dimecres, 29 d’agost del 2007

Venceremos.

Otra magnífica carta de lector en El País sobre el ruido, de don Enrique Chicote Serna y titulada A voces por el mundo y que dice así:

Agosto. Estamos en Francia. En una calle peatonal, entre el murmullo a medio tono de los viandantes sobresale el chillido estridente de un niño que va de la mano de su madre. Ese crío, o es español o acaba de pasarle alguna calamidad, nos decimos. Era español. Poco más tarde, por la esquina de la catedral aparece un nutrido grupo de turistas dando voces. ¿Son españoles o es que están regañando?, nos preguntamos. Eran españoles. Es la hora de la comida, de modo que pasamos a un restaurante; la gente charla sin molestar a los que comen en la mesa de al lado menos al fondo, a la derecha, donde dos parejas hablan en voz alta y ríen a carcajadas. Si no son españoles, es que celebran algo y han bebido más de la cuenta, conjeturamos. Eran españoles. Y así, sucesivamente. Por todos los santos, ¿es que no podemos hablar más bajo? Poco me gusta que dos de nuestras señas de identidad en el exterior continúen siendo el capote y la castañuela, pero no añadamos el griterío.

Tal cual. Me reafirmo en mi creencia de que las cartas de los lectores son lo mejor del periódico, pero me temo que el señor Chicote llega tarde. En Europa somos ya famosos por hablar a gritos. Y tengo una explicación para este fenómeno. Es costumbre nacional interrumpir a quien esté hablando, hablando más fuerte que él; como el interrumpido no quiere dejarse interrumpir, eleva el tono; como el interruptor quiere prevalecer aun lo eleva más; como el interrumpido...

(La imagen es un cuadro futurista/vorticista de Umberto Boccioni, titulado "Los ruidos de la calle invaden la casa", que se encuentra en el Museo Sprengel, de Hanover).

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