dimecres, 31 d’octubre del 2007

Jardín de necedades y embustes.

En tiempos del "felipismo", sobre el que gustaban teorizar presuntos izquierdistas, la derecha publicística inundó el mercado editorial de libros alarmistas, agoreros, catastrofistas: España se hundía, la educación era un desastre, la inseguridad ciudadana rampante, la pobreza, la irrelevancia exterior, la pornografía, el terrorismo, el ateísmo, el separatismo, bla, bla, bla. Lo habitual en los discursos de la carcunda. Los publicaban dos o tres editoriales y los escribían dos o tres docenas de reaccionarios siempre los mismos anunciando el fin de la viril hispanidad. Con el gobierno del señor Rodríguez Zapatero viene pasando más o menos igual, más o menos con los mismos plumillas y alguna reciente adquisición de las filas de los supuestos izquierdistas, de esos que escriben en El Mundo o La Razón.

Tanto entonces como ahora los ataques de los reaccionarios a los gobiernos socialistas adolecen de un defecto: sus apreciaciones son puramente negativas y carecen de aportación positiva alguna con lo que su crédito es muy escaso. Convencen a los fieles, pero a nadie más.

El libro que acaba de publicar el señor Aznar trata de enmendar ese fallo. No solamente es un panfleto antisocialista con sus habituales sonsonetes catastrofistas sino que expone en positivo las líneas maestras del pensamiento aznarino, lo cual motiva el presente comentario. El señor Aznar quiere sentar plaza de teórico incluso ideólogo de fuerte carga patriótica y moral. De ahí que haya elegido el género epistolar de raigambre en la historia de la literatura con reminiscencias de las Cartas persas de Montesquieu, las Cartas marruecas de Cadalso o las Cartas a un príncipe, de Emilio Romero que probablemente el autor leyó de joven, entre otros muchos. El destinatario de las cartas aznarinas es un joven español que se llama, cómo no, Santiago lo que no es más que el primero de la serie de trucos retóricos con que el señor Aznar desgrana esta serie de lugares comunes neoliberales literalmente fusilados de las obras de gente como los Friedman, Gilder, Hazzlitt, Hayek, von Mises, Lepage, etc, todos ellos muy respetables cosa que no sucede con su imitador que no es sino su eco deformado y ramplón.

Las pretensiones del autor son tan elevadas como necias sus conclusiones. Los conceptos que más se repiten en el libro son los de "naturaleza humana" y "condición humana" (págs, 13, 25, 33, 51, 102, 121, 151) que el señor Aznar considera sinónimos porque no tiene ni idea de lo que habla. De hecho los términos sólo le sirven para blandirlos como mazas: lo que él piensa está de acuerdo con la humana naturaleza; lo que piensan sus adversarios la contradice. Y como no se siente obligado a abandonar jamás su tono apodíctico, sus afirmaciones -generalmente vulgaridades- han de pasar como profundas filosofías.

En cuanto abandona el territorio de la "naturaleza humana", la obra del señor Aznar mezcla a partes iguales las necedades y los embustes.

Capítulo de necedades.

"La libertad desgajada de razón, Santiago, se convierte en nihilismo" (pág. 14). Suena terrible como en las condenas papales del siglo XIX pero, ¿qué quiere decir "la libertad desgajada de razón"? Por supuesto nada. Como nada es su idea de nihilismo que define cien páginas más allá y siempre en tono apocalíptico: "Cuando una sociedad deja de creer en sí misma y en su historia, se produce un vacío intelectual y político: es lo que algunos autores llaman nihilismo intelectual: la gente, simplemente, deja de creer en algo, no cree en nada." (pág. 104) No sé qué autores serán esos; el único que me viene a la memoria capaz de expresarse de forma tan cómica es Cantinflas.

Otro gran peligro que acecha como en los sermones de los curas es el relativismo, "enemigo de la libertad". Pero la más peligrosa es la creencia de que "sólo lo demostrado por la ciencia y la técnica es verdadero." (pág. 30). Está claro, ¿no? Debe de haber otras verdades que no son las de la ciencia y que sólo pueden provenir de la revelación. Si Vd. duda de eso es un relativista y como relativista, enemigo de la libertad. Además de una necedad esto es una amenaza a la libertad de pensamiento.

Pero las tonterías aznarinas no se limitan al ámbito filosófico sino que invaden otros; por ejemplo, el estético: "Hay quien data el principio del siglo XX, Santiago, en el momento en que un llamado artista colocó un urinario en una exposición artística. Luego pasó a un museo. ¡Menudo avance! Lo malo es que me temo que seguimos deslizándonos por la misma pendiente." (pág. 100). Obviamente el "llamado artista" es Marcel Duchamp, uno de los padres del surrealismo y de los pioneros del arte del siglo XX. Sobre gustos no hay nada escrito pero pareciera que quien ha sido presidente del Gobierno debiera tener alguna idea del tiempo que le ha tocado vivir y no mostrar a las claras una ignorancia tan supina y grosera en materia de estética.

Y del arte se puede saltar a aquello en lo que se supone cierta competencia al autor. Mal supuesta desde luego: "Toda mi vida he defendido que el terrorismo es el mismo en todos los sitios, y que los terroristas debían ser tratados del mismo modo en todo el mundo." (pág. 168) Una larga tradición occidental en la que mucho cuenta su raíz cristiana cuya creencia fundamental es que no hay dos hojas de árbol iguales dice que la inteligencia es la capacidad de discernir, distinguir, diferenciar y no tratar simplificadamente las realidades complejas. El señor Aznar quiere tratar a todos los terroristas por igual. Como en Abu Ghraib o en Guantánamo supongo.

