El otro día fuimos al cine, a ver la última de Tim Burton, con Johnny Depp y Helena Bonham-Carter, que es la esposa de aquel; todos en Sweeney Todd, el diabólico barbero de la calle Fleet.La sala estaba vacía y no vacía en sentido metafórico sino literal: exceptuados nosotros dos, no había nadie más. Y a pesar de todo pasaron la peli. Un avión de Iberia no hubiera despegado con dos pasajeros, aunque ya supongo que el gasto es muy distinto. En todo caso, eso no me había sucedido nunca. Desde que empezó la reconversión del cine, con el descenso rápido de las audiencias, según se generalizaban las televisiones y los vídeos, a veces hemos llegado a ser media docena de espectadores. Pero cero espectadores no me había sucedido nunca.
A lo largo de mi vida he escuchado y leído varias veces que el cine es un arte de masas.En la época de las masas, que tanto interesaban a José Ortega y Gassett, era lógico que éstas tuvieran su forma artística. El cine es el arte de masas típica pues que tiene un elemento de reproducción mecánica. Cada peli es ella misma y sus copias, que no son reproducciones sino eso, ella misma, multiplicada por x. Arte de masas; ya te digo.
Y el caso es que es de verdad arte de masas. Lo que ha cambiado es la forma de presentarse la masa que ahora aparece fragmentada, atomizada en cada hogar ante el televisor o aun más individualizadamente, ante el monitor del PC o el Mac. Lo que es la vida.
La peli quiere ser algo extraño. Empezando por la historia. No está nada claro que este Sweeney Todd haya sido personaje histórico. En todo caso, esta versión (que es la de Christopher Bond, con guión de Stephen Logan) da en la figura del repugnante Juez Turpin, del que no hay rastro en otras versiones y, así, genera una explicación "racional" al argumento, que descansa en lka venganza por una injusta sentencia del tal juez. Pero eso es casi lo de menos, luego se regodea en las actividades de Todd y su novia, Mrs. Lovett, (Helena Bonham Carter) propietaria de una tienda de Steak and Kidney Pie que hace unos pasteles de carne que nadie consume hasta que empieza a hacerlos exquisitos de la carne humana de las víctimas de Sweeney Todd, quien acostumbra a rebanar el pescuezo de sus clientes en la barbería de la calle Fleet, justo encima de la tienda de Mrs. Lovett.
Esta Helena Bonham Carter me gusta bastante. Recuerdo haberla visto en Regreso a Howards End, en donde tiene que dar la réplica a Emma Thompson, cosa nada fácil, y sale muy airosa. Aquí también, por cierto y eso que pasa toda la película con maquillaje excesivo, al igual que Todd y ello porque la obra es del género musical, como lo es la pieza de teatro en que se basa, de Stephen Sondheim y Hugh Wheeler. La clara teatralidad de la historia resta mucho en cuanto "película de terror" y hasta podría entenderse como una burla del género. Cuando el negocio prospera, nos dan unos planos del establecimiento de Mrfs. Lovett a rebosar, con todos los vecinos sentados en mesas alargadas comiéndose a otros en exquisitos pasteles de carne, siente uno algo en el estómago. Algo parecido a lo que sentí yo mismo la primera vez que hinqué el diente a un steak and kidney pye en el que lo más característico era la salsa.
La narración es muy poderosa porque abarca observaciones sociológicas (como las clases sociales en la Inglaterra victoriana) y pautas del cuento tradicional (en la forma de la angelical doncella secuestrada por el monstruo, sea éste fisico o moral) todo ello administrado en un ritmo teatral que implica una estructura con un solo escenario o dos, todo lo más tres, uno de los cuales es una historia de amor, una especie de Calixto y Melibea.
Si no hay nada mejor que hacer, puede verse. El baño de sangre a cuenta de la degollina no defraudará.