dissabte, 2 de juny del 2007

¿Qué es un analista político?

En principio está claro: una persona capaz de analizar los acontecimientos políticos, esto es, de descomponerlos en sus últimas unidades de sentido, explicarlos del modo más objetivo posible y volver a ensamblarlos para ofrecer después una interpretación de esos acontecimientos que tenga autoridad, es decir, que sea creíble, desinteresada y productiva. "Del modo más objetivo posible" quiere decir que, desconfiando de la existencia de la Objetividad (y mucho más de quienes dicen ejercerla), se trata de acercarse a ella en el entendimiento de que es algo deseable. Más deseable que las explicaciones de parte o partidistas. Y eso suponiendo que el partidismo sea sólo ideológico; con mayor razón si lo es por interés. De ahí que la interpretación deba ser desinteresada, que sea la que es aunque perjudique a los intereses propios o los de la causa que se defiende. Además de desinteresada, la interpretación debe ser rigurosa y atenerse a los hechos, no a las invenciones. Pero, claro, eso es lo que debe ser; no lo que es.

En España, me parece, se entiende por analista político a un esbirro (intelectualmente hablando), esto es, alguien dedicado sistemáticamente a subrayar, magnificar y hasta inventarse los errores y faltas del adversario y a ocultar, embellecer y hasta negar las de los amigos, compañeros o camaradas. En realidad, van de analistas políticos, pero son propagandistas de parte; son propagandistas de la fe, de cualquier fe con la peculiaridad, nada insólita, de que esa propaganda les proporciona pingües beneficios. Y eso pasa también porque, no ya los sedicentes analistas, sino los medios en España y salvo honrosas excepciones, son medios de partido. Reproducen hoy la situación en Francia en el siglo XIX cuando cada periódico representaba una tendencia política partidista, debido a que, en virtud de la Ley Le Chapelier, que iba originalmente contra los sindicatos pero afectaba a toda forma de asociación, no había partidos. No es el caso en España hoy, donde sí los hay y, a pesar de todo, muchos medios son de partido. No todos por igual. No conozco ningún periódico de papel que sea tan del PSOE como El Mundo, el Abc o La Razón lo son del PP. Tampoco conozco radio alguna comercial tan a favor del PSOE como la COPE lo está a favor del PP. En comparación con lo que estos periódicos son al PP, El País es una especie de El berrido de Nueva Zelanda en relación al PSOE. Y, para demostrarlo no hay que hacer abstrusos razonamientos, sino que basta contar cuántos de sus columnistas permanentes, semipermanentes y alternantes son cargos del PP, electos o designados y luego, hágase la misma búsqueda en El País con cargos del PSOE.

La función de los analistas políticos de la prensa de partido es ensalzar la línea del propio y hasta recomendarle la que consideren mejor para sus intereses de partido y vituperar la del adversario, incluso aunque a primera vista, parezca mejor para el interés general. Al respecto es clave que el analista o comentarista político tenga extirpado el sentido crítico y el de independencia. ¿La crítica? Toda al adversario y ninguna para los nuestros. Y ello aunque no se ignore que en nada humano hay alguien que yerre siempre y alguien que siempre acierte. Precisamente ese conocimiento de que todo lo humano es ambiguo, mestizo, entreverado, es lo que permite a los esbirros saltarse toda barrera moral argumentativa y hacer trampas, desde tergiversar los hechos hasta inventárselos.

Es la tónica entre los esbirros de derechas y de izquierdas, que los hay. Los de las derechas no tienen que justificarse pues presuponen que su discurso está preordenado por la Providencia, y ya sabrá Ella de sobra lo que está bien y lo que está mal, sin que los imperfectos mortales tengamos que preocuparnos de tan difícil como aburrida cuestión. Los de izquierdas, pues suelen ser agnósticos, si no ateos, fian su fe en la corrección de su actuar al viejo postulado jesuita de que el fin justifica los medios; lo que les da, como a los jesuitas, esa convicción en su superioridad moral e intelectual, que tanto fastidia a Lady Aguirre o la cólera de Dios.

