Si resistimos a la tentación de buscar los orígenes del proyecto de unidad europea ya en el Imperio Romano, algo a lo que los especialistas son muy dados para revestirse de un pátina de respetabilidad no vaya a creer el personal que su sabiduría es cosa reciente, flor de un día, haremos bien situando el origen del actual proceso de unificación en los Tratados de Roma, en 1957.Por aquel entonces, años duros de la “guerra fría”, la izquierda estaba, como suele pasarle, muy dividida. Los dos sectores mayoritarios y más enfrentados eran los socialistas y los comunistas y dejamos de lado otras formaciones izquierdistas por la imposibilidad de hablar sobre todas.
Los socialistas, tras haber roto el dogma marxista del internacionalismo proletario al votar los créditos de guerra en sus respectivos parlamentos nacionales en 1914, se habían orientado a sus políticas nacionales pero, víctimas de su mala conciencia por su belicismo en 1914/1918 y horrorizados luego por la IIª Guerra Mundial vieron en el proceso de unificación europeo un modo de salvar su contradicción entre una teoría internacionalista y una práctica nacionalista y hasta chauvinista. Así pues fomentaron la unificación desde el primer momento y en ello siguen al día de hoy aunque con matices. De hecho, la unificación europea se basó en el mismo tipo de compromiso en que se fundamentó el Estado del bienestar, esto es, socialdemócratas y democristianos con la anuencia de los liberales que, si en el caso del Estado del bienestar se prestó a regañadientes, en el del Mercado Común y pasos posteriores, se hizo de corazón dado el odio liberal al Estado y su amor al libremercado.
Los comunistas, por su parte, se habían mantenido, al menos de boquilla, fieles al compromiso internacionalista por lo que su actitud hacía la unificación europea hubiera debido ser favorable, ya que prometía superar a los Estados nacionales. Pero, a su vez, los partidos comunistas estaban sometidos a los intereses estatales de la Unión Soviética, que no quería en modo alguno una Europa unificada y fuerte a sus puertas y en buenas relaciones con los EEUU. Fieles, pues, a las doctrina que recibían de la “Patria internacional del proletariado”, los comunistas estuvieron desde el principio en contra del Mercado Común y de la unificación europea, como estuvieron también en contra del Estado del bienestar, al que consideraban una añagaza burguesa para emascular el movimiento obrero y el avance del comunismo. De igual modo, la unificación europea era sólo un movimiento del capital internacional para enfrentarse a la Unión Soviética secundando los fines imperialistas delos EEUU y la actitud revanchista de Alemania federal.
Por supuesto, las cosas cambiarían. Con el ascenso del conservadurismo reaganista y thatcherista en los años ochenta del siglo pasado y la amenaza de desmantelamiento del Estado del bienestar, los comunistas pasaron de ser sus detractores a ser sus más firmes defensores, incluso en contra de la socialdemocracia que ahora, según ellos, estaba interesada en desmantelarlo, en traicionarlo. Algo similar sucedió con la integración europea, sobre todo a partir de1991, fecha del hundimiento de la Unión Soviética. El proceso de unificación dejó de ser una amenaza para la seguridad de la URSS para convertirse en algo necesario e imprescindible, pero “mal orientado”, ya que no se configura como la “Europa de los pueblos”, verdaderamente democrática, sino como la “Europa del capital”,oligárquica y con un clamoroso “déficit de legitimidad democrática”.
Al día de hoy, el asunto de la izquierda y la construcción europea es tan complejo como siempre: los comunistas y quienes se identifican con ellos o los apoyan defienden ahora justo modo la unificación europea, pero exigen un cambio de rumbo para darle un carácter “verdaderamente” democrático y popular. En cuanto a los socialistas, la cosa aparece dividida. Mayoritariamente, el socialismo democrático está a favor del proceso de unificación europea como está dándose pero en su seno aparecen también opiniones y grupos (más o menos numerosos, según el país de que se trate) contrarios al proceso, euroescépticos que desean detenerlo e incluso revertirlo.
La aportación de la izquierda al proyecto europeo ha sido de primera magnitud y desde el primer momento, pero esto no quiere decir que la izquierda sea siempre europeista o que el europeismo sea siempre de izquierda. (En la imagen,el famoso cuadro de Eugène Delacroix, La liberté guidant le peuple, 1830,Museo del Louvre).