¿En dónde se ha visto que un líder, o sea un caudillo, un Führer, un duce, un conducator tenga que estar todo el día hablando de su liderazgo? Y hablando bien, claro. O sea, justificándolo. A juzgar por la cantidad de gente del PP que dice que en el PP no hay un problema de liderazgo, hay un problema de liderazgo morrocotudo. Si yo fuera el señor Rajoy estaría hasta los mismísimos de que todo el mundo comentara mi liderazgo, afirmara su absoluta lealtad y disposición, me diera consejos, me dijera lo que tengo que hacer y decir.
Y eso que no hay problema de liderazgo. No poco. Nadie da un ochavo por el señor Rajoy que, obviamente, no puede concentrarse en su tarea de oposición porque dentro de su partido están todos a la greña y no lo dejan vivir. Así no hay quien se oponga con tino. Y es lo que pasa. Basta con escucharlo para darse cuenta de que no tiene tiempo para madurar bien lo que dice. Eso de ayer de que los malos datos laborales por el aumento del desempleo muestran que se ha acabado la herencia del PP es el mismo tipo de irritante simpleza de "si usted no cumple sus compromisos, le pondrán una bomba, y si no se las ponen, es que ha cedido." Si los datos son buenos, la herencia sigue; si son malos, se ha acabado. Llegará a haber herencias intermitentes.
En fin, que se me ocurre que ahora que el señor Aznar va a impartir cátedra de "liderazgo" en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, el señor Rajoy podía hacer un máster. Aunque no sé yo si al señor Aznar le vendrá bien tener entre los alumnos a la prueba evidente de que sus propias dotes de liderazgo dejan algo que desear pues fue él y sólo él quien ungió sucesor al señor Rajoy. A un perdedor.
(En la imagen, Andrea del Castagno, Farinata degli Uberti (h. 1450), uno de los frescos del ciclo de hombres y mujeres ilustres - tres mílites florentinos, tres mujeres y tres poetas toscanos - una comisión para la villa Carducci y que se exhiben en los Uffizi. Este Farinata, un gibelino que aparece en el Canto VI del Infierno de la Divina Comedia, entre "los hombres dignos del pasado", salvó a la ciudad de Florencia del saqueo al que pensaban someterla sus correligionarios gibelinos cuando la tomaron. Y lo hizo negociando, claro).