¿Qué sucede con el movimiento antiglobalización o alterglobalización? Ayer, los grupos contrarios a la globalización prácticamente arrasaron la ciudad de Rostock, como preparación a la reunión del G8 en Heiligendamm. Fue una batalla campal que duró horas, con lanzamiento de objetos, cócteles molotov, vehículos incendiados, barricadas, unos 150 policías heridos y una cantidad indeterminada de heridos y detenidos entre los manifestantes. Se reproducen los hechos de Seattle y Génova. De nuevo hay un debate sobre quién empezó, si los manifestantes al agredir sin motivo a un coche de la policía o si los policías al hostigar a los manifestantes y usar los helicópteros para atronar e impedir que se escucharan los discursos de la protesta. Pero eso es ya irrelevante a la vista de la facilidad con que estas concentraciones derivan en violencia generalizada. Cuando se habla de provocación es fácil olvidar que toda provocación involucra a un provocador y un provocado y el umbral a partir del cual la provocación se materializa en violencia es muy variable.
Suele atribuirse a Marx o a Engels o a los dos a la vez la expresión de que "la violencia es la partera de la historia". Suena a propio de ambos, si bien confieso que no recuerdo haberme tropezado la expresión en los textos que he leído de ambos, ni siquiera en el Manifiesto del Partido Comunista, aunque admito que pueda habérseme pasado. En todo caso desde luego suena muy marxista a la par que marxiana y leninista y estalinista y guevarista y propia de cualquier movimiento revolucionario que trate de subvertir el orden constituido por la vía de la acción rápida. Lo incómodo de ese enunciado es que se desdobla porque, partiendo de un juicio sobre cosas pasadas, se formula como un una especie de desideratum o de concepción normativa: como siempre ha sido así, así debe seguir siendo.
Al mismo tiempo, el discurso público generalizado sobre la violencia es explícitamente condenatorio. Nadie la quiere. Entre los alterglobalizadores muy especialmente. Digamos que uno de los lazos que unen a dos mujeres por otro lado tan distintas y hasta opuestas como Susan George y Ayn Rand es una condena explícita y sin paliativos del uso de la violencia. Nada da derecho a desencadenar la violencia. ¿Por qué, sin embargo, parece acompañar siempre las manifestaciones altergloblizadoras?
En primer lugar porque bastantes de los grupos de este amplio y difuso movimiento mantienen la creencia revolucionaria en la función mayéutica de la violencia. Probablemente algo así es inadmisible, debe condenarse y, en la medida de lo posible, impedirse. Pero, al mismo tiempo, ¿cómo olvidar que aquellos contra quienes se dirige esta violencia, los representantes del G8 y el mismo G8 y que, por supuesto, la condenan expresamente, a su vez recurren a ella cuando lo estiman oportuno a su libre albedrío? ¿Qué están haciendo los estadounidenses y los británicos en el Irak sino recurrir de modo sistemático a la violencia? Desde luego, aunque un clavo saque a otro clavo, sabemos que un crimen no justifica otro y, por tanto, no cabe escudarse en la violencia que se ejerce en el Irak y en tantas otras partes (Palestina y muchos otros lugares en todos los continentes) para exonerar a los responsables de la violencia de ayer. Pero, ¿cómo impedir que la hipocresía de que sean los señores de la guerra los que hablen de la paz subleve a la gente, sobre todo a la gente joven, que tiene la sangre más caliente?
El recurso a la represión no sirve para nada, como se ve con claridad en los territorios ocupados desde 1967. Israel impone siempre como condición para negociar algo el cese definitivo de la violencia, pero la violencia renace una y otra vez porque las negociaciones no impiden la aniquilación del pueblo palestino. Sin duda, la violencia tampoco, pero es preciso entender que haya gente que entre morir sin más y morir matando prefieran lo segundo. Yo también.
En consecuencia hay que conseguir que la "negociación", esto es, en sentido general, el tratamiento pacífico de los problemas tenga mayores visos de eficacia y sea más trasparente. Al fin y al cabo, ¿qué es el G8? Una especie de dicasterio de hecho, ilegal, en el que unos representantes se autoerigen en gobernantes mundiales y toman (o dicen que toman) decisiones que afectan al planeta entero sin ningún tipo de legitimidad, sin ostentar la representación de nadie para esos objetivos y en manifiesto detrimento del sistema mundial de organizaciones multilaterales, empezando por la ONU. El G8 tiene que cambiar, institucionalizarse, hacerse democrático y participativo, un foro en el que se escuchen las voces de todos y no solo las de los más ricos. Eso o desaparecer, pues tampoco parece que esta entidad sea necesaria existiendo el sistema de las Naciones Unidas.
Como no todos podemos ir un par de días a un balneario del norte de Alemania a manifestarnos (pacíficamente, desde luego) en contra del "geochismo", me sumo a la iniciativa que ayer me dejó un lector para convertir el próximo siete de junio en una jornada de lucha a base de hacer huelga laboral y consumista. Si no sale al hacer un click sobre la imagen, háganse dos.
En especial me resulta convincente lo de la huelga de consumo. No sé cuánta gente la seguiremos porque restringir esa tendencia tan humana es más difícil de lo que parece. Está claro que la gente entiende la huelga laboral porque trabajar no es cosa que guste a todos; pero el consumo sí que es una actividad voluntaria y preferente. Por eso tiene más valor abstenerse de ella.