Cuando estrenaron este invierno la peli de Michael Winterbottom, me la perdí. No sé si porque duró muy poco en cartel o porque no tuve tiempo de ir a verla. Y bien que lo sentí porque soy forofo del cervantino Laurence Sterne, el autor de la novela, The Life and Opinions of Tristram Shandy. Incluso traté de comprarla en DVD, pero no ha salido aún, si es que sale. No conseguía averiguar cómo había podido alguien hacer un film que, al fin y al cabo, es una historia más o menos complicada pero con un comienzo, un desarrollo y un desenlace, a partir de esa novela desmesurada, estrambótica, premiosa, inverosímil, repleta de eruditas disquisiciones sobre los temas más pintorescos y sembrada de referencias cultas a los sistemas filosóficos e ideas científicas en boga en el siglo XVIII y en todos los anteriores. Una novela cuyo narrador que empieza a hablar en el primer renglón, no nace ni se hace cargo de la narración de su vida e ideas hasta el capítulo veintidós del volumen IV, página 332 en la edición que tengo y cuya deliciosa cubierta puede verse más abajo. Por eso, aproveché ayer la ocasión de que la ponen en el cine del Círculo de Bellas Artes con lo que, además, a la salida, me enteré de lo que es el barrio de Huertas y aledaños los sábados a las doce de la noche. Menudo estrépito. Propongo una reforma a la Educación para la Ciudadanía, esto es, que se llame "Educación para la ciudadanía silenciosa."
Lo dicho, ¿cómo puede meterse Tristram Shandy en una peli?
Respuesta: no se puede.
Pregunta: ¿cómo lo ha conseguido entonces Michael Winterbottom?
Respuesta: no lo ha conseguido.
Pregunta: entonces, esta peli ¿qué és?
Respuesta: otra cosa, una interpretación original del espíritu de Sterne, una historia nueva y muy interesante a partir de la de Sterne. Pero no es Tristram Shandy.Lo que ha hecho el director ha sido filmar como Tristam Shandy los primeros capítulos del libro, los que tienen las historias más peregrinas acerca del nacimiento de ese niño, Tristram, que aún no ha nacido pero a quien el médico ya ha roto la nariz con los "fórceps", notable adelanto tecnológico que tenía maravillada a la gente, o bien de la desgraciada forma y contra todo aviso en que acabó llamándose Tristram y no Trismegistus, como quería su padre. Se arma el conjunto de la historia poniendo a la mitad de ésta lo que está al comienzo de la novela, el modo sorprendente en que fue concebido el pequeño Tristram y sacando buen partido del que da la réplica al protagonista, el padre de Tristram, Walter, esto es, su hermano Toby, veterano de la guerra de Francia que vive en un mundo imaginario, construyendo y reconstruyendo con ayuda de su fiel cabo Trim el sitio de Namur en el que fue herido.
El resto, que está muy bien pensado, es ágil e ingenioso, narra lo que sucede mientras se filman los episodios que acabo de referir, incluido el noviazgo de Toby con la viuda Wadman. Como la novela no se podía filmar, lo que hizo el director fue novelizar el film, tratando lo que sucede durante el rodaje (las pugnas entre actores, sus ligoteos, el fastidio de los rodajes repetidos, los problemas de financiación, los cambios en el guión según van produciéndose, etc) con el espíritu de Sterne. Salvando las distancias, es lo mismo que hizo François Truffaut en La noche americana sólo que, en efecto, aquí lo invade todo ese espíritu del cura Sterne que, a su vez es el muy disparatado e irreverente de otro de los ídolos literarios del irlandés, Rabelais, alegre, desenfadado, guasón, amante de la buena mesa y la buena cama.
Entre medias de lo uno y lo otro, queda gran parte de la novela que no puede ni llegar a asomarse al film. Prueba de ello, Winterbottom hace aparecer en pantalla la famosa página negra del Tristam Shandy con motivo de la muerte del pastor Yorick, el propio Sterne, por cierto. Pero la novela está llena de muchas otras irreverencias, discontinuidades como textos de varias páginas en latín (reglas de excomunión, por ejemplo) o incluso extraños grafismos. En el que reproduzco en la izquierda (y aun queda otro en el reverso de la página) puede verse la idea que tiene Tristram de lo que llama una "línea razonablemente recta". ¿Hace falta que diga que tal afirmación de esa realidad contiene en núcleo el sentido mismo de la novela en cuanto estructura narrativa frondosa, de múltiples direcciones que invita a perderse en todo tipo andaduras?