Si gobiernas y yerras, eres un político. Si, a consecuencia de tus yerros, mueren cientos de miles de inocentes, eres un estadista. Puedes impartir lecciones en Georgetown y asesorar a magnates de los medios de comunicación.
Si un buen día, sin razón alguna, sin dar tiempo a reaccionar, invades Polonia eres un nazi criminal. Si invades el Irak con mentiras y embustes y sin dar tiempo a reaccionar eres un demócrata capaz de cualquier sacrificio en pro de los derechos del individuo, como formar parte del consejo de administración de una empresa de créditos de fama mundial.
Si apenas te hablas con Bush y todo a lo que llegáis ambos es a un frío saludo en passant en la sede de las Naciones Unidas, eres un pobre desgraciado, incapaz de defender los intereses de tu Patria. Pero si te derrites en su presencia, hasta el punto de imitar su acento en unas declaraciones públicas, dar cabezazos ante sus ministros, tirarle de la levita y decirle sí bwana eres un férreo patriota que sólo se interesa por su país.
Hace unos meses, el señor Aznar, creyendo contar uno de sus chistes, aseguraba que ahora sabe que no había armas de destrucción masiva (ADM) en el Irak, pero que entonces (cuando comenzó la invasión) no lo sabía. Sin embargo, compareció ante los medios y, mirando de frente a los españoles, como si fuera un hipnotizador, les pidió que lo creyeran, que en el Irak había ADM. Y eso que no lo sabía.
Lo peor de esas actas de Crawford, no es que existan en absoluto sino el lugar verdaderamente vergonzoso e indigno en que sitúan al señor Aznar. Éste aparece en primer lugar tratando de que el matón yankee acepte un pretexto para su matonismo y, a continuación, habiendo fracasado en su intento, aparece como un pelele, tratando de encontrar explicaciones a la barbarie que él mismo desencadenó.