diumenge, 9 de setembre del 2007

De la mala fe y la calumnia.

En un artículo publicado en El Catoblepas, titulado El inverosimil Laberinto del Fauno y que, salvo el párrafo que citaré a continuación, no he leído pues he hecho el propósito de no leer una sola línea más de su autor por las razones que a continuación se expondrán, el señor Rodríguez Pardo dice:

"De hecho, la única mención que conocemos de la protesta de 1956 tuvo como objeto denigrar a sus actores: Ramón Cotarelo, en un reciente artículo suyo, afirma que las acciones de los comunistas durante el franquismo se reducen a «terrorismo» [sic], por una simple mención biográfica que le sirve de excusa para su larga diatriba anticomunista: Pablo Lizcano señala en su famoso libro La generación del 56. La Universidad contra Franco (1981) que la madre de Ramón Cotarelo era confidente policial en aquella época. Lo más curioso es que Cotarelo haya tenido que esperar al 50 aniversario de aquellos acontecimientos –25 años después del libro de Lizcano, que para todo un catedrático de Ciencia Política como Cotarelo debería ser de lectura obligada– para afirmar que demandará por calumnias a Lizcano. Afirmación que intenta ocultar el verdadero objeto de su artículo, que no es sino denigrar las acciones del Partido Comunista; dentro de la memoria histórica de nuestra democracia coronada, no es el partido sino «el pueblo» el sujeto de la Historia y el resistente antifranquista, como si estuviéramos asistiendo a un capítulo de la teleserie Cuéntame como [no] pasó".


Debe de ser imposible reunir en menos líneas mayor mala fe e igual falta de sensibilidad y escrúpulos morales. Contesto a continuación con la brevedad que me sea posible porque, aunque dicho señor no lo crea, este asunto, que hunde sus raíces en un tiempo oscuro y difícil sobre el que si él habla (que no lo sé), o tiene algún juicio, lo hará de oídas y a través de la lente de su ideología, me resulta muy desagradable y especialmente doloroso.

I.-Cuando se publicó el libro del señor Lizcano en 1981 lo leí de cabo rabo y no hice nada porque entonces aún vivía mi madre, era mayor, había dado todo en la vida por una causa en la que siempre creyó hasta sus últimos días, la República, y yo no quise causarle inútiles sufrimientos como sucedería caso de iniciarse algún tipo de controversia sobre el libelo del señor Lizcano, cual bien claro està viendo de qué gente estamos hablando. Supongo que el señor Rodríguez Pardo no entenderá esta actitud. Quizá él, de haber estado en mi caso, hubiera hecho algo distinto y yo mismo admito que, visto el uso que puede llegar a hacerse de un silencio movido por la preocupación filial, pude haberme equivocado entonces. Pero esa es la verdad.

II.- Tanto en la edición de 1981 como en la reedición de 2006 el libro del señor Lizcano en este asunto concreto es un libelo y su autor un mendaz porque propala una infamia sin prueba alguna, sin referencia, sin fuente, en línea con la práctica que fue habitual entre los comunistas estalinistas y, según se ve, sigue siéndolo entre los postestalinistas, de valerse de los medios más innobles.

III.- Imagino que el señor Rodríguez Pardo considera que el mero decir de alguien que ha escrito una “diatriba anticomunista” es suficiente para descalificarlo moral e intelectualmente, como pretendían los comunistas estalinistas y sus herederos. Pues, a pesar de lo que él crea, se puede ser anticomunista sin ser por ello inmoral o intelectualmente negado. Igual que se puede ser comunista sin que por ello sea uno persona de valor en campo humano alguno.

IV.- No he esperado al cincuenta aniversario de nada para iniciar acciones legales contra el señor Lizcano dado que tampoco ahora voy a hacerlo. El pasaje del artículo sobre su libro (edición de 2007) en que las anunciaba estaba redactado de forma deliberadamente ambigua porque hay otros miembros de mi familia –que no tuvieron conocimiento de los hechos en 1981 como lo tuve yo sin participárselo- que tienen intención de hacerlo. Yo ajusté cuentas con el libelo el año pasado, ya con mi madre desaparecida, en el terreno de la publicística, que es el mío, aprovechando su reedición, diciendo que el señor Lizcano miente y a ello me atengo porque estoy en lo justo, como saben quienes tienen conocimiento directo de los hechos y no están cegados por el odio, el resentimiento o el afán de notoriedad. Todos quienes saben que estamos hablando de una gran mujer y una persona excepcional moral e intelectualmente que, como pasa a veces en estos casos, tuvo que pagar muy caros esos dones que la adornaron toda su vida. Y por mentiroso y calumniador quedará el señor Lizcano mientras no presente pruebas de lo que dice que, como sin duda sabe el señor Rodríguez Pardo, es condición inexcusable para que alguien que no sea un canalla dé por buena una acusación. Cosa imposible porque tales pruebas no existen, ya que se trata de una fábula. Supongo que también aquí el señor Rodríguez Pardo habría actuado de forma diferente pero es que, por fortuna para ambos, el señor Rodríguez Pardo y yo somos muy diferentes.

V.- No aspiro a que el señor Rodríguez Pardo entienda la agonía que se encierra en el hecho de que alguien que lo ha dado todo por una causa sea calumniado y vilipendiado por quienes teóricamente pertenecen a su campo. Pero, aunque él no lo sepa (o no quiera saberlo) ese destino fue muy frecuente entre los comunistas o gentes cercanas a ellos y no solamente en España, sino en todo el mundo, especialmente en los tiempos del estalinismo y también de los posteriores. Los testimonios literarios, biográficos e historiográficos son apabullantes.

VI.- Tampoco aspiro a que el mencionado señor entienda el intrincado problema moral que supone para una familia de cuatro miembros, padre, madre y dos hijos, todos los cuales pasaron por las cárceles de Franco, mantener una actitud de izquierda y de compromiso antifranquista cuando se ha sido víctima de tamaña vileza.

VII.- Después de releer el párrafo citado al principio de este escrito sólo me resta decir que no aspiro a nada en relación con el señor Rodríguez Pardo. Aprovecho asimismo para anunciar que me considero desligado del compromiso que tenía de responder a un furibundo recontrarrefrito que en su día me dedicó también en El Catoblepas, a propósito de una controversia sobre un libro del señor Bueno y otro mío acerca de la izquierda. La verdad es que lo posponía pues me asaltaba una extraordinaria pereza a la hora de ponerme a ello, ya que nunca es agradable tener que tratar con quien hace gala de tan obsesiva mala fe. Imagino que el señor Rodríguez Pardo dirá que me acobardo y que no tengo agallas para contestarle. Pero ¿se extrañará alguien de que responda que, al recurrir a un juego tan sucio y con golpes tan bajos como propalar infundios sobre la madre de un adversario o antagonista, pierde uno todo derecho a que lo traten como a una persona de honor siendo así que difama a sabiendas pues repite una calumnia que fue denunciada como tal y jamás demostrada verdadera?

La ilustración que acompaña es la famosa tela de Botticelli La calumnia de Apeles, con la que también adornaba mi respuesta al citado libelo del señor Lizcano en
El Catoblepas y que se encuentra en la Galeria de los Uffizi. Sin ilustracion aparecio esta respuesta en la revista Sistema nº 196, enero de 2007 (págs. 107-120).