En sus últimas y sonadas declaraciones en vida, el señor Polanco, fallecido ayer, dijo que el PP era un partido franquista y guerracivilista y que enfrentaba a los españoles. Para mi gusto, dio en el clavo. Y la prueba es que horas después, el señor Rajoy reaccionó como lo hubiera hecho Franco, aunque no con tanta contundencia pues los tiempos no están para eso, ordenando a su grey el boicot a PRISA, en la esperanza de que también los anunciantes la ningunearan pues estos defensores de la civilización cristiana, en cuanto pueden, atacan al bolsillo porque saben que duele. Y todo eso en tanto el señor Polanco no "rectificara". Por desgracia el señor Polanco ha fallecido, pero es seguro que jamás hubiera "rectificado". Fue el señor Rajoy quien tuvo que envainarse su necia pretensión a base de no volver a mencionar en público la orden de boicoteo.
Parece mentira que ésta se diera pues demuestra que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Y el señor Rajoy es muy hombre porque ha olvidado cómo en 1997, meses después de ganar su partido las elecciones, el gobierno del PP puso en marcha una odiosa campaña de embustes, triquiñuelas, falsas acusaciones y mentiras para tratar de encarcelar a los señores Polanco y Cebrián. Justo el tipo de hazaña de enredar a los contrarios en procesos judiciales penales amañados en que es experto el señor Aznar. Contaba para ello con el auxilio de algún juez prevaricador, algún fiscal servil, políticos sin escrúpulos, periodistas a sueldo e "intelectuales" orgánicos de la derecha, varios de ellos simulando ser de izquierdas. La maniobra no resultó gracias a que el señor Polanco resistió, contraatacó y al final ganó. Y con él, ganó la causa de las libertades en España.
Con motivo del óbito del empresario todo el mundo ha recordado su evidente aportación al restablecimiento de las libertades en los años setenta y nadie o casi nadie ha hecho mención del episodio de los años noventa. Sin embargo, ese momento me parece más importante y más revelador de la categoría del personaje. Porque en los años setenta, todos estábamos por la democracia, el viento de la historia soplaba a nuestro favor y al Caudillo no lo defendían en público ni las ratas. En cambio, en los años noventa, el señor Polanco estaba solo, frente a un gobierno hostil, muy agresivo, con ánimo de venganza, y muchos de los que hoy lamentan su muerte se escondieron o desaparecieron por si venían mal dadas. Fue entonces cuando, a sus sesenta y siete años, el empresario demostró su temple y se ganó el reconocimiento de los demócratas españoles. Y desde luego el mío, que en aquellos años protesté en lo que pude en contra del atropello al que un gobierno sin límites morales, del que formaba parte el señor Rajoy, pretendía someter a los señores Polanco y Cebrián.
Este último publicaba ayer una pronta tribuna en El País, titulada Jesús de compleja valoración. Supongo que en buena medida está dictada por el genuino dolor que se siente ante la pérdida de un amigo tan cercano, cosa muy respetable. Pero por otro lado, lleva un tono de petulancia propio del firmante e impropio de lo firmado. Esa insistencia en recordar a todos, en especial al hijo del finado, no sólo los estrechos lazos entre el empresario y su empleado, sino también la igualdad entre ambos, la mutua lealtad, quiere dar una impresión que no acaba de casar con la realidad. El señor Polanco fue un empresario en estado puro y en eso consiste su extraordinario mérito. El señor Cebrián, queriendo ser empresario e intelectual a su sombra, no es, en el fondo, ninguna de las dos cosas. Pero sí académico y hombre poderoso mientras dure la relación privilegiada con la empresa.