, lo que es una respuesta inconsecuente.
Ciertamente, el debate está montado sobre un equívoco elemental, el que se deriva siempre de la confusión entre el ser y el deber ser. Lo que Deza quiere decir es que no se debe ir por ahí matando. De esa forma la cuestión está delimitada y Tupra no puede jugar más a la confusión entre ser y deber ser con lo que su contraargumento de mostrarle (que, ya se sabe, no equivale a demostrar) que matar, asesinar y torturar es lo que hace todo el mundo en todas partes carece de fuerza.
La cosa tiene un giro apreciable cuando es nuestro héroe quien, de viaje a España, ante la sospecha de que su ex-mujer está siendo maltratada por el hombre con el que se relaciona (otro retrato de un español tipo ideal muy bueno, aunque no tanto como el De la Garza), recurre a los mismos métodos que Tupra. Es decir, en definitiva, claro que se puede ir por ahí matando. A veces hasta conviene. Es la guerra, donde vale todo. En la guerra "total", el servicio del espionaje británico tuvo como norma ser peores que los nazis, superarlos en destructividad y maldad (p. III 615), hasta el punto de que se decía que cuanto más sucia fuera la guerra, mejor (p. 627). Lo que ahora viene a decirse en la novela es que ya no hay diferencia entre los tiempos de paz y los de guerra y que la paz es la continuación de la guerra. Podríamos decir que tocamos el fondo de la novela de Marías: toda la vida humana es guerra, de una forma u otra, con unos u otros dioses, pero guerra.
No obstante, al tratarse de un escritor tan inteligente y sutil, la conclusión anterior sería insuficiente puesto que en la obra hay mucho más que eso: hay varios ambientes, la historia de un par de familias, un tiempo, unos lugares, y un lugar y varios tiempos; hay un bullicio permanente del que nos da cuenta Marías casi sin avisarnos y a través del estilo indirecto que ya comentamos. El relato de la guerra -cualquier guerra y una o dos en concreto- y el de la paz -también cualquier paz y alguna en especial- se reconduce ahora como venero de otro más amplio y noble, a donde conduce la novela con gran maestría narrativa: al relato de la vida y la muerte..
Capítulo aparte merecen los personajes. Algunos son verdaderos hallazgos. Por supuesto, el más interesante, el protagonista, el narrador que curiosamente habla de todos los demás y de sí mismo, pero no queda claro que se conozca mejor que a aquellos a los que "cala". Por eso cita Marías un informe sobre él hecho en la organización, por alguno de sus colaboradores, no sabe por cuál, pero en el que se asegura que no se conoce a sí mismo (III, p. 500). Los demás personajes forman una fabulosa galería no muy poblada pero en la que algunos tienen la curiosa distinción ser personajes reales y literarios al mismo tiempo. Es muy curiosa la aparición de don Francisco Rico en el relato. De Sir Peter Wheeler ya sabemos que fue importante personaje en la vida del autor y la figura del padre, dibujada con infinito cariño y escueta referencia a su integridad moral en tiempos de encanallamiento colectivo es emocionante.
Hay muchos otros aspectos por tratar en una obra tan rica en matices como ésta, pero sería cuento de nunca acabar. Merece la pena seguir al autor en esa forma tan peculiar de interpretarlo todo: la realidad, a los demás, a sí mismo y a sí mismo a través de los demás.