Llego tarde, ya lo sé, pues la peli lleva un tiempito en cartel. Pero uno no puede ir ahora al cine con tanta libertad como antaño y no voy a quedarme sin opinar sobre esta historia que es una de las películas más premiadas de los últimos tiempos y sobre la que llevo mucho leído.
La verdad es que el argumento, la trama, el plot, que decía Ayn Rand, es tan fabuloso que todo lo demás pasa a segundo plano y se disculpa. Sobre todo, pasa a segundo plano que el guión deje mucho que desear, el ritmo de la narración esté desacompasado y algunas soluciones empleadas den un poquito de risa, especialmente ese providencial camión que atropella a la mujer que da la réplica al protagonista y que recuerda los salvíficos pistoletazos del teatro del siglo XIX con los que éste resolvía los problemas demasiado complicados de unas tramas que habían ido enredándose sin otro posible remedio que la muerte de alguien.
Digo que se disculpa porque el film cumple con creces su propósito: trasmitirnos de modo tangible, aplastante, atosigante el clima de una sociedad cuyos elementos convivenciales elementales han sido destruidos por un régimen político tiránico, arbitrario, policiaco, despiadado e inhumano como el de la República Democrática Alemana, el Estado comunista títere que los soviéticos erigieron en la parte de Alemania que ellos habían ocupado. Esa función de espionaje permanente de los ciudadanos, de delación continua en el que nadie puede confiar no ya en el vecino sino si quiera en el pariente o el amante, llevada a cabo con el carácter metódico, sistemático de los alemanes revela los abismos de encanallamiento a que el comunismo sometió a las sociedades en que se impuso.
A modo de contrapunto, la historia se entreteje con otra muy humana de cómo un ejemplar burócrata de los servicios de inteligencia del régimen comunista, encargado de espiar a un famoso dramaturgo bienquisto del partido al que un ministro pretende hundir para levantarle la novia, se va implicando en las vidas de los espiados hasta hacerlas suya y comprender la ignominia de su propia existencia. Esa evolución (no muy bien contada en sus tiempos, insisto) se hace al hilo de una repetida referencia a Bertolt Brecht. El capitán de la Stasi (la policía política comunista) encargado de espiar al dramaturgo, intuye la auténtica realidad de su función en el mundo leyendo el final del poema de Brecht "Recuerdo de María" y, finalmente, se hace enteramente humano escuchando la interpretación de una sonata llamada "Sonata de la buena persona" (Sonate vom guten Menschen) que es, evidentemente, otra referencia a la obra de Brecht "El alma buena de Se Chuan" (Der gute Mensch von Sezuan), esa estupenda parábola brechtiana que parece una especie de variación sobre un tema que podría salir de la "Ópera de tres centavos", "ser bueno y, a pesar de ello, sobrevivir" (gut zu sein und doch leben).
La ambientación es extraordinaria: la cutrez de aquellas sociedades comunistas que contrarrestaban sus ampulosas proclamas ideológicas sobre el "hombre nuevo" con unas relaciones sociales presididas por la inmoralidad, la corrupción, la delación generalizada, queda perfectamente reflejada. En algún lugar he leído extrapolaciones de esta situación a la España de la dictadura. Como antifranquista de antaño y de hoy y, al mismo tiempo, conocedor de las sociedades comunistas, sólo puedo decir que ni color. El franquismo era un régimen de palo y tentetieso, basado en el terror desde el Estado y en el que éste estaba interesado tan sólo en conseguir la conformidad exterior de las personas. El régimen comunista alemán, todos los regímenes comunistas que he conocido, incluido el cubano, son orwellianos, tratan de conseguir la adhesión (aunque sea falsa) interior de las personas y para ello, no vacilan en quebrar la resistencia espiritual, la fibra moral des guten Mensch brechtiano, de la buena persona.