¿Y el público, los lectores, la audiencia de esos analistas? ¡Amigo, ese es el otro meollo del asunto! El público no está compuesto de lectores propiamente dichos, sino de militantes. Los medios son bienes altamente inelásticos; no es frecuente que la gente cambie de periódico o de emisora de radio. ¿Por qué? Porque recala siempre donde le dicen lo que quiere oír. Y cuando a alguien le dicen muchas veces lo que quiere oír, ese alguien acaba delegando en quienes hablan o escriben aquella facultad que es constitutiva del individuo ilustrado, esto es, el juicio crítico.

Y eso ¿a dónde nos lleva? Está claro: a ninguna parte. Los debates que se escenifican, las polémicas que se arman son de un nivel bajísimo. Cada cual sabe lo que va a decir el otro y el otro sabe que cada cual lo sabe y, a pesar de todo, lo dice en discursos atosigadamente partidistas. La gente, según el CIS, no confía nada en los políticos. De acuerdo. ¿Y qué sucede con los analistas políticos? ¿No debieran estos explicar los políticos a la gente y la gente a los políticos? Debieran, pero no lo hacen; porque no saben y porque están ahí para que su partido o bandería gane las próximas elecciones. O sea, que si los políticos no merecen crédito, los analistas políticos ya ni te cuento.

Si alguien piensa que me he ido a la estratosfera de la especulación, que considere un ejemplo bien cercano y actual: las interpretaciones sobre el hervidero popular a raíz de la postulación del alcalde de Madrid como sucesor del señor Rajoy. Estúdiense las reacciones de los medios y las cosas que han dicho y dicen los analistas. En la derecha política y mediática, mayoritariamente cavernícolas, se ha organizado un linchamiento del señor Gallardón. En la izquierda también, pero de otro tipo. Y todos, todos, coinciden en señalar acusadoramente al padrino Polancone. El señor Gallardón es un producto PRISA. Al margen de que no se vea por qué ha de ser condenable que PRISA o El país avalen (si lo hacen) a Mr. Y, cuando otros avalan a calzón quitado a Mr. W o Mr. Z (no pongo a Mr. X para que no me me den la murga con los GAL), uno pensaría que alguien hablaría del significado de esta situación en términos (que para eso firman como "analistas" de la cosa), esto es, el hecho de que la candidatura del señor Gallardón abre la posibilidad de que el PP se centre y se convierta en esa derecha "europea" y "civilizada" que todos dicen añorar; o de que se genere un nuevo y escindido partido de centro, posibilidad que beneficiaría a muchos, quizá no tanto al PP, pero sí al conjunto del país. De esto ni palabra, porque los analistas políticos son clientelas, no de las ideas, pues las ideas no tienen clientes, sino de quienes las representan y administran que, esos sí, tienen clientes, deudos, allegados, parientes, amigos, beneficiados, amantes, compañeros, camaradas, seguidores, halagadores, tiralevitas y bufones. Que la derecha montuna ataque al señor Gallardón es lógico, pues le va en ello la supervivencia. Que lo haga la izquierda no lo parece tanto, salvo que sea la típica venganza del esbirro por el manteo electoral que el señor Gallardón ha propinado al señor Sebastián. Manteo que el señor Sebastián se merecía más que sobradamente por su osadía al optar por un cargo del que un mes antes de que lo nominaran no sabía nada y por su modo inaceptable de llevar la campaña electoral. Cosas que son evidentes y todos sabemos. No poner eso en el debe de quien lo debe y en el haber de quien lo ha equivale a ser injusto y prescindir del juicio crítico. Dos cualidades -justicia y juicio crítico- de las que los analistas políticos de la izquierda alardean pero de las que carecen..

Claro que esto tampoco quiere decir nada, ya que yo no soy analista ni de izquierdas. Al menos en comparación con tanta tempestad en vaso de agua.


N.B.: Las ilustraciones son frescos y pinturas fúnebres egipcias de entre los siglos XIV y XIII a.d.C., de la XVIII y XIX dinastías, en diversos lugares, como Ujdat, Tebas, Abd-el-Gurna y Deir el-Medi.