El Thyssen tiene una buena exposición del Renacimiento flamenco. Hay mucho Durero y mucho Cranach, tanto pintura como grabado y dibujo y hasta un gran tapiz que cuelga en la sala de exposiciones del Cajamadrid en la Plaza de Celenque, pues esta es una actividad compartida entre el Museo y la Caja. Y también hay obras de Wogelmut, algún Holbein, un par de Bellinis (Giovanni), que debían de pasar por allí, bastante Altdorfer, Baldung, etc. Pero el grueso de la exhibición recae sobre los dos que enuncia el prospecto, Durero y Cranach.
Renacimiento flamenco y alemán, vale decir Renacimiento protestante, que es una perspectiva que a veces se olvida, al tener más presente el Renacimiento italiano, siempre católico. Por ejemplo, son muy de ver las caricaturas que Cranach hace del Papa, León X con cara de cerdo y rodeado de cardenales, también con cabezas de gorrinos. Cuesta identificar en él al hijo de Lorenzo de Medici El Magnífico que lo hizo cardenal a los trece años, el León X para el que Rafael terminó de construir la loggia cuyo segundo piso decoró con frescos bíblicos y al que también retrató en su orondo, refinado y erudito esplendor con algunos cardenales. Las dos miradas de Europa, la reformada y la católica concentradas sobre el mismo personaje. Sólo que para nosotros es menos frecuente la reformada. Y precisamente uno de los puntos fuertes de la exposición es un par de retratos de Martin Lutero, incluido uno que no conocía del rebelde monje agustino con su esposa, bien curioso. Y con los de Lutero, uno muy conocido y notable de Phillip Melachton, pues la Reforma vino acompañada y precedida por el Humanismo. El único Holbein que detecté era precisamente uno de sus retratos de Erasmo.
La exposición merece la pena ya sólo por ver las láminas del Apocalipsis de Durero,. un tema favorito del pintor de Nurenberg que consiguió trabajándolo figuras que han quedado como símbolos para las generaciones posteriores, como los jinetes del Apocalipsis. La que hay a la derecha representa a San Miguel y parte de las legiones celestiales combatiendo con el dragón, con Satán y su caterva de diablos. Esos ángeles y arcángeles de largas cabelleras rizadas, contrapuestos a la odiosa fealdad serpentina del dragón simbolizan el ideal nórdico de belleza masculina, que el propio Durero se había aplicado a sí mismo en sus autorretratos, uno de los cuales, el de 1526 figura en la exposición. El visitante podrá ver también el célebre rinoceronte y la no menos célebre ala de pájaro, las dos procedentes de los fondos de la Galería Albertina, en Viena. Especial interés tiene el impresionante grabado que ilustra el séquito triunfal del Emperador Maximiliano. También son muy de notar los dos óleos que representan a los apóstoles San Felipe y Santiago el Mayor, que siempre me han parecido una exquisita rareza en el conjunto de la obra del pintor de Nurenberg.
La presencia del Imperio es constante en la exposición. Se exhiben muy bonitas y bruñidas armaduras y algunas armas blancas finamente trabajadas. La finalidad debe de ser recordarnos que todo aquello del Humanismo, la Reforma, el comercio y la banca estaba fundamentado en la supremacía militar del Imperio, ya por entonces desafiado por otras potencias, entre ellas Francia.
Me produjo gran placer encontrar el fabuloso Retrato de dama, de Altdorfer, uno de los pintores más interesantes y menos difundidos del Renacimiento flamenco, todavía muy influido por la estética gótica, pero con un registro tan amplio que abarcaba desde escenas bíblicas al gusto medieval hasta un retrato como éste, cuyo uso del color permite equipararlo a la pintura del siglo XX, como una especie de antecedente remoto del expresionismo. Altdorfer que también cultivaba con mucho primor el estilo epopéyico y el alegórico tenía, como se ve, un fortísimo sentido del realismo. Vaya, la de tonterías que pueden llegar a hilvanarse por no decir simplemente que el cuadrito en cuestión (pues es de no muy grande tamaño) me encanta. Además, me recuerda a Zurbarán.
Como hablo de memoria, no recuerdo el tema concreto de un par de desnudos de Baldung; moralizantes, desde luego, o aparentemente moralizantes porque, con el pretexto de la moral, lo que aparece son desnudos femeninos, que nos dan el canon de belleza femenina flamenca, de siempre muy distinta de la latina.