Capítulo de embustes.

Estos son tan abundantes como las necedades; tanto que cabe preguntarse si el autor piensa que los lectores de su libro son estúpidos. "Recuerdo muy bien, Santiago, los insultos que recibí por hacer lo que creía que era mejor para mi país, cuando apoyamos, sin participar en la guerra, el derrocamiento de la dictadura en Iraq (sic). Hay quien sigue recurriendo una y otra vez a las mismas calumnias, a las mismas mentiras. Todo ello por y en nombre del poder." (pág. 39) Esto es todo lo que tiene que decir acerca de la decisión de participar en una invasión ilegal, criminal y pirata a las órdenes del Imperio y en contra de la voluntad abrumadoramente mayoritaria de sus paisanos. Lo "mejor para mi país" resultó ser lo mejor para su bolsillo.

"Nunca he considerado a los ciudadanos como menores de edad a los que se puede engañar con maniobras propagandísticas" (pág. 41) dice quien trató de engañar a cuarenta millones de personas sobre la autoría del atentado del 11-m intoxicando a la prensa, falsificando los datos, forzando declaraciones erróneas de los organismos internacionales.

Respecto al Impuesto de Actividades Económicas (IAE), un gravamen absurdo e injusto, dice que "los socialistas lo implantaron" (pág. 144) y que él lo suprimió. Eso es falso. Los socialistas no lo implantaron pues ese tributo ya existía aunque con variados nombres como licencias fiscales de actividades comerciales e industriales y de profesionales y artistas e impuestos municipales sobre radicación. Lo que hicieron los socialistas fue unificar todos esos gravámenes bajo la forma del IAE. Eso lo sabe el señor Aznar por ser inspector fiscal. Pero no le importa porque lo suyo es mentir para desprestigiar.

"Hay que ser optimistas, como lo fuimos en 1996 con el terrorismo de la banda ETA. Nadie pensaba entonces que fuera posible romper el espinazo de la banda mafiosa y terrorista, y en 2004 estaba prácticamente muerta." (pág. 153). Después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, añade el señor Aznar, "aguantamos, y ocho años después teníamos a ETA contra las cuerdas. Hubiera bastado con seguir la política antiterrorista para vencerla definitivamente en poco tiempo." (pág. 170). Cosas que dice el mismo que lleva tres años sosteniendo que detrás del atentado del 11-m se encuentra la banda "muerta" y "contra las cuerdas".

"Una de las líneas de trabajo que me impuse cuando tuve ocasión de gobernar fue proporcionar a quienes velan por nuestra seguridad los instrumentos materiales, institucionales y jurídicos necesarios para cumplir con su labor. A nivel tanto nacional como internacional." (pág. 160) Lo dice igualmente el gobernante al que le organizaron el mayor atentado terrorista de la historia en Europa con 200 muertos y mil heridos.

Plagio.

Los embustes se coronan con uno de los más desvergonzados plagios que he visto en mi vida. Dice el señor Aznar: "Es verdad que la libertad no nos garantiza la felicidad. Ni siquiera nos hace las cosas más fáciles. Al contrario. Pero como ya te lo he dicho muchas veces, es lo que nos hace seres humanos." (pág. 190) Este plagio es casi el broche de descaro que cierra el libro. Ahora se entiende por qué el autor dice admirar a Azaña, razón por la que lo cita de vez en cuando: para plagiarlo. "La libertad no hace felices a los hombres; los hace sencillamente hombres". (Manuel Azaña).

La nación española.

Al florilegio de necedades, embustes y plagio, añade el señor Aznar un par de capítulos dedicados al tema preferido de todos los de su cuerda: la patria, la nación española, donde alcanza las más altas cotas de huera grandielocuencia compatible al parecer con el hecho de abandonar el Consejo de Estado de España por el consejo de asesores del señor Murdoch. Se arranca con los habituales lugares comunes del nacionalismo español: que España es la "nación más antigua" (pág. 65) y que la izquierda, contagiada de la Leyenda Negra, se avergüenza de la nación española (pág. 67) cuya trayectoria le parece al autor impoluta. ¿Toda? Alguien debe de haberle dicho que conviene matizar y llega a precisar que la historia de la tal nación tiene "luces y sombras" (pág. 69). Pero no le pregunte nadie por las sombras porque no menciona una sola; al contrario, sostiene que hay que estar orgulloso de toda la historia de la nación sin más, como si fuera obligatorio (págs. 67, 77, 87).

Su fervoroso nacionalismo lo lleva a recurrir a su método favorito, el de los embustes y habla de "la espontaneidad con que el español ha convivido y respetado a la vez a las demás lenguas de nuestro país..." (pág. 68). Lo de "háblame en cristiano" también debe de ser una invención de la Leyenda Negra. "En términos recientes, podemos recordar con admiración los años de la Transición." (pág. 70). Lo dice el que consideraba que la regulación constitucional de las autonomías territoriales era una "charlotada".

Todo este bombástico ensalzamiento de la nación española coexiste en el ánimo del autor con una condena sin paliativos de los demás nacionalismos no españoles que hay en España y que reducen todo a "la defensa de la nación" (pág. 80). Obviamente no es su caso; él no es nacionalista porque "la característica esencial de la historia y la cultura españolas es su carácter universal." (Ibíd.). Porque él lo dice, claro.

Se entenderá que después de leer esta sarta de necedades y embustes escritos a vuela pluma y en un estilo tan grandielocuente como rudimentario vuelva uno a preguntarse por enésima vez cómo fue posible que un hombre de estas características llegara a presidente del Gobierno de España.

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